El Espiritismo se constituye en una Filosofía de Vida, que además de razonar y proponer teorías sobre el espíritu y su continuidad después de la llamada muerte, también nos ayuda a vivir y convivir con ética y espiritualidad en este mundo.
Su carácter humanista está claramente delineado en la tercera parte de El libro de los Espíritus, la cual provee de las herramientas necesarias para favorecer con sus principios al establecimiento de un mundo mejor.
De la mano con los conocimientos que aporta la ciencia, la reflexión filosófica y la contribución que ofrecen las comunicaciones de los espíritus, se tiene una visión más amplia y completa de la inmortalidad del alma, su permanencia en otro estado vibratorio de vida, las consecuencias futuras de los actos realizados en la vida material, explicaciones sobre los procesos reencarnatorios, el destino, etc.
De ello resulta, que la ética espírita, es una ética que integra los distintos escenarios en los que se desenvuelve el alma y permite tener una idea más amplia de los elementos que favorecen o retardan su proceso evolutivo.
Allan Kardec, fundador del espiritismo, estableció que hay dos grandes males que retrasan el progreso de la humanidad, ellos son: El orgullo y el egoísmo.
Ambos resumen en gran medida los anclajes que el alma tiene para su progreso.
Y de ahí, devienen sus derivados: el odio, la venganza, el fanatismo, los vicios, los dogmas, el consumismo exacerbado, el autoritarismo en sus diferentes formas, el apego, etc.
Desde el punto de vista psicológico estos temas son debidamente estudiados, los psicólogos aplican terapias para tratar distintos tipos de problemas que han provocado el desequilibrio interior, tales como la ansiedad, la codependencia, los complejos de superioridad, las depresiones, las adicciones, la ira y otros más… pero cuando estos no son tratados surge la pregunta:
¿Qué pasa cuando estas personas dejan el mundo material? ¿se despojan de todos estos desequilibrios o conflictos internos?
Las investigaciones realizadas han ratificado lo que en su momento estableció Allan Kardec “Los espíritus no son más que las almas de aquellos que vivieron en la tierra”, por lo cual, son más o menos evolucionados en función de los méritos adquiridos producto de sus actos en la vida.
Eso nos da a entender que sus virtudes y defectos lo acompañan en ese viaje hacia el mundo espiritual.
No es cuestión de un arrepentimiento temporal, ni de una aceptación hacia determinada corriente religiosa en los últimos momentos de la existencia como un recurso para escapar al suplicio y poder optar a la felicidad en el más allá.
Esos son espejismos creados prometiendo la medicina instantánea contra el sufrimiento ¡¿Cuántos estafadores de la espiritualidad hay, ofreciendo la felicidad interior a través de la simple aceptación a una creencia o bien, creyendo que la purificación del alma se realiza por medio de aportes económicos?!, ¡Nada más lejos de la realidad!
Tarde o temprano tendremos que reconocer que la siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria, es decir no es cuestión de condenas, cielos, infiernos, o cosas que se le parezcan, sino de responsabilidad y consecuencias de las acciones.
¡Hasta cuándo entenderá el hombre, que dañando al otro también se está perjudicando así mismo!
Todos aspiramos a un mundo mejor, pero el mundo no cambiará por sí solo, tenemos una responsabilidad como parte del mismo.
Bien lo dice Mahatma Gandhi en una de sus valiosas frases “Sé tú el cambio que deseas ver en el mundo”.
El hombre influye a la sociedad, y también es de reconocer que la sociedad influye al hombre; es un proceso de doble vía, no solo personal sino también colectivo.
Por ello el espiritismo no se circunscribe únicamente al yo, sino también tiene alza su voz ante las injusticias sociales, el racismo, el consumismo exagerado, la pobreza, las desigualdades, la discriminación, el fundamentalismo, los daños a la ecología, etc.
No podemos, ni debemos cerrar los ojos a lo que sucede a nuestro alrededor, tampoco ser indiferentes y quedarnos de brazos cruzados ante el sufrimiento propio o ajeno, pretendiendo avalar una apología del sufrimiento.
Muy al contrario, el alma está destinada al progreso, y a la felicidad, y cabe al hombre asumir la responsabilidad de superar las dificultades que hay en el mundo.
¿Podemos tener la esperanza de un futuro mejor? Claro que sí, pero no serán divinidades o mesías quienes vendrán a realizar los cambios por nosotros, seremos nosotros los constructores de ese destino de paz, bienestar y progreso.
No obstante, el primer paso comienza consigo mismo porque nadie puede dar aquello que no tiene.
El ser humano es poseedor de grandes recursos internos para convertir esos loables deseos en realidades, y lo destaca con notable sabiduría el famoso escritor de la obra El Principito, Antoine Saint Exupery, al afirmar: “Si queremos un mundo de paz y de justicia, debemos poner la inteligencia al servicio del amor”.
Por Daniel Torres (Guatemala). Publicado en la Revista Evolución nº 12 diciembre de 2021.