¿Por qué las madres que lloran a sus hijos, y que serían felices si se comunicaran con ellos, no pueden hacerlo? ¿Por qué se les impide verlos, incluso en sueños, a pesar de su deseo y de sus ardientes plegarias?
Además de la ausencia de una aptitud especial que, como sabemos, no se otorga a todos, a veces existen otros motivos, cuya utilidad la sabiduría de la Providencia valora mejor que nosotros.
Esas comunicaciones podrían generar inconvenientes en las naturalezas demasiado impresionables.
Algunas personas podrían abusar de ellas y entregarse a su práctica con un exceso que sería perjudicial para su salud.
No cabe duda de que en tales casos el dolor resulta natural y legítimo, pero a veces llega a niveles excesivos.
En las personas de carácter débil, esas comunicaciones suelen reavivar el dolor en vez de calmarlo, razón por la cual no siempre se les permite recibirlas, incluso a través de otros médiums, hasta que se encuentren más tranquilas y bastante dueñas de sí para dominar la emoción.
La falta de resignación, en esos casos, casi siempre es una causa de retraso.
También es preciso decir que la imposibilidad de comunicarse con los Espíritus de aquellos a quienes más se ha querido, a pesar de que sea posible hacerlo con otros, a menudo constituye una prueba para la fe y la perseverancia; y en algunos casos, se trata de un castigo.
Aquel a quien se le deniega ese favor debe considerar que sin duda no lo ha merecido.
Habrá de buscar la causa en sí mismo, y no atribuirla a la indiferencia o al olvido del ser cuya muerte lamenta.
Por último, hay temperamentos que, más allá de su fuerza moral, podrían padecer el ejercicio de la mediumnidad con determinados Espíritus, incluso simpáticos, conforme a las circunstancias.
Admiremos en todo la solicitud de la Providencia, que cuida hasta los más pequeños detalles, y sepamos someternos a su voluntad sin quejarnos, pues sabe mejor que nosotros lo que nos resulta útil o perjudicial.
La Providencia es para nosotros como un buen padre que no siempre le da a su hijo lo que este desea.
Las mismas razones se aplican en lo que respecta a los sueños.
Los sueños son el recuerdo de lo que el alma vio en estado de desprendimiento durante el dormir.
Ahora bien, ese recuerdo puede estar prohibido.
Sin embargo, aquello que no se recuerda, no por eso está perdido para el alma: las sensaciones que ella experimenta durante sus excursiones al mundo invisible se presentan al despertar como vagas impresiones, y por esa razón referimos pensamientos e ideas cuyo origen a menudo no sospechamos.
Así pues, durante el dormir, es posible encontrarnos con seres queridos y conversar con ellos, pero no recordarlo, en cuyo caso decimos que no hemos soñado.
Pero si el ser cuya muerte se lamenta no puede manifestarse de una manera ostensible, no por eso deja de encontrarse junto a quienes lo atraen con un pensamiento simpático.
Él puede verlos y escuchar sus palabras, y a menudo estos adivinan su presencia mediante una especie de intuición, una sensación íntima, y a veces incluso mediante ciertas impresiones físicas.
- La certeza de que no se encuentra en medio de la nada,
- de que no está perdido en las profundidades del espacio, ni en los abismos del Infierno;
- de que ahora es más dichoso, pues no experimenta los sufrimientos corporales ni las tribulaciones de la vida;
- de que volverán a verlo, tras una separación momentánea, más bello y resplandeciente, con una envoltura etérea e imperecedera, y no con una caparazón carnal:
- todo eso constituye un inmenso consuelo, del que no disfrutan los que creen que todo termina con la vida.
Y eso es lo que el espiritismo ofrece.
En verdad, no comprendemos el encanto que puede haber en deleitarse con la idea de la nada, tanto para uno mismo como para los suyos, como tampoco la obstinación de algunas personas en resistirse incluso a la esperanza de que puede ser de otro modo, así como a los medios de obtener su demostración.
Decidle a un enfermo que agoniza: “Mañana estarás curado, vivirás muchos años más, alegre y saludable”, y él aceptará ese augurio con alegría.
Ahora bien, la idea de la vida espiritual, ilimitada, libre de las enfermedades y las preocupaciones de la vida, ¿no es acaso aún más satisfactoria? ¡Pues entonces! El espiritismo no solo brinda la esperanza, sino también la certeza de la vida espiritual.
Gracias a esa certeza, los espíritas consideran la muerte de un modo completamente distinto al de los incrédulos.
Por Allan Kardec, para la Revue Spirite de Agosto de 1866 (Nº 8 del año IX) – Traducción de Gustavo N. Martínez. Se puede descargar gratuitamente, además de otras obras de Allan Kardec, desde este enlace: Obras de Allan Kardec – Espiritismo Confederación Espiritista Argentina (ceanet.com.ar)