Hay, señores, tres categorías de adeptos:
- unos que se limitan a creer en la realidad de las manifestaciones y que buscan, ante todo, los fenómenos; el Espiritismo es simplemente, para ellos, una serie de hechos más o menos interesantes.
- Los segundos ven más allá de los hechos. Comprenden su alcance filosófico. Admiran la moral que deriva de eso, pero no la practican: para ellos, la caridad cristiana es una hermosa máxima, pero nada más.
- Los terceros, en fin, no se contentan en admirar la moral: la practican y aceptan todas sus consecuencias.
Bien convencidos de que la existencia terrestre es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos cortos instantes para caminar en la vía del progreso, que les trazan los Espíritus, esforzándose en hacer el bien y reprimir sus malas inclinaciones.
Sus relaciones son siempre confiables, pues sus convicciones los alejan de todo pensamiento de maldad; la caridad es la regla de su conducta en todas las cosas.
Son los verdaderos espíritas, mejor dicho, los espíritas cristianos.
(…)
Evitemos, pues, con nuestra prudencia, todo lo que podría producir una impresión enojosa y, no digo perder una causa asegurada adelante, sino retardar su desarrollo.
Sigamos los consejos de los Espíritus sensatos y no olvidemos que, en este mundo, muchos éxitos han sido comprometidos por demasiada precipitación.
Tampoco olvidemos que nuestros enemigos del otro mundo, así como de éste, pueden buscar arrastrarnos a una vía peligrosa.
Habéis tenido a bien solicitarme algunas opiniones.
Me daré el placer de ofreceros aquellas que la experiencia podrá sugerirme.
Será siempre sólo una opinión personal, que os invito a sopesar con vuestra sabiduría, y de la que haréis el uso que juzguéis conveniente.
No tengo la pretensión de considerarme como árbitro absoluto.
(…)
Hace poco, he hablado de las divergencias que pueden surgir y he dicho que no deberían traer obstáculo al perfecto entendimiento de los diferentes centros.
De hecho, esas divergencias sólo pueden basarse en detalles y no en el fondo.
El objetivo es el mismo: el mejoramiento moral.
El medio es el mismo: la enseñanza dada por los Espíritus.
Si esa enseñanza fuera contradictoria, si evidentemente uno debiera estar en lo falso y otro en lo verdadero, observad bien que eso no podría alterar el objetivo, que es conducir a las personas al bien para su mayor felicidad presente y futura.
El bien no podría tener dos pesos y dos medidas.
Desde el punto de vista científico o dogmático, es útil, sin embargo, o por lo menos interesante, saber quién está equivocado y quién tiene razón.
¡Pues bien! Tenéis un criterio infalible para apreciarlo, sean simples detalles o sistemas más radicalmente divergentes.
Y eso se aplica no solamente a los sistemas espíritas, sino a todos los sistemas filosóficos.
Examinad, ante todo, el sistema que es más lógico, aquel que responde mejor a vuestras aspiraciones, que puede alcanzar mejor el objetivo.
El mayormente verdadero será, evidentemente, aquel que explique mejor, que dé mejor la razón de todo.
Si se puede oponer a un sistema un único hecho en contradicción con su teoría, es que su teoría es falsa o incompleta.
Examinad, a continuación, los resultados prácticos de cada sistema.
La verdad debe estar del lado de
- aquel que produce más bien,
- que ejerce la influencia más saludable,
- que hace a más personas buenas y virtuosas,
- que estimula el bien por los motivos más puros y más racionales.
El objetivo constante al que aspiran las personas es la felicidad.
La verdad estará del lado del sistema que proporcione la mayor suma de satisfacción moral; en pocas palabras, que vuelva más felices a las personas.
Como la enseñanza viene de los Espíritus, los diferentes grupos, así como los individuos, se encuentran bajo la influencia de ciertos Espíritus, que presiden sus trabajos o los dirigen moralmente.
Si esos Espíritus no concuerdan, la cuestión es saber cuál es aquel que merece más confianza.
Será, evidentemente, aquel cuya teoría no puede provocar ninguna objeción seria; en suma, aquel que, sobre todos los puntos, da más pruebas de su superioridad.
Si todo es bueno, racional en esa enseñanza, poco importa el nombre que toma el Espíritu, y bajo ese aspecto, la cuestión de la identidad es completamente secundaria.
Si, bajo un nombre respetable, la enseñanza falla en las cualidades esenciales, podéis concluir, decididamente, que es un nombre apócrifo y que es un Espíritu impostor o que se divierte.
Regla general: jamás el nombre es una garantía.
La única, la verdadera garantía de superioridad es el pensamiento y la manera con la que el pensamiento se expresa.
Los Espíritus engañadores pueden imitar todo, todo, excepto el verdadero saber y el verdadero sentimiento.
(…)
Frecuentemente, sucede que, para hacer adoptar algunas utopías, los Espíritus ostentan un falso saber, y piensan imponerlo extrayendo, del arsenal de las palabras técnicas, todo lo que puede fascinar a aquel que cree demasiado fácilmente.
Tienen incluso un medio más seguro: el de fingir las apariencias de la virtud.
Con la ayuda de las grandes palabras de caridad, de fraternidad, de humildad, esperan hacer pasar los más groseros absurdos, y es lo que sucede muy frecuentemente cuando no se está en guardia.
Por lo tanto, uno debe evitar dejarse llevar por las apariencias, tanto de parte de los Espíritus como de las personas.
Ahora bien, lo reconozco, he aquí una de las dificultades más grandes.
Pero jamás se ha dicho que el Espiritismo es una ciencia fácil.
Tiene sus escollos, que sólo se pueden eludir por medio de la experiencia.
Para evitar caer en la trampa de esos Espíritus, es necesario, ante todo, tener cuidado con el entusiasmo que ciega, con el orgullo que tienen ciertos médiums que se creen los únicos intérpretes de la verdad.
Es necesario examinar todo con frialdad, pesar todo con mucha reflexión, controlar todo, y si alguien desconfía de su propio juicio, lo que es frecuentemente lo más sensato, es necesario remitirse a otros, según el proverbio de que cuatro ojos ven mejor que dos.
Sólo un falso amor propio, o una obsesión, pueden hacer persistir en una idea notoriamente falsa, y que el buen sentido de cada uno repele.
(…) Sería un error creer que esos Espíritus sólo ejercen ese imperio sobre los médiums.
Estén muy seguros de que los Espíritus, al estar por todos los lugares, actúan incesantemente sobre nosotros, sin que lo sepamos, seamos o no Espíritas o médiums.
La mediumnidad no los atrae. Al contrario, da el medio de conocer a su enemigo, que siempre se revela; siempre, oíd bien, y que sólo engaña a aquellos que se dejan engañar.
Eso, señores, me conduce a completar mi pensamiento sobre lo que os había dicho, hace poco, acerca del tema de las disidencias que podrían surgir entre los diferentes grupos, como consecuencia de la diversidad de enseñanzas.
Os he dicho que, a pesar de algunas divergencias, los grupos podían entenderse, y deben entenderse si son verdaderos Espíritas.
Os he dado el medio de controlar el valor de las comunicaciones: he aquí el medio de apreciar la naturaleza de las influencias ejercidas sobre cada uno.
Puesto que toda buena influencia emana de un buen Espíritu, que todo lo que es malo viene de una mala fuente, que los malos Espíritus son los enemigos de la unión y de la concordia, el grupo que esté asistido por el Espíritu del mal será aquel que le arrojará piedras al otro y no le extenderá la mano.
En cuanto a mí, señores, os considero a todos como hermanos, estéis vosotros en la verdad o en el error.
Pero os declaro abiertamente: estaré de corazón y de alma con aquellos que demuestren más caridad, más abnegación.
Si hubiera, Dios no quiera, quiénes mantuvieran sentimientos de odio, de envidia, de celos, me compadecería de esas personas, pues estarían bajo una mala influencia, y preferiría pensar que esos malos pensamientos les hubieran llegado de un Espíritu extraño y no vinieran de su propio corazón.
Pero bastaría eso para volver sospechosa, para mí, la veracidad de las comunicaciones que podrían recibir, en virtud del principio de que un Espíritu verdaderamente bueno sólo puede sugerir buenos sentimientos.
Terminaré, señores, esta alocución, ya demasiado larga sin duda, con algunas consideraciones sobre las causas que deben garantizar el porvenir del Espiritismo.
Comprendéis todos, porque tenéis bajo vuestros ojos y porque sentís en vosotros mismos, que un día venidero el Espiritismo debe ejercer una inmensa influencia sobre la situación social.
Pero el día en el que esa influencia sea generalizada está todavía lejos, sin duda.
Serán necesarias generaciones para que el hombre se despoje del hombre viejo.
Sin embargo, desde hoy, si el bien no puede ser general, ya es individual, y es porque ese bien es efectivo que la doctrina que lo proporciona es aceptada con tanta facilidad, puedo incluso decir con tanto apresuramiento por muchos.
De hecho, además de su racionalidad, ¿qué filosofía es más capaz de desatar el pensamiento del hombre de los lazos terrestres, de elevar su alma hacia lo infinito?
¿Cuál es la filosofía que le da al hombre una idea más justa, más lógica, y apoyada en pruebas más patentes, de su naturaleza y de su destino?
Que sus adversarios la sustituyan, pues,
- por algo mejor,
- una doctrina más consoladora,
- que esté más conforme a la razón,
- que sustituya la alegría inefable de saber que los seres que nos fueran queridos en la Tierra están cerca nosotros,
- que nos ven, nos escuchan, nos hablan y nos aconsejan;
- que dé un motivo más legítimo a la resignación;
- que haga temer menos a la muerte;
- que proporcione más calma en las pruebas de la vida;
- que sustituya, en fin, esa dulce quietud que se experimenta cuando se puede decir: «Me siento mejor».
Ante una doctrina que lo haga mejor en todo eso, el Espiritismo bajará sus armas.
El Espiritismo vuelve, pues, perfectamente felices a las personas; con él, ya no hay aislamiento, ya no hay desesperación.
Ya ha evitado muchas faltas, impedido más de un crimen, devuelto la paz a más de una familia, corregido muchas imperfecciones.
¡Qué será, pues, cuando las personas estén nutridas de esas ideas!
Pues cuando venga la razón, se fortificarán y no renegarán más de su alma.
Sí, el Espiritismo vuelve feliz, y es lo que le da un poder irresistible y garantiza su triunfo venidero.
Las personas desean la felicidad, el Espiritismo se la da, ellas se lanzarán a los brazos del Espiritismo.
¿Se lo quiere aniquilar?
Que se dé a las personas una fuente más grande de felicidad y de esperanza.
He aquí lo que concierne a los individuos.
Otros dos poderes parecen haber temido la aparición del Espiritismo: la autoridad civil y la autoridad religiosa. ¿Y por qué eso? Porque no se lo conocía.
Hoy en día, la Iglesia empieza a ver que encontrará, en el Espiritismo, una arma poderosa para combatir la incredulidad; la solución lógica de más de un dogma embarazoso, y finalmente que el Espiritismo vuelve a traer a sus deberes de cristianos a un buen número de ovejas extraviadas.
El poder civil, por su lado, empieza a tener pruebas de la beneficiosa influencia del Espiritismo sobre la moralidad de las clases laborales, a las que esa doctrina inculca, por la convicción, ideas de orden, de respeto a la propiedad, y hace comprender la nulidad de las utopías.
Testigo de transformaciones morales casi milagrosas, el poder civil entreverá muy pronto, en la difusión de esas ideas, un alimento más útil al pensamiento que las alegrías del cabaré o el tumulto de la plaza pública y, por consecuencia, una salvaguardia para la sociedad.
Así, al ver, un día, un dique contra la brutalidad de las pasiones, una garantía de orden y de tranquilidad, un regreso a las ideas religiosas que se apagan, pueblo, Iglesia y poder, nadie tendrá interés en trabar al Espiritismo.
Al contrario, cada uno buscará un apoyo en él.
¿Quién podría, además, detener el curso de ese río de ideas que ya fluye con sus aguas bienhechoras sobre las cinco partes del mundo?
Por Allan Kardec
Texto extraído del artículo titulado “Banquete ofrecido por los Espíritas lioneses al señor Allan Kardec – el 19 de septiembre de 1860: Respuesta del señor Allan Kardec” publicado en la Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos, octubre de 1860