«La virtud no consiste en revestirse de un aspecto lúgubre y severo, ni en rechazar los placeres que vuestra condición humana os permite.»
«No imaginéis, por consiguiente, que para vivir en comunicación constante con nosotros, para vivir bajo el amparo de Dios, sea preciso que os mortifiquéis con el cilicio y os cubráis de cenizas.»
Un Espíritu Protector. (Burdeos, 1863)
El Evangelio Según el Espiritismo – Capítulo 17, ítem 10
En el capítulo sobre el crecimiento espiritual, es fundamental distinguir entre los dolores del crecimiento y los dolores del martirio.
No hay reforma íntima sin sufrimiento, pero el martirio es una forma de autocastigo, son “penitencias psicológicas” que nos imponemos como si fuéramos mejorando con ello.
Debido al complejo de inferioridad que azota a una porción significativa de las almas de la Tierra, y conscientes de que tal violencia psicológica se debe a nuestro «voluntario distanciamiento de Dios», a lo largo de las etapas evolutivas, haciéndonos sentir inseguros e impotentes, hoy creamos las «capas mentales» para sentirse mínimamente bien y llevar adelante el deseo de existir y vivir.
Estas capas son las estructuras del “yo ideal” que nos lleva a creer que somos más de lo que realmente somos, una defensa contra los males que no queremos aceptar en nosotros mismos.
La auténtica mejora íntima se produce a través del proceso de conciencia y no a través del dolor resultante de las demandas y los conflictos internos, que instalan “circuitos cerrados” y quebrantan la vida mental.
Sin duda, todos sufrimos para crecer; sin embargo, el martirio es el exceso que surge de la incapacidad para manejar el mundo emocional con equilibrio, asumiendo diferentes proporciones y facetas según el temperamento y las necesidades de cada persona.
Tampoco lo confundamos con el sacrificio, acto que provoca un dolor intenso para alcanzar alguna meta o superar alguna dificultad.
Lo que define la condición psíquica de martirizarse es el hecho de creer en el desarrollo de cualidades que, de hecho, no se trabajan en la intimidad.
Estos son los dolores que nos imponen las actitudes sin amor, cuando creemos en el «yo ideal» y negamos o huimos de «mí mismo».
A menudo, los dolores del martirio provienen de no querer experimentar los dolores del crecimiento.
Un ejemplo típico es cuando se nos pide que examinemos una determinada imperfección nuestra señalada por alguien y, entre el dolor de la autoevaluación y el dolor de la negación, preferimos el segundo, que forma parte de la lista de “dolores excesivos”.
Entre las formas más comunes de autocastigo, destacamos que la forma en que reaccionamos ante nuestros errores ha sido un canal de acceso a infinitas dimensiones expiatorias.
Muchos transforman el error y la insatisfacción con sus vivencias en caídas lamentables e irrecuperables, cuando la escuela de la vida en un gesto de sabiduría y complacencia, que nos invita siempre a levantarnos y empezar de nuevo, ante todos los fracasos del camino.
Cuando dices: «Ya no puedo fallar», será más difícil conquistarte a ti mismo.
De esta manera, comenzamos a conocer a los grandes enemigos del amor propio dentro de nosotros.
Uno de ellos es el perfeccionismo, una de las fuentes del martirio que tiende a diezmar la energía de muchos aprendices de espiritualización.
Queriendo transformarse, pasan por un proceso de autoaceptación y autorreproche muy cruel, inclinándose hacia la condena.
La cuestión no es luchar contra nosotros, sino conquistar esa parte enferma, recuperarla, y esto nunca lo lograremos si no aprendemos a amar este “lado enfermo” nuestro.
Esta forma inadecuada de reaccionar ante nuestros errores abre la puerta a muchas consecuencias graves, y en ocasiones, mayores que el propio error, tales como:
- un estado íntimo de malestar e inquietud casi permanente,
- sensación insoportable de pérdida de control sobre la existencia,
- poca tolerancia a las frustraciones,
- ansiedad de origen desconocido,
- miedos incontrolables a situaciones irreales,
- irritaciones sin motivos claros,
- angustia ante el futuro con aflicciones y sufrimientos de anticipación,
- exceso de imaginación ante los hechos cotidianos de la vida,
- falta de creencia en el esfuerzo de cambiar y en las tareas doctrinarias,
- mal humor,
- decisiones desdichadas en el clima emotivo de confusiones mentales,
- agotamiento intenso de la energía resultante de los conflictos,
- desánimo:
(Estos son algunos de los dolores del martirio).
Cuando permanecen por mucho tiempo, estos estados psicológicos configuran una auto-obsesión que puede llegar al campo del vampirismo y a ilimitadas enfermedades físicas.
Se podría indagar en los orígenes más profundos de tantas luchas y tendríamos que vagar por un abanico de alternativas tan amplio como lo son las individualidades.
Sin embargo, para nuestros propósitos en este momento, nos conviene reflexionar sobre una de las actitudes más pertinentes que han llevado a los discípulos espíritas al sufrimiento voluntario con su proceso de interiorización.
Seamos claros y sin subterfugios por nuestro propio bien. El culto al dolor se ha convertido en una cultura en ambientes espiritistas. Estaba condicionado a la idea de que el sufrimiento es sinónimo de crecer, que el sufrimiento es redimir, rescatar.
Por lo tanto se pasó a comprender al “dolor punitivo” como instrumento de liberación, cuando en realidad, solamente el dolor que educa libera.
Hay criaturas dotadas de muchos conocimientos espirituales sufriendo intensamente, pero que siguen siendo orgullosas, necias, hostiles y rebeldes.
No es la intensidad del dolor lo que educa, es el esfuerzo por aprender a aliviarlos.
El espírita tiende a “neurotizar” la propuesta de reforma íntima.
Es la “neurosis de la santificación”, una forma inmadura de actuar debido a la ausencia de nociones más profundas sobre su verdadera realidad espiritual.
Constatamos que hay mucha impaciencia con la reforma interior por la angustia que le causa al Espíritu el contacto con su verdadera condición ante el Universo.
Así, crea para sí mismo, a través de mecanismos mentales, las “virtudes de adorno” o “compensaciones artificiales” para sentirse valorado ante su conciencia y su prójimo.
Son los escondites psíquicos en los que casi siempre nos refugiamos para no entrar en contacto con la “verdad personal” …
Esta neurotización de la virtud genera un sistema de vida lleno de hábitos y conductas rígidas, para seguir las pautas de la doctrina.
Se adoptan procedimientos que no se sienten y “triturados” por el arte de pensar.
Esto nos aleja aún más del auténtico cambio y empezamos a preocuparnos por lo que no deberíamos hacer, olvidando lo que deberíamos estar haciendo.
Ciertamente este camino crea martirio y sobre carga para la vida mental.
Son muchos los dolores naturales en el crecimiento espiritual que establecen un proceso crónico de presión psicológica, sin embargo, se diferencian mucho de la autoflagelación porque impulsan y son parte de la gran batalla por el avance de todos nosotros.
Incluso se observa que algunos corazones sinceros, insertados en el esfuerzo de la autoeducación, experimentan esta “expiación silenciosa”, pero, al desconocer los beneficios del trabajo Renovador, terminan renunciando a seguir adelante y se entregan al desánimo.
Se creen peores cuando constatan semejantes cuadros de dolor psicológico y deducen que, en lugar de progresar, están en plena derrota.
Por cierto, son muchos los cuadros con estas características que hemos observado dentro del movimiento doctrinal.
Suele haber un trío de sicarios del alma que azotan durante las etapas de maduración, son: baja autoestima, culpa y miedo a equivocarse.
A pesar de ser sufrimientos psíquicos, funcionan como emuladores del progreso cuando somos capaces de gestionarlos.
Así,
- la culpa se transforma en auto-examen de conducta y freno contra nuevas caídas,
- la baja auto-estima se convierte en capacidad de descubrir valores
- y el miedo de equivocarse se transforma en archivo de experiencias y desapego de los estándares.
A la luz de lo anterior, indaguemos sobre cuales serian las medidas que deberían ser implementadas en los núcleos educativos del Espiritismo, en favor de la mejor comprensión del camino de transformación interior.
Profundicemos el debate entre dirigentes sobre qué iniciativas se podrían facilitar a los nuevos trabajadores, a favor de aprender sin los tortuosos conflictos derivados de la crueldad aplicada a nosotros mismos, cuando no somos lo suficientemente creativos para hacer frente a nuestra sombra y caemos en un martirio inútil.
La reforma íntima debe ser considerada como la superación de nosotros mismos y no la anulación de una parte de nosotros que se considera mala.
Una propuesta de mejora paulatina cuyo mayor objetivo es nuestra felicidad.
Quienes están en la reforma anterior tienen un referente fundamental para analizarse a lo largo del camino educativo, un termómetro de las almas que se perfeccionan; inevitablemente, quienes se renuevan logran el mayor logro de personas libres y felices: El placer de Vivir.
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Por Ermance Dufaux. Publicado en el libro «Reforma íntima sem martirio» (en portugués) Editora DUFAUX, Belo Horizonte – MG. (Brasil)
Nota: La traducción al español de este texto es de Miguel Ponce. La traducción del extracto inicial de el Evangelio según el Espiritismo es de Gustavo N. Martínez