Dentro de tanto ruido, regálate un momento de silencio.
Evalúa tus pensamientos y emociones. ¿Son realmente tuyos? o ¿Son producto del pesimismo, el fanatismo y la intolerancia de otros?
De ser así, no permitas la programación externa; no permitas que las emociones de otros controlen y dominen tu vida.
Ciertamente, existen situaciones difíciles a nuestro alrededor, pero no por ello todo está perdido.
¿Cómo podemos entonces hacerle frente a la atmósfera negativa?
Enfocándonos y esforzándonos en todo aquello que esté bajo nuestro control; aprovechando toda oportunidad que se nos presente para hacer el bien.
Recordemos que la historia de la humanidad nos ha demostrado que las crisis son parte de la vida, surgen y se superan, dejando un mar de enseñanzas, logros y beneficios, aunque éstos no se visualicen ni se perciban en ese momento.
El malestar, el dolor y el sufrimiento del cuerpo que puede estar experimentando una persona finalizan con la muerte.
Sin embargo, el malestar, el dolor y el sufrimiento emocional, éstos que físicamente aprietan el pecho y dificultan la respiración, permanecen en la consciencia, permanecen en nosotros, aún después de la muerte del cuerpo físico.
Ignorar y subestimar estos sentimientos no es la solución.
Debemos enfrentar todo aquello que nos atrasa en la búsqueda del bienestar y nos ancla al dolor emocional.
Repasemos las circunstancias que dieron origen a este estado disfuncional.
Evaluemos y subsanemos los errores, la inmadurez y la ignorancia.
¿Por dónde empezar? Practicando acciones justas y de bien, dominando el egoísmo y el orgullo.
Absolutamente todo queda escrito en la consciencia; absolutamente todo queda escrito en nosotros.
Sin embargo, el bien conquistado le resta fuerza al mal realizado.
Aspiremos tanto a vivir como morir en tranquilidad, con la plena confianza de que todo está y estará en orden; aspiremos a ello.
Si la ausencia de ese ser amado aún te provoca llanto y tristeza, piensa en cómo a esa persona le gustaría verte: ¿feliz o angustiado? ¿tranquilo o desesperado?
Seguramente, te quiere bien, feliz y tranquilo.
Entonces, que esas lágrimas que derrames sean de agradecimiento por el tiempo y el amor compartido.
En cambio, aquellas lágrimas cargadas de ansiedad, angustia y reclamos, te hacen mucho daño y más aún a la persona que lloramos.
Estos estados o sentimientos pueden aturdir al desencarnado y dificultar su proceso de esclarecimiento y desapego de la vida material que ya ha abandonado.
¿Seremos entonces egoístas? Ciertamente, sólo nos estamos enfocando en nuestra vida sin ellos.
Sin embargo, ellos continúan vivos, han regresado al verdadero hogar, al mundo espiritual, y allí están trabajando por su bienestar y el de otros.
Busquemos el consuelo y la fuerza necesaria para continuar nuestro camino recordando que nos espera un maravilloso reencuentro con nuestros seres queridos.
Mientras tanto, la comunicación con éstos continúa de maneras inimaginables.
Si estás sumergido en una situación difícil y no ves salida para ésta, no tomes acción alguna que atente contra tu vida.
En momentos como éste, no pensamos con claridad; domina la desesperanza y la angustia.
Cuando atentas contra tu vida, también atentas contra la vida de las personas que amas.
Aún más, al privarte de la vida, el dolor y la desesperación que experimentas no desaparecen.
Al contrario, aumentan como consecuencia de observar y percibir, desde el mundo espiritual, el daño que has provocado en las personas que amas.
Aunque te resulte difícil de comprender, las circunstancias y los momentos difíciles llegan y se van; pueden afectarnos, pero también se pueden superar.
Mañana será otro día y lo que percibes hoy como un callejón oscuro sin salida, se convertirá en sólo el recuerdo de una experiencia vivida, la cual te fortaleció y ayudó a valorar lo que realmente es importante. Y tú eres lo más importante que debes valorar.
El perdonar comienza por uno mismo.
Reconocer que muchas de las acciones del pasado fueron producto de nuestra ignorancia o inmadurez, es el primer paso para el auto-perdón.
El vivir reprochándonos los errores cometidos es mantener ese pasado activo, el cual nos puede provocar trastornos emocionales y enfermedades en el cuerpo físico.
En realidad, es nuestra prerrogativa el permanecer anclados y rumiando en el tiempo pasado.
Sin embargo, el presente es una oportunidad valiosa, es el momento oportuno para reparar o subsanar todo aquello que fue impropio.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer para reparar?
Tenemos que buscar hacer el bien, empezando por nosotros mismos y con los que están justo al lado nuestro, precisamente donde nos encontremos. El efecto del bien realizado nos hará sentir en paz y equilibrio, en fin, armonizados.
Nunca es tarde para pedir perdón y perdonar, aunque esa persona ya no esté físicamente entre nosotros.
¿Sabes que puedes elevar el pensamiento hacia esa persona que le provocaste sufrimiento o algún daño y pedirle perdón?
¿Sabes que puedes elevar el pensamiento hacia esa persona que te provocó tanto dolor y perdonarle?
El pensamiento es capaz de romper barreras, viajar y alcanzar a esa persona, no importa donde se encuentre.
El reconocer cuándo fallamos, darle paso al arrepentimiento genuino, a la comprensión y la tolerancia ante las faltas de otros, son elementos esenciales para el perdón consciente.
No esperes más para reconciliarte con esas personas que han pasado por tu vida.
De una forma u otra, el reencuentro es una posibilidad y qué mejor que estar en paz para cuando llegue ese momento.
Por Geannette Rodríguez
Publicado en la revista A la Luz del Espiritismo. Publicación Oficial de la Escuela Espírita Allan Kardec. Puerto Rico. Año 3. Nº10. Junio 2017