Ponencia: «Una Visión del Espiritismo para el siglo XXI» (Completa + PDF)
INTRODUCCIÓN
Nos encontramos transitando el umbral de un nuevo siglo y un nuevo milenio, una época en que el ser humano está abocado a enfrentar retos de enorme calibre, retos que exigen una respuesta efectiva, de la que va a depender nuestro inmediato futuro.
En este escenario un ideal busca su lugar en el mundo, ofreciendo valores alternativos a los vigentes.
Ese ideal es el Espiritismo, una ciencia con implicaciones filosóficas y proyección moral cargada con una potencialidad tal que si se adoptasen y cultivasen sus principios, propiciaría la gestación de todo un nuevo paradigma para el ser humano.
Quizá el título de esta ponencia pueda parecer algo pretencioso, mas en nuestra intención no está agotar el tema, sino simplemente proceder a una reflexión en voz alta, e invitar a los oyentes a reflexionar, a su vez, sobre el sentido, la situación y la y proyección del Espiritismo en este mundo convulso y ante las necesidades de la humanidad actual.
Permítannos decirles, antes de entrar en el desarrollo del tema, que partimos desde una posición de exquisito respeto a la postura de aquellos hermanos espíritas que no piensen como nosotros o que puedan disentir de algunos de los conceptos que vamos a expresar.
El debate es sano para la evolución de las ideas y no se debe tener miedo a debatir, siempre que se mantengan las formas fraternales que deben presidir siempre nuestras acciones, como partícipes de un ideal tan trascendente.
EL ESPIRITISMO, ESE GRAN DESCONOCIDO
El médium norteamericano Andrew Jackson Davis (1826-1910), cuya vida y obra configuran uno de los antecedentes más cercanos del Espiritismo, dejó recogido en sus notas biográficas el episodio que seguidamente copiamos, fechado el 31 de Marzo de 1848:
«Esta mañana, hacia el amanecer, un hálito fresco pasó por mi rostro y oí una voz, tierna y segura, que me decía: ‘Hermano, ha comenzado la buena labor, contempla la demostración viviente que se inicia’. Me quedé divagando acerca del significado de tal mensaje».
La explicación de esta curiosa experiencia de Andrew Jackson Davis se encuentra en los acontecimientos acaecidos en el hogar de la familia Fox, en Hydesville, Nueva York (Estados Unidos), que llamaron definitivamente la atención pública precisamente a finales del mes de Marzo de 1848.
Estos hechos dieron inicio a un movimiento que culminó con la Codificación del Espiritismo por Allan Kardec en Francia, acontecimiento sellado con la publicación en abril de 1857 del «Libro de los Espíritus», inaugurándose de esta manera una nueva etapa en el devenir evolutivo de la humanidad.
El término ESPIRITISMO fue creado por Kardec, quien le dio una definición concreta, precisa y ajustada: «Ciencia que estudia el origen, la naturaleza y destino del espíritu y sus relaciones con el mundo corporal». Kardec añadió además que «el verdadero carácter del Espiritismo es el de una Ciencia y no el de una religión».
Desde entonces el Espiritismo se fue extendido por el mundo.
En algunos países, como el nuestro, (se refiere a España) tuvo su época de esplendor, en la que un pléyade espíritas españoles dieron a la cultura una enorme contribución, liderando el pensamiento espírita de su época en el ámbito del habla hispana.
Este tiempo dorado se vio, sin embargo, dramáticamente truncado por la guerra civil y la terrible dictadura que le siguió, pasando el Espiritismo en España a sobrevivir en las catacumbas.
Hoy vivimos con esperanza un paulatino resurgimiento del Movimiento Espiritista en nuestro país, desarrollo que sin embargo topa con numerosos problemas, muchos de ellos relacionados con la singular época que nos toca vivir.
En el resto del mundo la situación del Movimiento Espiritista a principios del siglo XIX presenta, al igual que cualquier otro aspecto de la realidad, una imagen compleja y a veces hasta contradictoria.
Energía y pujanza en algunos sitios y grandes resistencias y dificultades en otros. Por lo pronto la batuta no la llevan ahora los países europeos.
A pesar de todos los esfuerzos, la imagen que se tiene del Espiritismo a nivel popular, no deja de ser poco menos que una caricatura de lo que éste es en verdad.
Y hasta en las mismas filas del movimiento espiritista se constata una amplia gama de interpretaciones y posturas, a veces con conatos de enfrentamientos cuando no se miran las cosas desde una perspectiva más elevada, al margen de las pequeñas miserias humanas.
Vigencia de los postulados fundamentales del Espiritismo
Los principios fundamentales que constituyen el marco estructural del Espiritismo:
- Existencia de Dios;
- Preexistencia y Supervivencia del Espíritu;
- Evolución del Espíritu;
- La Reencarnación;
- Mediumnidad;
- Pluralidad de Mundos Habitados
No sólo no se han visto negados por el progreso de la humanidad, sino que los avances y las investigaciones realizados por el hombre en muy diversos campos del conocimiento, han venido ofreciendo evidencias y pruebas cada vez más numerosas y concluyentes a favor de ellos.
Desde la medicina, la biología, la astronomía o la física se aportan periódicamente descubrimientos que refuerzan la realidad de los postulados del Espiritismo.
Y en el orden moral, los ideales de la fraternidad que propugna el Espiritismo parecen cada vez más necesarios y urgentes en un mundo presidido por la exacerbación del egoísmo y las lacerantes injusticias sociales.
Una de las últimas fuentes de verificación de las enseñanzas espíritas ha venido a través de un camino del todo inusitado hace unos años: La Transcomunicación Instrumental.
La importancia que para el Espiritismo están alcanzando las investigaciones en la Transcomunicación Instrumental (TCI), viene determinada por el hecho de que si bien esas investigaciones, en su mayor parte, están siendo realizadas por científicos y técnicos ajenos al Movimiento Espiritista, los resultados obtenidos confirman una y otra vez sus tesis básicas.
EL PAPEL HISTÓRICO DEL ESPIRITISMO
Cuando nos detenemos a reflexionar en torno al contexto histórico en el que el Espiritismo surgió y su evolución posterior, con la perspectiva que nos dan los 145 años transcurridos (Se refiere al año 2002 en que fue realizada esta conferencia) desde la publicación del «Libro de los Espíritus», nos damos cuenta que al igual que otras grandes ideas transformadoras de la humanidad, ésta llegó al seno del género humano cuando las condiciones sociales, psicológicas y espirituales se encontraban propicias para recibir y asimilar el nuevo impulso evolutivo.
Siguiendo con esta reflexión, nos hemos preguntado muchas veces cuál podría ser considerada la aportación substancial, original o específica, del Espiritismo a la evolución del conocimiento humano.
Y tras un detenido examen del asunto nuestra conclusión es que el papel histórico que le ha tocado jugar al Espiritismo, como Idea y como Movimiento, tiene dos facetas de enorme trascendencia:
1º.– Sacó del contexto de la religión, es decir, del ámbito de la creencia y el dogma, todo lo concerniente al mundo más allá de la muerte y la realidad espiritual del ser humano, territorio hasta entonces considerado patrimonio exclusivo de las religiones, trayéndolo al campo de la Ciencia y, por tanto, haciéndolo accesible a la experimentación científica.
2º.- Mediante sus investigaciones, especialmente en el laboratorio de la mediumnidad, el Espiritismo ha proporcionado a la humanidad un valioso tesoro, constituido por el mayor cúmulo de evidencias que ha tenido a su disposición nunca el hombre, para poder decir definitivamente que la muerte, entendida como la extinción del Ser, NO EXISTE. Esta idea, por sí sola, puede representar a la perfección el estandarte de toda una Nueva Era para la humanidad, y así creemos que será.
LA HERENCIA DE KARDEC
Si hay algo que los espíritas no podemos olvidar y dejar de remarcar permanentemente, porque es un valor universal que debería ser referencia para todo estudioso, investigador y, en general, interesado en todo lo que es la temática de las Ciencias Psíquicas y el mundo del espíritu, es lo que constituye la más universal e imperecedera herencia de Kardec: SU ACTITUD VITAL.
La manera que Allan Kardec adoptó para realizar sus investigaciones es INATACABLE; esto ha sido reconocido incluso por los mismos que no admitieron sus conclusiones. Dicha actitud fue permanente en su vida y desde su infancia la aplicó a cuantas actividades intelectuales, estudios e investigaciones realizó.
Veamos, con sus propias palabras, un ejemplo de ese posicionamiento vital que presidiría la codificación del Espiritismo:
«Apliqué a esta nueva ciencia, como era mi costumbre, el método experimental. Jamás senté una teoría preconcebida; observé atentamente, comparé y deduje consecuencias. De los efectos procuré remontarme a las causas por la deducción y el encadenamiento lógico de los hechos… Así había procedido en mis trabajos anteriores, desde la edad de quince a dieciséis años. Desde el primer momento me di cuenta de la exploración que iba a emprender…; me era preciso proceder con circunspección y no a la ligera; ser positivista y no idealista, para no dejarme llevar de mis propias ilusiones». (Mi primera iniciación en el Espiritismo, «Obras Póstumas»).
El carácter amplio, abierto, exigente, antidogmático, de puro buscador de la Verdad, con que Allan Kardec impregnaba todos sus trabajos y que imprimió también al Espiritismo, no puede quedar mejor ejemplarizado en estas otras palabras suyas:
«Si con el avance de la humanidad se demuestra que en algún punto el Espiritismo estaba errado, se substituirá este punto y se seguirá adelante».
EL SENTIDO DE NUESTRA ÉPOCA
Tiempos de cambio
Una atenta observación de la época que nos ha tocado vivir, nos permite descubrir ciertos ejes de movimiento interno, que parecen señalar claramente que somos testigos y protagonistas directos de uno de los períodos más inquietantes y, al mismo tiempo, más interesantes que le ha tocado vivir a la humanidad.
Numerosas evidencias proclaman que todo un viejo mundo, con sus valores y estructuras caducas, ha entrado definitivamente en crisis y que desde sus mismas cenizas otro mundo distinto pugna por asomar.
Si vivimos, pues, un tiempo de transición entre dos ciclos evolutivos humanos, ¿qué ocurre siempre en todo momento de cambio o transición? Se produce un aumento general del «movimiento», de la «agitación»; todo se remueve y lo que hasta ese momento se consideraba firmemente asentado se desmorona.
Mientras, aparecen novedosos elementos en juego que reclaman, asimismo, novedosas respuestas. Justamente esa sensación de «agitación» o «movimiento» en grado hasta ahora desconocido y a todos los niveles, es lo que parece desprenderse de la situación del mundo actual.
Somos testigos de una época donde el pasado y el futuro se unen. En un mismo tiempo y espacio conviven y se entremezclan actitudes y formas del pasado, del «viejo orden» decadente, con otras actitudes y formas que corresponden al «nuevo orden» naciente.
Y es precisamente en este variopinto campo de experimentación, el más contradictorio de la historia conocida en razón de su complejidad, donde se dan las oportunidades para un enorme progreso de cada ser humano, en cuanto individuo, y de la humanidad, como colectivo, o también, por el contrario, si no se adoptan las medidas oportunas, una época donde se presentan en potencia los mayores peligros, aquellos capaces de producir una hecatombe de proporciones planetarias.
Confusión
Si con una única palabra pudiéramos representar la situación del mundo en nuestros días, sin duda esa sería CONFUSIÓN.
Nunca, en la historia conocida de la humanidad, se han reunido en un mismo tiempo y espacio tantos elementos contradictorios, tantos motivos para la desazón y al mismo tiempo tantas razones para la esperanza. La contradicción impera fuera y dentro del ser humano.
Esta situación está relacionada, a nuestro modo de ver, con el plan evolutivo de la humanidad y con la necesidad, en función de ese plan, de hacer confluir en una misma encrucijada espacio-temporal todos los elementos que definen e influyen en una determinada concepción del mundo, hasta ahora vigente, con aquellos que representan su alternativa de futuro, para posibilitar a la humanidad una elección consciente que permita el tránsito normal hacia una nueva época.
Hoy lo que está planteado, en el ámbito colectivo y en el ámbito individual, es una gran elección: cambiar e inaugurar esa nueva época sobre la base de valores de mayor altura moral de forma consciente y responsable, o hacerlo con más sufrimientos de los necesarios, a empellones, por decirlo así, de las leyes universales.
El célebre escritor libanés Khalil Gibrán dice en una de sus obras que «la verdad no se ve disminuida por venderse en el mercado, pero que cuando se vende en el mercado sólo el sabio es capaz de reconocer su verdadero valor».
Hoy todas las posibilidades están puestas sobre la mesa, por decirlo de alguna manera; hoy la Verdad se vende en el mercado, mezclada y confundida con todas las otras mercancías, incluso entre las mil formas de la mentira, porque en los planes espirituales estaba previsto el tiempo en que «todo lo oculto debía ser desvelado», para posibilitar y obligar a los hombres a esa elección consciente que de paso al nuevo tiempo, pues el nuevo tiempo pertenece a los seres conscientes.
Sólo bajo esta perspectiva, la de un tránsito entre un mundo viejo y un mundo nuevo, puede ser entendido cabalmente lo que pasa en el seno de la humanidad actual. Sólo bajo el marco de un cambio de paradigma en el que nuestra humanidad parece que se ve inmersa, adquiere sentido todo lo que sucede.
La mayoría de los seres humanos no son conscientes aún de este proceso y la masa humana, según sus impulsos internos, se polariza esencialmente en tres grandes subconjuntos:
1º.- Los que miran permanentemente al pasado, con cuyos valores se encuentran identificados.
2º.- los que vegetan en un presente sin raíces y romo de valores de futuro.
3º.- los que habiendo pasado la crisis necesaria previa a cualquier cambio, han comenzado a vislumbrar algunas nuevas y prometedoras directrices, que incluyen valores que parecen delinear un futuro esplendoroso para el ser humano si son adoptados y cultivados conscientemente.
Dichas polarizaciones reflejan actitudes o posicionamientos vitales que se pueden catalogar en otros tres subconjuntos: 1. Regresivas; 2. Coyunturales y, 3. Progresivas.
1.-Regresivas.- Son aquellas tendencias que unidas a sus consiguientes formas de expresión en los distintos aspectos del quehacer humano, se destacan por sus denodados esfuerzos en mantener principios, valores, hábitos y estructuras del viejo orden, justamente los mismos que están en crisis.
Quienes sostienen esas actitudes se sienten satisfechos con el mundo que han heredado del pasado; de ahí que sean incapaces de concebir nuevas alternativas, pues no se les ocurre siquiera cuestionar el sistema establecido. Quien no se plantea preguntas tampoco necesita respuestas.
El surgimiento de otras actitudes diferentes, novedosas, provoca siempre en ellos prevención y rechazo, por la simple razón de no son las que ellos sostienen e implican, en la mayoría de los casos, el removimiento de las bases sobre las que se sienten cómodos y seguros.
Ese miedo a perder su «seguridad», los polariza desesperadamente a torno a las viejas ideas, de la misma madera que el náufrago que no sabe nadar, en el ofuscamiento producido por su miedo, se agarra a lo primero que tiene a mano, aunque sea la misma nave que se hunde y que terminará por arrastrarlo al fondo.
Dichas tendencias enarbolan los valores típicos del viejo orden: orgullos nacionales, patrióticos o raciales a ultranza, es decir, por encima de todo; miedo sistemático a cualquier planteamiento nuevo, que se manifiesta como conservadurismo exagerado, intolerancia, afán de supremacía, actitudes prepotentes, ya sea en él ámbito individual, nacional, racial o de clase social, defienden la carrera armamentista y el equilibrio del terror, comparten la idea de la competitividad pura y dura como base para el desarrollo socioeconómico, abogan por un desarrollismo desenfrenado…
2.-Coyunturales.- Son actitudes propias del momento de transición, de la crisis. No han tenido vigencia antes ni la tendrán después, al menos no en ese grado y amplitud. En su aspecto positivo significan una ruptura con lo anterior y por eso también podríamos llamarlas «rompedoras».
En su vertiente negativa no se desligan definitivamente del pasado adoptando valores y principios de futuro, su carácter es eminentemente pasivo.
Es el caso del pasotismo, de las drogas como medio para evadirse de la realidad, del sensualismo planteado como objetivo vital y de todo tipo de tendencias autodestructivas. Su ideal estaría representado por la frase siguiente: «El pasado no nos gusta, el futuro no existe; vivamos a tope el presente sin prescindir de nada, muramos jóvenes y al final seamos un bonito cadáver».
3.-Progresivas.- Se caracterizan por ser actitudes animosas, optimistas y responsables. Han surgido de un replanteamiento crítico del sistema actual en crisis y de una intensa búsqueda de alternativas, marcadas todas ellas por una visión holística.
Tienen en común el deseo de trabajar por el mejoramiento de la sociedad y consideran que es un objetivo posible si se adoptan las medidas oportunas.
Cultivan principios y valores como
- la libertad,
- la solidaridad,
- la colaboración,
- el pacifismo,
- la unión respetando la diversidad,
- la justicia social,
- la no discriminación en razón de raza, sexo, condición social, etc.;
Desean un desarrollo de la Ciencia y de la Técnica «a la medida humana», es decir, al servicio del ser humano y no al revés y que respete el medio ambiente; proclaman el diálogo como el mejor método para solucionar los problemas entre los hombres; se orientan hacia el universalismo, superando ilusorias barreras separativas entre los humanos -fronteras, lenguas, razas, clases sociales…-, siendo conscientes de la Unidad fundamental de la Vida.
El reto
Una vieja canción que escuché alguna vez decía en su letra: «O eres parte del problema o eres parte de la solución». ¿Qué quiero ser realmente, una parte del problema o una parte de la solución? Esta es la pregunta que cada cual ha de contestarse con total sinceridad en su interior.
Pensamos que la principal lección de nuestra época radica en saber distinguir todo lo que corresponde al «viejo orden», en disolución, que se muestra incapaz de responder adecuadamente a las nuevas exigencias humanas, al objeto de abandonarlo, de lo que representa el «espíritu del nuevo ciclo evolutivo que se prepara para la humanidad»; es decir, el conjunto de tendencias, actitudes y maneras de pensar, de sentir y de hacer, así como sus formas expresivas consecuentes, que se van revelando como directrices necesarias y adecuadas para salir del presente estado de crisis e inaugurar un futuro luminoso para la humanidad.
DIFICULTADES EN LA DIVULGACIÓN DEL ESPIRITISMO
Diversas y de distinto origen son las dificultades con las que tropieza un Centro Espírita al realizar sus actividades de divulgación. Vamos a enumerar y comentar algunas de ellas.
El nombre
La sola mención del término ESPIRITISMO en medio de cualquier colectivo humano levanta ya, en un importante porcentaje de éste, las primeras barreras de incomprensiones y prejuicios que dificultan notablemente el intercambio fluido de las ideas, el diálogo abierto y sincero.
En el medio geográfico y cultural que nos es familiar, prácticamente no existe una comprensión -siquiera aproximada-, prescindiendo de quienes ya están iniciados en estos estudios, del verdadero carácter y significado del concepto ESPIRITISMO.
Lo más benigno con lo que se le identifica quizás sean las actividades de los curanderos tradicionales y, en el otro extremo, se le suele relacionar e identificar con prácticas rituales supersticiosas, mágicas, oscuras… sobre todo desde el sector dominado por los dogmatismos religiosos.
Si hiciéramos una encuesta, en el centro de todo esto nos encontraríamos con una amplia variedad de respuestas, siempre presididas por la confusión y la amalgama de contenidos contradictorios que se colocan bajo el epígrafe «Espiritismo».
Y no podemos eludir este hecho, pues es algo vivo, con lo que nos encontramos día a día.
Todo ello porque nuestros pueblos no han sido verdaderamente libres, pues el equipaje cultural gestado a lo largo de los años, condicionado por un rígido dogmatismo que mediatizaba todas las actividades de los seres humanos, ha dado lugar a la formación de un trasfondo en la conciencia colectiva de un amplio sector de nuestros pueblos lleno de conceptos deformados, de prejuicios y de fobias, enraizados tan profundamente que han llegado ha convertirse casi en atavismos, los cuales se alzan como formidables barreras que obstaculizan, a veces casi insuperablemente, la posibilidad de acercarles de forma natural el contenido del Espiritismo.
La palabra «Espiritismo» también ha servido en muchas ocasiones como un oportuno «cubo de la basura» al que endilgarle cualquier práctica, de orden psíquico o mediúmnico, que pretendiera, aparente o realmente, establecer contacto con otros niveles de existencia, independientemente de las actitudes, métodos, formas e intenciones que tuvieran, todo lo cual ha traído como resultado un concepto totalmente deformado del Espiritismo, ajeno a su verdadera realidad, en la mente de muchos seres humanos.
Resulta asombroso que estas cosas ocurran cuando hay un método muy sencillo para verificar si un «rumor cultural», por muy extendido que pudiera estar, responde o no a la Verdad: ACUDIR A LAS FUENTES ORIGINALES. Esta práctica tan justa, tan lógica, tan evidente y natural no es, por desgracia, común.
El «cartelismo»
Líderes, escritores y oradores espíritas, utilizan en ocasiones de forma abusiva, en sus actividades de cara a la divulgación, el término Espiritismo, aparentando dar desmesurado valor al continente antes que al contenido.
Con ello crean en muchos de los oyentes o lectores una desagradable impresión, la de que se valora más un cartel o una bandera, que el contenido liberador que el mismo, se supone, cobija.
Sería preferible que los contenidos expuestos por los divulgadores espíritas se apartaran de las simples arengas y fueran más bien llamados a la concienciación, a la comprensión, al trabajo interno, a la elevación del pensamiento y el sentimiento, a la culturización, a la fraternidad activa.
Las ideas contenidas en el Espiritismo, en cuanto que representan un conocimiento cierto de las Leyes Universales, no son patrimonio de ningún nombre o cartel.
Son ideas, comprensiones, conocimientos, patrimonio de todo ser humano que sinceramente y libremente se adentre en la senda espiritual, llámela como la llame, tanto si las identifica con éste o con otro nombre, tanto si las pone sobre éste u otro cartel o bandera.
A los espiritistas lo que nos debe importar, por encima de todo, es contribuir a crear seres humanos verdaderamente libres, verdaderamente espirituales.
Los carteles, las palabras, son circunstancias propias de la vida material, que no existen en el plano de la conciencia.
Todo esto no significa ni mucho menos -¡cómo podría ser de otra forma!-, que tengamos temor o que rehusemos la utilización del término ESPIRITISMO cada vez que se tenga y se deba usar, con la intención siempre expresa de dignificarlo, presentándolo en su auténtica dimensión y significado.
Ningún espiritista consciente puede renunciar JAMÁS a este objetivo, porque no hacerlo sería privar a otros del conocimiento de un camino de evolución para el ser humano, que es posiblemente uno de los más actuales y vigentes, pues representa una síntesis histórica que supera y transciende, cualitativamente hablando, vías precedentes, presentándose realmente como UNA NUEVA VÍA DE CONOCIMIENTO, una nueva vía evolutiva de una potencialidad que estimamos sin límites.
La mitificación de determinados personajes
Como espiritistas libres, estudiosos, hemos de comprender que cada ser de aquellos que consideramos maestros, representan distintos eslabones de una misma cadena al servicio de un único objetivo: la evolución de la humanidad. Cada uno de esos maestros ha cumplido distinta función, a cada cual más trascendente, a cada cual más necesaria.
Es comprensible, sin embargo, que sintamos preferencia por este o aquel maestro en función de múltiples factores, como pueden ser el lenguaje, la afinidad personal, la cercanía histórica o cultural, etc.
Ello no implica que podamos dedicarnos a medir, clasificar u ordenar jerárquicamente a los maestros espirituales que han tenido existencia dentro de la humanidad. Porque, ¿quiénes somos nosotros para ello?, ¿Es, acaso, tarea que nos competa? ¿A qué nos conduce?.
¿No será más justo que digamos sencillamente: «Como espiritista me siento heredero de cuantos hombres y mujeres, en todo tiempo y lugar, han contribuido al avance y la mejora de la vida humana sobre el planeta, especialmente en lo relativo a la comprensión de nuestra verdadera naturaleza; los tomo como ejemplos, como referencias, como guías válidos, pero no los califico porque ni debo ni puedo; y, en cualquier caso, mis preferencias no indican más que determinadas condiciones espirituales y peculiares circunstancias personales»?.
En este sentido la figura de Jesús quizás sea la más controvertida y manipulada, no estando el medio espírita ajeno a esta extendida confusión.
Así, existen variadísimas interpretaciones sobre la vida y obra de este gran ser humano, aptas para todas las necesidades del «mercado espiritual», hasta el punto que pareciera que su figura y obra fuesen infinitamente maleables, capaces de acomodarse a las posiciones y actitudes más encontradas.
A Jesús lo han convertido en un mito, en un ídolo inaccesible que desde las ignotas cumbres -o abismos, eso habría que verlo- donde lo han colocado, llega a nosotros envuelto en reflejos irreales, como si de un espejismo se tratara.
A Jesús lo han sacado de la Ley general en su nacimiento, en su vida, en su obra y hasta en su muerte. Y sacándolo de la Ley general que rige a la humanidad, ¿cómo puede concebirse que aquellos que sostienen esas interpretaciones, pretendan erigirlo en ejemplo y guía máximo para el hombre, para el pobre, natural, simple y sujeto a leyes, ser humano?
Cuando a un ser se le sitúa inaccesible o se le califica de sobrehumano, ¿a quién sirve su ejemplo?. Éste sería útil y válido para nosotros en cuanto a ese ser se atribuyera una naturaleza igual a la nuestra, porque participando de esa misma naturaleza y, por consiguiente, de su potencial, sería imitable.
El Espiritismo presenta y ofrece la faz de un Jesús humano, un Jesús HOMBRE, sin duda de un nivel evolutivo superior, que centró su enseñanza en el ejemplo de su vida, en el Amor Universal que tenía activo en su intimidad espiritual.
Desde ahí Jesús deja de ser un ídolo artificial encerrado en una especie de urna, para convertirse en un verdadero modelo y guía para el hombre.
La falta de preparación
La falta de estudio e instrucción por parte de los miembros de los centros espíritas, representa un grave impedimento para una divulgación efectiva de los contenidos y enseñanzas del Espiritismo que cumpla con los requisitos de claridad, profundidad, seriedad y objetividad.
Los centros espíritas deberían ser permanentes núcleos de creatividad, espacios donde se fomente y cultive integralmente la espiritualidad humana.
Deberían ser terrenos abonados para la CULTURA, con mayúsculas: cultura de del sentimiento, de la mente, de la convivencia, de la solidaridad…
Los centros espíritas tendrían que ser lugares donde se motive en sus miembros el deseo sincero por instruirse y mejorarse en todos los sentidos.
De hecho, aquel que profundiza en la vía espiritual observa en sí mismo un hecho significativo: comienza a interesarse por todo, viéndose como un estudiante eterno, como un niño capaz de admirarse ante las maravillas que le rodean, capaz de sentir ese dulce hormigueo interno que le conduce a la búsqueda del conocimiento.
Por eso resulta sorprendente escuchar afirmaciones por parte de espiritistas que se consideran conscientes, en las que se expresa desinterés por leer otros libros que no sean espíritas.
Nos preguntamos si no es esa una actitud dogmática y sectaria, propia de personas fanatizadas que se limitan a considerar y valorar sólo aquellos libros estimados por ellas como «sagrados», actitud impropia, por tanto, del Espiritismo, impropia también para una divulgación correcta de éste
El mesianismo
Las actitudes mesiánicas y salvacionistas dentro del Espiritismo son una de las más claras muestras de incomprensión y desvirtuación del sentido histórico de esta ciencia y también uno de los mayores inconvenientes si se quiere hacer comprender el inmenso bagaje liberador que él ofrece al ser humano.
Para un ser humano librepensador, que ame la libertad, mesianismos y salvacionismos expresan una obtusa manera de entender la vía espiritual, propia de una mentalidad dogmática que a falta de comprensión, irradia fanatismo e intolerancia.
Detrás de cada «salvador» hay escondido en el fondo un dictador. El que pretende «salvarte» aspira casi siempre a dominarte. Pero el Espiritismo no pretende ni viene a «salvar» a nadie, porque nadie está condenado.
El Espiritismo representa una síntesis histórica alternativa, que se corresponde con un salto cualitativo en el nivel de consciencia humano.
Supone, cuando es acertadamente interpretado, un nuevo camino de evolución para una nueva humanidad.
Acoger el Espiritismo enarbolando actitudes mesiánicas y salvacionistas, produce un rechazo natural en los seres medianamente despiertos interiormente, ya que el que ha despertado no quiere oír hablar más de dogmas o de vías únicas.
Plantearse una divulgación del Espiritismo al estilo de una cruzada no es, desde luego, corresponder a su origen y naturaleza, ni a lo que aspiramos quienes vemos en esta ciencia, filosofía y moral un camino eminentemente liberador para el ser humano.
Mediumnismo sin crítica
Si bien las mediumnidades, cuando están bien orientadas, son fuente de progreso para los centros espíritas por la vivencia directa y práctica de la realidad espiritual y las informaciones valiosas que ayudan a solucionar problemas y a aclarar dudas, la práctica mediúmnica sin estudio, sin un sentido crítico desarrollado, es causa constante de inconvenientes para la divulgación espírita.
No está de menos recordar aquí, por ser ejemplo insuperable, la actitud que el maestro Allan Kardec nos legó, cuando en el «Libro de los Médiums», refiriéndose a los contenidos de las comunicaciones mediúmnicas, nos enseña: «Vale más rechazar diez verdades que aceptar una mentira, una sola teoría falsa».
Esto viene a colación, porque es sorprendente la facilidad con la que en algunos sectores del movimiento espírita, se aceptan ciertos contenidos o historias mediúmnicas sin haber sido sometidas a un análisis riguroso, sin haber recibido la sanción de la universalidad, como Kardec pedía.
Nos parece que es necesario hacer un llamamiento a la responsabilidad, reclamando de los espíritas un aumento de su capacidad crítica.
La Verdad nunca queda menoscabada por someterla a estudio, al contrario, se realza. Sólo la mentira, sólo lo que no tiene fundamento, puede sentirse peligrar con la investigación, el estudio y la comparación.
Es preciso no dar la imagen de que las filas del Espiritismo las componen inocentes crédulos.
Estudiemos en profundidad «El Libro de los Médiums», pues allí se encuentran las pautas a seguir a la hora de estudiar una comunicación mediúmnica, pautas que rezuman racionalidad y sentido común.
Las falsas espiritualidades
La divulgación por parte de algunos espíritas de un concepto de la espiritualidad que está más cercano a la «moralina religiosa» tradicional que a una concepción ética de altura, con base en una amplia conciencia, origina dificultades notorias a la hora de presentar una idea del Espiritismo desligada de los prejuicios dogmáticos propios de las estructuras religiosas.
Hay determinados «clichés», correspondientes a una idea de la espiritualidad humana trasnochada, que son aún esgrimidos y presentados como ideales dentro del contexto espiritista.
En vez de una espiritualidad humana natural consecuente a una toma de conciencia, se pretende a veces programar hasta el más mínimo detalle la conducta humana, ofreciendo respuestas prefijadas a cuantas circunstancias la vida nos pudiera plantear, con lo cual se contribuye a crear un ser humano falso, mecánico, que terminará confundiendo la cáscara con el fruto.
La espiritualidad del Espiritismo es una espiritualidad natural, integral, sin intermediarios, sin enemigos, sin templos, sin cultos, sin pecados, sin ídolos, evolucionista, universalista, de la sencillez…
La cuestión de las sectas
Nuestra época, en la que se manifiesta una crisis global por la que todo un mundo viejo está muriendo, a la par que un mundo nuevo lucha por nacer, pueden ser definida con dos expresiones claves: confusión y desorientación vital.
El ser humano tiene una tendencia natural a buscar seguridad. Quien no ha comprendido que la vida es un proceso dinámico presidido por la Ley de Evolución y que, por tanto, hemos de sintonizar conscientemente con ese proceso vital admitiendo y favoreciendo en nosotros el cambio; aquel que ha confiado siempre en el alimento mental predigerido que otros le han venido ofreciendo, cuando se da cuenta de que el molde o estructura en la que confiaba se derrumba, se encuentra desamparado, desorientado e inseguro. Su tendencia natural consiste entonces en buscar desesperadamente algo substitutorio a lo que agarrarse…
He aquí el campo abonado para el medro de vividores, aprovechados y dogmáticos, he aquí el campo abonado para las actividades sectarias.
Al tiempo, desde el mismo sistema agonizante, se produce una reacción de autodefensa que se manifiesta como miedo visceral a todo lo nuevo, a todo lo que sea distinto. Se aferran a lo conocido porque en eso estriban su seguridad y hasta, ingenuamente, su misma identidad.
De esta forma, encontrando justificación en los excesos y problemas ocasionados por determinados grupos sectarios, aprovechan la oportunidad para colocar todo lo que les es extraño, distinto, incomprensible, en el mismo saco; mezclando medias verdades con mentiras, inducen en la población una sensación de confusión y de miedo, que se traduce en un clima social de desconfianza generalizada contra todo grupo, colectivo, centro o asociación que realice actividades que parecen relacionarse con temas que, equivocadamente, muchos creen patrimonio de las religiones.
En este clima social un Centro Espírita, independientemente de que no haya ni la más mínima razón ni motivo en que apoyarse, se encuentra con dificultades para hacer llegar el mensaje espírita a los seres humanos de su entorno.
La desconfianza, metida hasta la médula, no permite a muchos seres humanos admitir, si no es a largo plazo, que existan personas que realicen una labor fraternal de ayuda y enseñanza, sin ningún interés egoísta o partidista y, sobre todo, sin ningún interés económico.
NECESIDAD DE UN REPLANTEAMIENTO CRÍTICO DEL LENGUAJE DEL ESPIRITISMO
Otro aspecto que nos parece interesante tocar es el del lenguaje en el Espiritismo. Creemos que es necesario una permanente actualización del lenguaje espiritista, mediante una puesta en común periódica dentro del movimiento, en los foros de reunión y debate que se establezcan, donde se tomen resoluciones consensuadas cuando aparezcan dudas, para el uso unificado de una terminología común.
En la nomenclatura espiritista habitual hay términos confusos e imprecisos. Parte de ese lenguaje ha sido y es utilizado habitualmente en otros contextos, con lo cual se presta fácilmente a la ambigüedad en lo que respecta a su significado.
Resulta necesario entonces, a falta de términos precisos, acudir a farragosas explicaciones o a sutiles matizaciones que no ayudan precisamente a la claridad de las ideas, porque si bien existen argumentos en favor de un significado, hay casos en que pueden esgrimirse otros, con no menos derecho, que apuntan en direcciones bien diferentes.
Pongamos un sólo ejemplo. El término «espiritista» o «espírita», es causa de grandes equívocos cuando se usa como adjetivo y es aplicado para caracterizar a la fenomenología mediúmnica, de tal forma que frecuentemente se habla de «fenómenos espiritistas o espíritas». Esta expresión es una puerta abierta a las falsas interpretaciones, porque da pie a catalogar cualquier reunión de experimentación mediúmnica como reunión espiritista, y bien sabemos los espíritas la enorme cantidad de problemas a que ha dado lugar la igualación artificiosa de las expresiones «sesión mediúmnica» y «sesión espiritista».
No toda sesión mediúmnica es espiritista y no toda sesión espiritista es mediúmnica. Lo que identifica a una sesión mediúmnica como espírita, es que se realice con la finalidad y los patrones filosóficos, éticos y técnicos desarrollados en el Espiritismo.
Esas sesiones en las que se experimentan contactos con el más allá y que indiscriminadamente se las denomina «sesiones espiritistas» sin serlo, que en no pocas ocasiones incluyen los más demenciales y absurdos ceremoniales, invocaciones mágicas, excentricidades, uso de alcohol o de drogas, etc., en las que se comercia con el interés o el dolor ajenos, muchas de las cuales terminan en situaciones desagradables, esas reuniones, repetimos, nada tienen que ver con una sesión espiritista.
Si verdaderamente hay actividad de contacto espiritual -de bajo tenor, claro- se las podrá llamar de forma general «sesiones mediúmnicas».
La expresión «sesión mediúmnica espírita o espiritista», debe calificar exclusivamente a aquella sesión mediúmnica que se realice bajo los patrones desarrollados en el seno del Espiritismo atrás mencionados. Igualmente, se debe hablar de fenómenos mediúmnicos y no de fenómenos espiritistas o espíritas, por las mismas razones apuntadas.
El movimiento espírita, al igual que ocurre en toda ciencia, necesita plantearse una revisión constante de su terminología, procurando que los significados y los significantes sean cada vez más ajustados. Todo ello redundará, sin duda, en la mejor divulgación de la doctrina espírita.
UN DEBATE INACABABLE: ¿ES O NO ES RELIGIÓN EL ESPIRITISMO?
En el movimiento espiritista mundial hay desde hace muchos años un debate permanente sobre una cuestión de fondo: ¿Es o no es el Espiritismo una religión?.
Este debate se presenta desde dos perspectivas: desde dentro, es decir, desde las mismas filas del Espiritismo y desde fuera. Comencemos a considerarlo desde esta última óptica.
Hablar con naturalidad de la muerte, el más allá, los espíritus y otras ideas y fenómenos de la misma familia, continúa siendo para muchas personas un tabú.
Actitudes y sentimientos como el miedo visceral -originado en la ignorancia-, el fanatismo, los prejuicios, etc., tienen en algunos de los temas objeto de interés, estudio e investigación en el Espiritismo, parte de sus más claros generadores.
Pocos temas se han prestado tanto a la creación mitológica, la desbordada fantasía, el dogmatismo y el miedo, como es la muerte y sus misterios.
En otro sentido, hablar de la muerte, del espíritu y su posible sobrevivencia en el más allá, aún no puede ser concebido por muchos fuera de los marcos religiosos.
Entienden que necesariamente tales conceptos entran dentro del conjunto de temáticas patrimonio exclusivo de las religiones.
Y es evidente que esta circunstancia se convierte, para aquellos que estamos enfrascados en reivindicar el carácter de Ciencia y no religión para el Espiritismo en consonancia con el maestro Kardec, en un obstáculo para la divulgación espírita, sobre todo entre aquellos que desencantados de las religiones buscan una nueva vía que responda a sus más profundas inquietudes espirituales o trascendentes, pero sin el entramado ritualístico y dogmático esclavizante de aquellas.
Una buena parte del pueblo llano y las mismas jerarquías sacerdotales, tienen plenamente asumido que dichos temas son de la exclusiva potestad de las religiones.
Esto supone que hablar de tales asuntos en un ambiente tradicional sea, para muchos, sinónimo de tratar de «cosas de religión».
Todo esto, no obstante, puede refutarse fácilmente; pongamos sólo un ejemplo: Hubo una época en que las teorías cosmológicas eran patrimonio de los sacerdotes, quienes determinaban lo que en dicha área estaba y no estaba bien fundamentado, siempre en función de las interpretaciones, prefijadas por ellos mismos, de unos textos considerados e impuestos como sagrados y, por tanto, inamovibles. Y pobre de quien en aquellos tiempos disentía públicamente de las tesis religiosas oficiales: de inmediato era convertido en combustible para una buena hoguera.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo las cosas han cambiado radicalmente. A nadie se le ocurre hoy pedir explicaciones y lecciones sobre astrofísica o cosmología a un sacerdote por el sólo hecho de serlo; hace mucho tiempo que el dogma religioso dejó de tener dominio sobre un terreno que es ahora campo de la Ciencia.
De la misma manera, a partir de mediados del siglo XIX, con el surgimiento del Espiritismo fundamentado:
- en el estudio experimental de la mediumnidad,
- las ideas sobre la existencia del espíritu humano,
- su sobrevivencia tras la muerte
- y sus formas de interacción con el plano físico,
dejaron de constituir terreno acotado de las religiones y entraron de lleno en el ámbito de la CIENCIA.
Desde entonces y en sentido global, es perfectamente posible alcanzar y mantener unas convicciones trascendentes con fundamento en el estudio experimental o, lo que es lo mismo, con base en la Ciencia.
Esas convicciones nada tienen que ver, pues, con «creencias religiosas»; por eso a nadie que se acerque al Espiritismo se le pide: «¡Cree!»; su mensaje es muy distinto: «Estudia, investiga, razona, eleva tu mente y tu corazón, hazte ideas propias, convéncete por ti mismo y a partir de ahí sé consecuente con tu conciencia».
Consideremos ahora el asunto desde la otra perspectiva, desde dentro:
Entre las filas de los espiritistas, atribuir al Espiritismo el carácter de religión proviene, a nuestro parecer, de una confusión inicial: la de identificar religiosidad con espiritualidad.
Sin embargo espiritualidad y religiosidad son conceptos que poco tienen que ver uno con el otro.
En su intervención en el marco del III Congreso Mundial de la Federación Espiritista Internacional, celebrado en Amsterdam en 1954, el Sr. Melvin O. Smith, representante norteamericano, analizando este asunto decía:
«Los hombres buenos pueden ser solamente hombres morales. La religión no es monopolio de estas cualidades… La mayoría de los filósofos no eran hombres religiosos; algunos desaprobaban la religión, pero generalmente parecen haber sido hombres buenos…».
Se puede ser muy espiritual y nada religioso. Y a la inversa, se puede ser muy religioso y nada espiritual. Espiritualidad y religiosidad no pueden, pues, considerarse sinónimos.
El Espiritismo busca contribuir a hacer seres humanos espirituales más que seres humanos religiosos.
Recordemos que la espiritualidad de la que aquí hablamos es la manifestación viva en un ser humano de las cualidades propias del espíritu.
Queda aún por considerar un último resquicio del que se valen muchos para calificar al Espiritismo como religión:
Se dice que ciertamente el Espiritismo no es UNA religión, pero sí que ES religión, porque es un camino que nos «religa» con la divinidad.
Este argumento es doblemente falso: En primer lugar, suponer que en algún momento, cualquiera de las cosas o seres creados pudiera estar, siquiera una milmillonésima de segundo -por decir algo- desligada de la Causa Una, de la Fuente Generatriz, Creador, Dios, Todo, o como queramos llamarla, equivaldría a que dicha creación, objeto o ser, dejase de existir instantáneamente.
Otra cosa es que seamos conscientes o no de esa ligazón. Según el Espiritismo los espíritus partieron, en el insondable origen, como chispas divinas, con todas sus potencialidades más inocentes, sin consciencia.
Nuestro paso a través de la creación constituye el camino de la experiencia, que nos permite ir activando nuestras potencialidades dormidas y adquirir paulatinamente mayores grados de consciencia hasta ser, en un futuro indeterminado, según dicen los espíritus superiores, «cocreadores con el Todo».
El concepto de que nosotros, como espíritus, fuimos en un tiempo pasado, también indeterminado, plenamente conscientes, es decir, que estuvimos «conscientemente ligados a la divinidad», pero que luego «caímos en el mal» y perdimos nuestra estado original, sumergiéndonos en la materia para posteriormente, a través de un largo y doloroso proceso regenerativo, volver a «religarnos» con lo absoluto, es un concepto judeocristiano contrario a las tesis espíritas.
Finalmente, ignoran quienes ven al Espiritismo como religión, que al igual que innumerables páginas de la historia, muchas palabras, al amparo de intereses espúreos, están hoy totalmente desnaturalizadas, pues su sentido etimológico original ha sido arbitrariamente tergiversado.
Desde este punto de vista la etimología original de religión no solamente no sintoniza con el sentido que tiene el Espiritismo, sino que se aparta de él radicalmente. Veamos.
Si acudimos a una autoridad como Cicerón, tal como lo explica en sus «Etimologías», RELIGIO proviene del verbo «relegere», que significa «reagrupar». Con tal palabra se designaba entre los romanos al escrúpulo o preocupación característica de la religión romana por realizar los rituales según las normas, al modo adecuado de «reagrupar» lo que guardaba relación con el culto a los dioses. Por tanto, «reagrupar» («re-legere»), es la etimología de «religio» que propone Cicerón.
El cristianismo heredó la palabra y la transformó. Si atendemos a lo que se dice en la obra «Las instituciones divinas» de Lactancio, retórico romano convertido al cristianismo hacia el año 300, se puede tener una idea de dicho cambio.
Lactancio rechaza sin fundamentarlo, sin apelar a otra razón que la conveniencia, las etimologías ciceronianas. Así, para él «religio» no vendría de «relegere«, sino de «re-ligare» (unir de nuevo).
Esta interpretación pone de relieve una concepción totalmente diferente y decididamente cristiana de la religión, que modifica y pervierte el sentido original de la palabra, porque tal modificación interesaba a los edificadores de la organización religiosa que estaban levantando, concebida como una unión personal que «ob-liga» al cristiano respecto a Dios.
En su sentido primario, auténtico, original, la palabra religión implicaba, pues, el estricto y ordenado cumplimiento de los rituales y ceremoniales establecidos para dar culto a los dioses romanos.
Esta concepción choca frontalmente con el sentido profundo del Espiritismo, que busca desprenderse de todo tipo de bastones psicológicos renunciando, por evidenciar la carencia del valor que se les atribuye a las fórmulas sacramentales, a los sistemas o palabras especiales y a los ceremoniales externos para establecer una relación con la divinidad, que debe estar basada exclusivamente en el sentimiento auténtico del momento interiorizado, reservado, íntimo, espontáneo…
EL ESPIRITISMO Y LA CIENCIA
La Ciencia, en su concepción filosófica, es un «modo de conocimiento». Desde este punto de vista la ciencia no es ni puede ser materialista o espiritualista, la Ciencia simplemente investiga lo que ES y responde a lo que ES.
La Ciencia es un lenguaje universal que está por encima de creencias y filosofías. Aún así hay que reconocer que la Ciencia actual está colonizada y dominada por la visión materialista que impera todavía en el mundo. La Ciencia actual está en muchos aspectos pervertida porque la han forzado a reflejar la imagen condicionada que sus mismos portavoces mantienen.
El pensador norteamericano Herbert Spencer decía:
«Existe un principio que se resiste a toda información, que se resiste a toda argumentación, que nunca deja de mantener al hombre en una ignorancia perenne; ese principio es el de desestimar lo que no se ha investigado».
No hay nada más anticientífico que negar o afirmar a priori sin estudiar. En este sentido, la actitud de Kardec fue, a lo largo de toda su vida, la actitud de un científico puro, no condicionado, libre, cuya única aspiración fue la búsqueda de la Verdad.
Kardec también dejó bien claro en su momento, que la única pretensión que albergaba era que el Espiritismo fuera considerado una más entre el conjunto de las Ciencias Naturales.
LOS CENTROS ESPÍRITAS
Ya dijimos que los Centros Espíritas deberían ser permanentes núcleos de creatividad, espacios donde se fomente y cultive integralmente la espiritualidad humana, terrenos abonados para la CULTURA en el más amplio sentido del término.
Añadimos ahora que un Centro Espírita debe promover el modelo de un ser humano sin complejos, consciente de sus obligaciones y derechos.
A veces me he preguntado porqué algunas personas tienen la imagen de los Centros Espíritas como lugares oscuros, lóbregos, frecuentados por personas calladas, serias y tristes… ¿No es ésta, muchas veces, la imagen de una iglesia?
Nosotros abogamos porque los Centros Espíritas se parezcan cada vez más a una escuela y menos a una iglesia.
Antes que cualquier otra cosa, los Centros Espíritas tendrían que ser escuelas donde se «aprenda a aprender», tendrían que ser lugares donde se motive permanentemente en sus miembros un sincero afán por instruirse y mejorarse en todos los sentidos.
La alegría, derivada de la comprensión sentida de nuestra verdadera realidad, tiene que ser una nota relevante en el ambiente de un Centro Espírita.
Las actividades espíritas son serias y formales, pero el buen humor ¿está, acaso, en contradicción con la labor de un Centro Espírita? No, ni mucho menos.
Habiendo estado reflexionando sobre esta cuestión, participaba poco tiempo después en una de nuestra reuniones de educación mediúmnica, en su transcurso un amigo invisible me susurró al oído la clave para resolver el asunto: «Humor con Amor«, me dijo. Fomentemos la alegría y el sano sentido del humor en los centros espíritas, teniendo como señal orientativa el amor al semejante.
La meta a la que aspiramos es que los Centros Espíritas se conviertan en escuelas para el cultivo integral de la espiritualidad humana, y con ello poder ir alcanzando progresivamente la categoría de SERES HUMANOS COMPLETOS.
EL ESPIRITISMO ANTE LAS NECESIDADES DE LA HUMANIDAD ACTUAL
El Espiritismo ha estado históricamente a la vanguardia de los progresos sociales de la humanidad.
En épocas bien difíciles la voz de los espíritas se alzó a favor de la supresión de la esclavitud y la pena de muerte.
El Espiritismo fue también pionero en la lucha por la igualdad de derechos de la mujer, por la universalización de los derechos civiles y democráticos, por la eliminación de los estados confesionales, por la extensión de un sistema educativo laico, universal y público, por los ideales del pacifismo, por los derechos de los animales…
Esa herencia no podemos dilapidarla los espiritistas de comienzos del siglo XXI. El Espiritismo tiene que estar hoy al lado de la luchas y esfuerzos emprendidos a favor de la dignidad humana y de la vida toda sobre el planeta, contra el racismo y todo tipo de exclusiones, a favor de la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible…
Aún así hay algunos temas en los que la posición espiritista no está perfectamente definida y eso da lugar a que sea confundida con otras posturas totalmente diferentes. Uno de estos temas es el aborto.
Por el conocimiento espiritista sabemos lo laborioso que es preparar una reencarnación. Sabemos también de la terrible desilusión y hasta desquiciamiento que se produce en un espíritu que ve frustrada su oportunidad de nacer, frustración que puede convertirse en infinita tristeza, en desesperación, o en odio y persecución con deseos de venganza, en función del grado evolutivo del espíritu en proceso de reencarnación.
Ahora bien, la posición espiritista ante el aborto es bastante diferente a la que mantiene el catolicismo, por ejemplo, que se basa en la suposición que con un aborto se corta definitivamente la posibilidad de ser a un ente espiritual.
El Espiritismo tiene que manifestar su oposición al aborto indiscriminado -el terapéutico lo admite, ver cuestión nº 359 del «Libro de los Espíritus»– explicando el porqué de su postura, ofreciendo conocimiento pero sin condenar ni anatematizar.
El problema del aborto, tal como hoy está planteado, hay que situarlo en el contexto de un mundo presidido por el desconcierto y la desorientación, bajo la égida del materialismo.
En ciertas comunicaciones mediúmnicas dadas por los espíritus en diversos lugares del mundo, estos han manifestado más o menos lo siguiente:
«El espíritu debe estudiar la ciencia, la filosofía y practicar la moral, y no se puede hacer lo tercero sin haberse capacitado debidamente en las dos anteriores».
Dicha afirmación parece patentizada en el panorama que nos presenta el mundo actual: un extraordinario desarrollo científico y tecnológico, al tiempo que una evidente incapacidad para hacer partícipes de los beneficios de ese desarrollo a toda la humanidad.
De ahí las terribles desigualdades entre unas regiones del planeta y otras, mientras en unas, las menos, se nada en la opulencia y hasta el derroche, en otras sus habitantes carecen incluso de lo básico y mueren de inanición.
Muchos ven en esto la expresión de lo desorientado del camino humano en la actualidad y en parte es así. Pero todo puede verse desde otro punto de vista:
Si es cierto que estamos a punto de ocasionar un gran desastre en el planeta, no menos cierto es que disponemos hoy de medios con potencialidad para acabar con las grandes desigualdades humanas.
¿Qué falta entonces? Solo hace falta un pequeño salto cualitativo en nuestra conciencia, dejando atrás este apabullante egoísmo que domina la vida humana actual.
La clave de esto podría estar en lo dicho en una sesión mediúmnica celebrada en la sede de la Sociedad Espiritista Española, en Madrid, el 28 de junio de 1872, en la que se pidió a los espíritus una fórmula que permitiera resolver lo que entonces se llamaba la «cuestión social» y que hoy denominamos «crisis». Los espíritus respondieron, como recoge su secretario, Diodoro de Tejada, lo siguiente:
«Una fórmula pedís? ¿ Una fórmula que establezca para el porvenir la felicidad humana? Sólo puede plantearse el resultado, la solución del problema. La fórmula sólo es dada encontrarla a la humanidad, porque en ella misma está la fórmula la busca, puesto que harto presienten vuestros espíritus cuál será su glorioso porvenir, porque lo sienten. Todos producir con arreglo a la aptitud de cada cual y todos participar del producto de los demás. He aquí la aspiración que una vez alcanzada, el cielo bajará a la Tierra, o mejor dicho, la Tierra se elevará hasta el cielo».
Cultivar la paz interior
La visión espírita de la vida nos da una nueva perspectiva que supone un trastoque de los valores tradicionales y trae consigo un reposicionamiento del ser ante las circunstancias del diario existir. Una de las consecuencias de esta visión consiste es lo que yo denomino «desdramatización».
El espírita consciente contempla la vida desde un punto de vista que le hace no hundirse ante las adversidades, ya que relativiza muchas de las situaciones que a otros sume en la desesperación.
Esto ocurre especialmente con relación a todo lo que se refiere al mundo material, ya que, bien lo sabemos, en el momento de partir nada material nos llevamos.
El espírita consciente permanece calmado ante multitud de problemas que acucian al ser humano ordinario, sabe que todo esfuerzo positivo no se pierde y que dará sus frutos tarde o pronto. Esa seguridad interna y esa serenidad son su fortaleza.
Si hay algo que realmente pueda llamarse revolucionario (re-evolucionario), ese algo es el conocimiento espiritual. Aquel que se adentra en la senda de la búsqueda espiritual, impregnándose de sus valores, se ve marcado por el sello de una «bendita maldición»: de ahí en adelante nada que esté fuera de ese camino llenará sus aspiraciones. Y podrá, en un momento dado, hasta querer abandonar, alejarse, apartarse del camino espiritual, volver a su mundo anterior, pero entonces se dará cuenta de que no puede hacerlo y que si persiste en ese intento de abandono, comienza a sufrir como nunca antes había sufrido.
El espiritista consciente se esfuerza en alcanzar y mantener una coherencia entre las aspiraciones del ser interno y la vida exterior, porque de ello dimana su paz íntima, él único tesoro que llevaremos con nosotros allá donde vayamos.
Mantener la llama
En España parece que no estamos actualmente en un tiempo ideal para la difusión abierta y sincera del ideario del Espiritismo, al menos en los medios de comunicación de masas.
Se nota la enorme presión de los poderes fácticos para desinformar, deformar y desorientar, lo que a fin de cuentas no es más que reflejo del terrible miedo de los poderes e intereses de los que son portavoces.
Decía el autor argentino Mario Rodríguez Cobos en una de sus obras: «Cuando veas una gran fuerza no te opongas a ella, retrocede y cuando veas que aquella se debilita entonces avanza con resolución». A esto podríamos llamarlo el «principio de la acción oportuna», que debería ser tenido en cuenta a la hora de realizar las actividades divulgativas del Espiritismo.
En medio del caos, en medio de tiempos difíciles, ahora o en el futuro, no se consigue nada con caer en el pesimismo o en la negatividad, ni en el dramatismo o la desesperación…
Si tales tiempos sobrevienen, mantén, hermano, la llama del conocimiento espiritual, mantén tu legado, pues nadie podrá atarte el alma. Y recordemos también que «cuanto más oscura está la noche más cerca está el amanecer».
La llama de la visión espiritual de la vida, con todo lo que ello implica, tiene que estar encendida en nuestro interior, a pesar de las circunstancias adversas que se puedan dar en el mundo exterior, a la espera de tiempos mejores.
Distinguir lo importante de lo urgente
Demasiadas veces en nuestras vidas lo urgente se sobrepone a lo importante.
Tanto en el ámbito individual como colectivo, la vida nos exige respuestas inmediatas a innúmeras supuestas necesidades de la vida diaria, mientras vamos arrinconando poco a poco lo más importante diciendo «mañana lo haré», o «el año que viene me dedicaré a ello».
En el mundo actual hay problemas de todo tipo y cada uno de ellos demanda respuestas efectivas.
El hambre que acaba diariamente con miles de personas en los países del tercer mundo, las guerras, las discriminaciones de todo tipo, la destrucción de la naturaleza…
Los espíritas nos tenemos que involucrar, en la medida de las fuerzas de cada cual, en las iniciativas que vayan en pos de la solución de esos problemas, pero sin olvidar la que es nuestra tarea fundamental: contribuir a la educación y al ennoblecimiento de la mente y el corazón del hombre a través del conocimiento de nuestra verdadera naturaleza, porque es desde el interior de los seres humanos desde donde se producirán los cambios reales en la humanidad.
Superar la «lógica de la reacción»
Los espiritistas debemos ser seres creativos, no automáticos.
Si queremos ser libres hemos de sobreponernos a los condicionantes y programaciones del «stablishment», que busca la preeminencia y la permanencia de unos valores o status quo determinado.
Un pensamiento expresado por un espíritu en un libro que leí en cierta ocasión, decía: «Si cada día no ves algo nuevo con cada mirada, es que estás dormido o muy cerca de estar dormido».
Este «ver algo nuevo cada día» es el resultado de conseguir el estado de alerta, el estado de «despierto» al que se han referido tantos autores espiritualistas de todos los tiempos.
Un ser espiritualizado debe mantener su estado de despierto para ser creativo y, por tanto, no puede ser previsible, es decir, no puede simplemente reaccionar.
El sistema promueve permanentemente la formación de seres previsibles, que respondan automáticamente a las programaciones que han venido depositando en sus subconscientes para poder dominarlo y dirigirlo en función de sus intereses.
El espiritista tendría que ser un ser que acciona, no que reacciona. Pero para esto debe superar los comodismos y los conformismos.
No juzgar
Es tremendamente importante que los espíritas aprendamos a no juzgar y a encasillar a las personas.
No debemos asumir roles que no nos corresponden.
Nuestra tarea es aprender sin límites y hacer el mejor bien que podamos, nada más y nada menos.
Para poder juzgar hay que estar en el secreto de todos los elementos que entran en juego en la génesis de un hecho, y ¿quién de nosotros es capaz de decir que los conoce todos? No juguemos a ser jueces.
Un mal es siempre un mal, un crimen es siempre un crimen, pero un mal o un crimen, siendo aparentemente iguales, pueden obedecer a motivaciones completamente diferentes y son contemplados bajo las Leyes Espirituales de manera también diferente.
A este respecto la enseñanza de los espíritus es tremendamente clara. En la cuestión 672 de «El Libro de los Espíritus», se inquiere al mundo espiritual sobre la diferencia de méritos que pudiera haber atendiendo al tipo de ofrendas que el hombre ha concebido para agradar a la Divinidad según los tiempos. Esta es la respuesta que se obtuvo:
«Ya os he respondido diciéndoos que Dios juzgaba la intención, y que el hecho tenía poca importancia para él».
En la misma contestación, poco más adelante, se añade que «todo lo es la intención y nada el hecho».
En la cuestión 747, habiendo preguntado Kardec si el asesinato tenía siempre el mismo grado de culpabilidad, los espíritus le respondieron: «Ya lo hemos dicho, Dios es justo, y juzga más la intención que el hecho».
Para mayores detalles invitamos a leer las cuestiones nº 636, 637 y 830.
La misma actitud hemos de tener los espíritas con respecto a las injusticias sociales.
Nuestro deber moral es echar una mano, según nuestras fuerzas y posibilidades, en la erradicación del mundo de las diferentes situaciones sufrientes derivadas de las injusticias sociales.
No es nuestro papel ponernos a especular sobre supuestas causas derivadas del pasado que estarían detrás de la situación sufriente por la que pasa un individuo, un grupo de individuos o un pueblo.
No podemos justificar ninguna situación sufriente, social o particular, sobre la base de explicaciones derivadas del pago de «deudas» provenientes de otras vidas.
Servir
En cierta ocasión, en medio de una comunicación mediúmnica obtenida en el Grupo Espírita de La Palma, se nos dijo: «Es más importante saber recibir que dar». Esta aseveración suscitó en nosotros una profunda reflexión, en la que comprendimos la tremenda verdad que encerraba esa sencilla frase.
Hoy hay, en ciertos sectores de nuestra sociedad relacionados con las ideas espiritualistas, un afán desmesurado por ayudar a los demás, por «dar». Sin embargo constatamos con asombro que tras este aparente altruismo se encuentra muchas veces la vindicación personalista, es decir, un oculto afán de reconocimiento personal.
El panorama está lleno de supuestos elegidos con grandes «misiones» que cumplir, mas todo esto poco tiene que ver con aquella enseñanza de Jesús de que «tu mano izquierda no se entere de lo que da tu mano derecha».
Muchos seres humanos imbuidos por esa fiebre del «dar», en vez de llevar claridad al mundo, lo que están llevando es más confusión.
Quien no sabe recibir no puede dar. Es decir, quien no tiene la humildad suficiente para reconocerse en posición de recibir, ¿cómo podría dar luego de verdad?.
Un auténtico servidor -que es un término que me gusta más- como debe ser un espiritista consciente, está atento a la oportunidad de servir, pero siempre lo hará con delicadeza, sin ostentación, sin buscar la publicidad, sin denigrar ni rebajar, compartiendo de hermano a hermano.
EL PARADIGMA DEL SER HUMANO-ESPÍRITA
Afirmaba un famoso filósofo que «el sueño de la razón crea monstruos». El puro intelectualismo, la inteligencia unida a una férrea voluntad pero sin un sentimiento igualmente desarrollado, puede permitir a un ser estructurar argumentos «lógicos» tendentes a justificar cualquier acción, aunque fuera la mayor barbaridad que una mente pueda concebir. Así se explica la existencia de personalidades como Hitler…
Parece ser una pauta en la evolución humana que el equilibrio moral sea la última fase en alcanzarse.
La necesidad de un desarrollo moral, ético o del corazón, es un mensaje necesario en unos tiempos presididos por un desarrollo tecnológico fenomenal.
Sin embargo algunos, pretendiendo lograr ese objetivo caen nuevamente en un error secular.
Proponiendo una posición unilateral, ofrecen un mensaje sesgado en el que alientan el desarrollo moral al tiempo que poco menos que satanizan el intelecto culpándolo del desequilibrio del mundo actual.
Según esto, progresar espiritualmente sería el resultado sólo de ser buenos y hacer muchas obras de caridad.
Rechazan estos el estudio y la preparación intelectual, aluden a ciertos elitismos, hablan de que hay que estructurar un mensaje llano, que llegue a todos…
Se olvidan que un mensaje que llegue a todos es una utopía, porque la comprensión espiritual es cuestión de madurez interna y no de palabras; piensen, si no, en el hecho de que los más grandes maestros que han venido a este mundo, no lograran convencer a todos sus contemporáneos de la excelencia de su mensaje.
El paradigma del ser humano espírita no puede estar sustentado en un mensaje cojo. El paradigma espírita propone un ser humano que desarrolle, a la par y en armonía, todas sus potencialidades, para poder convertirse en un ser humano en plenitud.
Hay que ser buenos, sí, pero aunque eso sea lo más importante, no basta, debemos ser mejores. La bondad es siempre bondad, pero la bondad unida a la inteligencia y concretada por la voluntad produce todavía mejores frutos.
Aplicado esto a nuestro hacer en el mundo que nos rodea, podemos decir que si nuestra razón nos lleva a comprender las bases del desequilibrio planetario, si la solidaridad deviene como consecuencia del aumento de nuestra capacidad de sentir, la justicia entonces resultará de aunar sentimiento e inteligencia.
Necesitamos, pues, aumentar nuestra solidaridad, para que finalmente lleguemos a implantar la justicia.
Si definimos el sentimiento como la capacidad para situarse en el lugar del otro; a la razón como la capacidad para comprender y a la voluntad como la fuerza que lleva a concretar o a ser, a los impulsos de la mente y el corazón, el paradigma del ser humano espírita promovería la gradual e íntegra manifestación en un ser humano de toda su espiritualidad, es decir, a la armoniosa conjugación de corazón, mente y voluntad.
Mario Rodríguez Cobos, autor al que ya hicimos mención con anterioridad, ha escrito en otra de sus obras lo que sigue:
«¿Qué imagen tienes de los sabios? ¿Verdad que los concibes como seres solemnes, de ademanes pausados… como quienes han sufrido enormemente y en función de ese mérito, te invitan desde las alturas con suaves frases en las que se repite la palabra «amor»?
Yo, en todo verdadero sabio, he visto un niño que corretea en el mundo de las ideas y de las cosas, que crea generosas y brillantes burbujas a las que él mismo hace estallar. En los chispeantes ojos de todo verdadero sabio he visto danzar hacia el futuro los pies ligeros de la alegría. Y muy pocas veces he escuchado de su boca la palabra «amor»… porque un sabio verdadero nunca jura en vano».
Amor, he aquí otra palabra, otro concepto, que requiere de algunas matizaciones.
Tengo muchas veces la impresión de que en el contexto espírita se habla de forma abusiva de «amor», pero que no en la misma medida se practica lo que ello significa…
No nos quedemos sólo en las palabras y menos dejemos deslumbrarnos con ellas, porque ese AMOR con mayúsculas, amigos y hermanos, no es algo que esté a años luz de nosotros, es algo de todos los días pues, ¿a que se reduce, en última instancia, ese Amor que tanto pregonamos los espiritistas y otros? Pues a cosas muy sencillas como el respeto, la buena voluntad, la capacidad de perdonar, la solidaridad, el afán de colaboración con todo impulso positivo que se da en nuestro alrededor, el sentimiento de fraternidad…
He aquí el sentido de las últimas frases del fragmento que antes expusimos, sentido que comparto y hago mío. Hablemos de «amor», sí, pero preferible es que practiquemos y demostremos esa capacidad de amar en el diario vivir.
En definitiva, el paradigma del ser humano espírita alienta y es capaz de producir hombres y mujeres activos, sabios y amorosos; optimistas, pero no insensatos; sencillos, pero no simples; alegres, pero no superficiales; serios, pero no taciturnos; profundos, pero no herméticos; espontáneos, pero no irreflexivos; naturales, pero no desconsiderados; concentrados, pero no aislados; creativos, pero no excéntricos.
CONCLUSIÓN
El Espiritismo hoy en día, cuando falta poco para cumplirse 150 años de su codificación, (se refiere al año 2002 de esta conferencia) no ha perdido un ápice de actualidad, sus principios y aspiraciones siguen siendo tan vigentes como en tiempos de Kardec.
Quizás eso sea así porque el Espiritismo alberga valores trascendentes que no vinieron para una época, una generación o un siglo, sino que vinieron para iluminar el camino de la evolución humana por muchas épocas, muchas generaciones y muchos siglos.
Su edificación sobre principios universales, su carácter eminentemente abierto y progresivo le dan esa proyección.
Por eso es importante saber distinguir en la obra de Kardec los principios de las simples informaciones: los principios se mantienen, las informaciones se aclaran, amplían, completan y complementan con el paso del tiempo.
Aún así el Espiritismo continúa siendo un gran desconocido y su divulgación enfrenta no pocos problemas, algunos externos y otros internos.
Los internos están en manos de los espíritas solucionarlos; los externos se irán superando poco a poco, pues como decía Einstein, «es más fácil desintegrar un átomo que destruir un preconcepto».
Los espiritistas debemos ser conscientes de lo inapelable de la Ley de Evolución, debemos considerar cualquier problema en su justa dimensión, con naturalidad y sin dramatismos.
Debemos saber que el trabajo bien hecho, digno, correctamente orientado, fraternal y sin alharacas es el mejor camino para poder ir en pos de nuestros ideales, porque la Verdad tiene su fuerza en su permanencia.
El espiritista de comienzos del siglo XXI tiene que jugar un papel protagonista en su tiempo sin apartarse del mundo, viviendo entre todos pero sin ser como todos.
Para ello no necesita ropas especiales, ni distintivos, ni carnets, ni banderas, como no sea la de la fraternidad, le basta sencillamente con vivir su propia normalidad, la de un ser humano consciente de su realidad interna y del sentido de la vida humana sobre el planeta.
Por Oscar M. García Rodríguez. «Grupo Espírita de la Palma«
La Palma, Octubre de 2002
Transcripción completa de su conferencia que desarrolló en las “II Jornadas Andaluzas”, celebradas en San Fernando (Cádiz), el 1 y 2 de Noviembre de 2002.
Nota: Adjuntamos esta conferencia en documento PDF de 34 páginas que puedes descargar desde aquí: