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Peligros del Espiritismo

Entre los experimentadores del Espiritismo, queriendo algunos, con objeto de comprobación, fijar ellos mismos las condiciones de la producción del fenómeno, acumulando obstáculos y exigencias, no han obtenido ningún resultado satisfactorio, y, desde entonces, han sido hostiles a esta clase de hechos.

Debemos recordar que las comunicaciones de los Espíritus no pueden ser comparadas a las experiencias de física y de química. Aun éstas están sometidas a reglas fijas, fuera de las cuales todo resultado es imposible.

En las manifestaciones espiritistas nos hallamos en presencia, no ya de fuerzas ciegas, sino de seres inteligentes, dotados de libertad y de voluntad, que a veces leen en nosotros, disciernen nuestras intenciones malévolas, y, si son de un orden elevado, se cuidan muy poco de satisfacer nuestros caprichos.

El estudio del mundo invisible exige mucha prudencia y perseverancia.

Sólo después de años de reflexión y de observación se adquiere la ciencia de la vida, se aprende a conocer a los hombres, a  juzgar su carácter y a preservarse de las asechanzas de que el mundo está lleno.

Más difícil aún de adquirir es el conocimiento, de la humanidad invisible que nos rodea y que flota por encima de nosotros.

El Espíritu desencarnado se encuentra más allá de la muerte tal como él mismo se ha hecho durante su estancia aquí bajo.

No es ni mejor ni peor.

Para dominar una pasión, corregir un defecto, atenuar un vicio, se necesita a veces más de una existencia.

Resulta que en la multitud de los Espíritus, los caracteres serios y reflexivos están, como en la Tierra, en minoría, y los Espíritus ligeros, apasionados por las cosas pueriles y vanas, forman numerosas legiones.

El mundo invisible es, pues, en una escala más vasta, la reproducción, el duplicado del mundo terrestre.

Allí, como aquí, no todos poseen la verdad y la ciencia.

La superioridad intelectual y moral no se obtiene sino por un trabajo lento y continuo, por la acumulación de los progresos realizados en el curso de una larga serie de siglos.

Sabemos, sin embargo, que este mundo oculto influye constantemente sobre el mundo corporal.

Los muertos tienen ascendiente sobre los vivos, los guían y los inspiran sin que ellos lo sepan.

Los Espíritus se atraen en razón de sus afinidades.

Los que se han despojado de la envoltura carnal, asisten a los que están aún revestidos con ella.

Los impelen por la senda del bien, pero también los empujan a veces por la del mal.

Los Espíritus superiores no se manifiestan más que en los casos en que su presencia puede ser útil y facilitar nuestro adelantamiento.

Huyen de las reuniones ruidosas y no se dirigen más que a los hombres de intenciones puras.

Nuestras oscuras regiones les agradan poco.

Así que pueden, se vuelven a los centros menos cargados de fluidos groseros pero a pesar de la distancia, no cesan de velar por sus protegidos.

Los Espíritus inferiores, incapaces de aspiraciones elevadas, se complacen en nuestra atmósfera.

Se mezclan en nuestra vida, y, preocupados únicamente de lo que ocupaba su pensamiento durante la existencia corporal, toman parte en los placeres y en los trabajos de los hombres a quienes se sienten unidos por analogías de carácter o de costumbres.

Llegan a veces a dominar y a subyugar a las personas débiles que no saben resistir a su influencia.

En ciertos casos su dominio llega a ser tal, que pueden llevar a sus víctimas hasta el crimen y la locura.

Los casos de obsesión y de posesión son más comunes de lo que se piensa.

Ellos dan la explicación de muchos hechos relatados en la historia.

Sería peligroso entregarse sin reserva a los experimentos espiritistas.

El hombre de corazón recto, de juicio ilustrado y firme, puede hallar en ellos consuelos inefables y preciosas enseñanzas.

Mas aquel a quien sólo inspirase el interés material, o que no viese en estos hechos más que una frívola diversión, sería fatalmente el juguete de Espíritus pérfidos, que, halagando sus inclinaciones y seduciéndole con brillantes promesas, captarían su confianza para abrumarle enseguida de burlas y desengaños.

Se necesita, pues, una gran prudencia para entrar en comunicación con el mundo invisible.

El bien y el mal, la verdad y el error están allí mezclados, y para distinguir uno de otro, hay que pasar todas sus revelaciones y todas sus enseñanzas por el tamiz de un juicio severo.

No debe uno aventurarse por ese terreno más que paso a paso y con la antorcha de la razón en la mano.

Para apartar las malas influencias y para alejar las hordas de Espíritus ligeros o maléficos, basta conservar la serenidad de ánimo, no abdicar jamás el derecho de comprobación y de examen, y buscar por sobre todas las cosas los medios de perfeccionarse en el conocimiento de las leyes superiores y en la práctica de las virtudes.

Aquel cuya vida es recta y que busca la verdad sinceramente, no corre riesgo alguno.

Los Espíritus de luz leen en él, ven sus intenciones y le asisten.

Los Espíritus engañosos y embusteros se alejan del justo como una partida de guerrilleros ante una ciudadela bien defendida.

Los obsesores atacan con preferencia a los hombres ligeros que descuidan las cuestiones morales para buscar en todo su placer o su interés.

Casi siempre los obsesados están unidos a sus perseguidores invisibles por lazos cuyo origen remonta a existencias anteriores.

No borra la muerte nuestras faltas ni nos libra de nuestros enemigos.

Nuestras iniquidades pesan sobre nosotros a través de los siglos, y aquellos que han padecido por ellas nos persiguen con su venganza y con su odio más allá de la tumba.

Así lo permite la soberana justicia.

Todo se, redime y todo se expía.

Lo que en los casos de obsesión y de posesión nos parece anormal e inicuo, no es a menudo, más que la consecuencia de las expoliaciones y de las infamias cometidas en el oscuro pasado.

Por Léon Denis. Para el libro “Después de la Muerte: Exposición de la Doctrina de los Espíritus” (1889) – Puedes descargarte una copia en PDF gratuitamente desde este enlace de CursoEspirita.com https://cursoespirita.com/wp-content/uploads/DespuesMuerte.pdf

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