junio 15 2020

Los Derechos Humanos según el Espiritismo


LA CONDICIÓN FEMENINA

Todos los hombres son libres e iguales en derecho, es lo que reivindicaba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; era también un principio espírita promulgado en el capítulo Leyes morales de El Libro de los Espíritus, en el parágrafo Ley de Igualdad del cual recogemos esto: “Los sexos existen sólo por la organización física: pues los espíritus pueden tomar uno u otro, no hay diferencia entre ellos a este respecto y en consecuencia deben gozar de los mismos derechos”.

He aquí que rectificaba sensiblemente la declaración de 1789, que dejaba de lado a una mitad de la población, las mujeres que no fueron promovidas al rango de ciudadanía; lo cual quiso corregir en 1791 Olympe de Gouge que escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, texto que fue rechazado por la Asamblea. Así fue guillotinado en 1793 uno de los que reivindicaba una estricta igualdad de derechos civiles y cívicos para el reconocimiento de una identidad femenina; no era bueno que las mujeres pretendieran inmiscuirse en una esfera política reservada al género masculino.

Fue hacia finales del siglo XIX (a veces un poco antes) que fue puesto en práctica el derecho al voto de las mujeres en algunas naciones como Nueva Zelanda, Australia, Baja-Canadá (de 1791 a 1849) y algunos estados de los Estados Unidos.

Sin embargo, estos avances aún poco estables, se convirtieron en realidad sobre todo a principios del siglo XX, con un punto negativo para Francia que sólo llegó allí tardíamente en 1944, Francia, aunque país de los derechos del hombre y del ciudadano, que había omitido integrar la participación de las mujeres a la vida de la ciudad.

Sin embargo, aunque Allan Kardec en su ley de igualdad, no había abordado precisamente esta cuestión de la ciudadanía, había dicho: “La ley humana, para ser equitativa, debe consagrar la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer; todo privilegio acordado a uno u otro es contrario a la justicia. La emancipación de la mujer sigue al progreso de la civilización, su avasallamiento marcha con la barbarie (…)”.

Estamos hablando aquí de derecho y de privilegio, lo cual indica implícitamente que se trata de todos los derechos, incluido el del acceso al voto.

Y si la emancipación de la mujer sigue al progreso de la civilización, se trata de una pesada comprobación que todavía vale hasta hoy en todas partes del mundo, pues aún después de numerosos progresos en los países más desarrollados, persiste un cierto número de desigualdades entre hombres y mujeres, respecto al trabajo, sus condiciones, su remuneración y su acceso a los mejores puestos.

Y en cuanto a los países más pobres o en vías de desarrollo, las desigualdades siguen siendo flagrantes, incluso insoportables cuando se vinculan a formas de sumisión o esclavitud.

Desde este punto de vista, el pensamiento espírita siempre ha estado adelantado a su tiempo y aún hoy, es una de las cuestiones de actualidad sobre las que el espiritismo llama a cambios hacia la igualdad.

En los medios espíritas se da el ejemplo, puesto que, no hay ninguna diferencia a nivel de las responsabilidades entre mujeres y hombres.

Ver el artículo titulado “La evolución de la condición de las mujeres”.

LAS DESIGUALDADES SOCIALES

Si bien hay estos contrastes evidentes, históricos y actuales, respecto a la condición femenina, desde el alba de la humanidad, hubo paralelamente relaciones de poder entre los dominantes y los dominados, donde la ley del más fuerte siempre fue la regla hasta que el más débil se sublevara.

Y es así cómo los esclavos, desde Espartaco hasta Toussaint Louverture, de la rebelión a la revolución, han conducido las luchas por la libertad, que son inherentes a las sociedades humanas en todas las épocas.

Es sobre lo cual Allan Kardec, también hizo la pregunta en su Libro de los Espíritus: “¿Es la desigualdad social una ley de la naturaleza?”, pregunta aún más crucial en su época que hoy, porque recordémoslo, a mediados de aquel siglo XIX, algunos afirmaban todavía que existían pueblos inferiores, entre esos indígenas de otras comarcas que era preciso colonizar, civilizar y cristianizar.

Y a esta pregunta sobre la desigualdad social se le respondió: “No, ella es obra del hombre y no de Dios”.

Y respecto a su eventual desaparición: “Esta desigualdad desaparecerá junto con el predominio del orgullo y el egoísmo, no quedará sino la desigualdad del mérito.

Un día vendrá en que los miembros de la gran familia de los hijos de Dios ya no se mirarán como de sangre más o menos pura; no hay sino el espíritu que es más o menos puro, y eso no depende de la posición social”.

Sin duda, para los humanos sensatos, esta respuesta será evidente hoy, pero está lejos de ser admitida universalmente, en vista de los desprecios discriminatorios, los racismos y xenofobias que existen en todas las regiones del mundo, sin olvidar ciertas tradiciones culturales ancestrales que se basan en formas de dominio y opresión.

Es allí donde no hay una ley natural que revelaría las diferencias y desigualdades inscritas en la creación.

Únicamente existen las desigualdades de evolución de los espíritus encarnados que somos, de acuerdo con nuestra trayectoria de vidas anteriores.

Hay pues diferencias de evolución en los planos intelectual y moral, pero que no por ello dan derechos suplementarios ni algún privilegio.

Partiendo de allí, son los humanos más evolucionados los que, con toda responsabilidad, están en el deber de participar en las transformaciones de las sociedades, dentro de un sentido más justo y más igualitario.

Así se plantean los grandes principios espíritas desde la aparición de El Libro de los Espíritus en 1857, principios de sentido común adquiridos desde hace tiempo por la mayoría de los filósofos e intelectuales.

Y no obstante, ese buen sentido siempre ha hecho falta en cuanto a la organización de las sociedades, allí donde con demasiada frecuencia los poderes están asociados a dominantes egoístas y orgullosos, en su mayoría masculinos, que se burlan de los derechos humanos hasta establecer dictaduras.

EL DERECHO HUMANO

Las sociedades de hoy integran cada vez más una marcha hacia la igualdad de los sexos, al menos en los países más desarrollados.

Pero es allí donde, siendo todo interdependiente e interrelacionado, se plantea otra cuestión: los derechos humanos han progresado paralelamente a los avances democráticos que han emergido con el desarrollo de la industria, la economía y el consumismo; ¿sería satisfactoria esta comprobación? Evidentemente no, pues llevaría a pensar que, en general, la cultura occidental sería superior a las otras.

Necesitamos reflexionar sobre esta paradoja de nuestro mundo, que avanza a varias velocidades, mientras que los países dictatoriales o teocráticos no llegan ni a la democracia ni a la evolución de las costumbres, en particular en el desequilibrio de la relación hombre-mujer.

La tesis más difundida es la de una explotación del tercer mundo por los antiguos países colonizadores, y que en forma disfrazada siguen expoliando las riquezas de las antiguas colonias, obligando eventualmente a los suyos en la dirección de los negocios; es particularmente la instalación de dictadores a través de lo que se ha llamado la Francáfrica.

Sin duda, no todo se puede explicar de esta manera, pero esto justifica difíciles, incluso imposibles, desarrollos económicos en estos países que, con una pobreza generalizada, mantienen también tradiciones arcaicas que, vistas desde nuestra ventana, nos parecen aberrantes.

La mayoría de estos países tampoco ha encontrado sus medios de emancipación, porque, prisioneros a la vez de sistemas dictatoriales y religiosos, se quedan bloqueados en los planos económico, democrático y cultural.

Así todo está relacionado con lo que fue calificado como el problema Norte-sur, definido por una falta de cooperación y de compartir, como si hiciera falta impedir la emancipación de las poblaciones de un tercer mundo cuyas riquezas explotan todavía nuestros países sin contrapartida.

Dentro de una visión más reducida, algunos dirán que únicamente son las dictaduras o las teocracias las que explican este estado de cosas, lo cual es completamente simplista y muy insuficiente, haciendo olvidar los encadenamientos históricos que han participado de estos desórdenes mundiales que resultan del dominio de las grandes potencias.

Una vez dicho esto, el problema permanece igual, o casi, pues los esfuerzos de unos son destruidos con frecuencia por los otros y, cómo hacer emerger una democracia donde una oposición progresista es sistemáticamente amordazada, incluso perseguida.

Es el problema de una buena parte del continente africano, de la mayoría de los países de Oriente Medio sobre un fondo de intereses petroleros, sin olvidar países como Birmania, Bangladesh, y muchos otros.

Y si por otra parte China “ha despertado”, como lo había predicho cierto Alain Peyrefitte, no tiene por ello las características de una democracia, bien lejos de eso, lo cual no le impide a pesar de todo, estar en vías de convertirse en la primera potencia económica mundial…

Todas estas desigualdades plantean el sentido de los derechos humanos, un poco en todas partes del mundo, lo cual, según ciertos espiritualistas, hasta se justificaría por la ley del karma, una tesis tan ridícula como las de los integristas religiosos de todas las tendencias.

No hay fatalidades, sino hechos, consecuencias históricas de las malas relaciones entre los humanos y entre los pueblos.

Todo se reduce una vez más a lo que se refleja en toda la obra de Allan Kardec: el egoísmo y el orgullo del género humano, causa de todas las desigualdades, dentro de una falta de evolución intelectual y moral.

Por lo mismo, él indicaba que las religiones ya no serían el mejor modelo y que el espiritismo, que sobrepasa el hecho religioso, sería capaz de hacer entrever un horizonte totalmente nuevo con una forma diferente de reflexión.

Y aunque el espiritismo no ha conocido la expansión que hubiera deseado y considerado, hoy podemos decir, sin embargo, que esta perspectiva siempre está abierta, pues numerosos humanos de todas las tendencias trabajan en diferentes campos asociativos por la libertad, la igualdad y la justicia, y los espíritas participan allí a su modo.

Y si bien todas las religiones del mundo, en su mayoría, ya no son creíbles en absoluto, será necesario que la espiritualidad sea representada y representativa de estas luchas, conducidas por otra parte por creyentes, agnósticos o ateos, una espiritualidad que tiene todo su espacio cuando está en relación directa con el mundo real de hoy, incluso hasta adelantándose a su tiempo.

Se trata, por supuesto, del espiritismo moderno y progresista, el que responde a la frase del fundador: “No hay más fe inquebrantable que la que puede mirar de frente a la razón, en todas las épocas de la humanidad”.

Y bien, ciento sesenta años más tarde, estamos hoy en otra “era de la humanidad”, habiendo pasado dos guerras mundiales, dictaduras e incesantes genocidios, y sin embargo, la esperanza siempre está muy presente allí, cuando aquí y allá, las luchas humanistas han demostrado que todo era posible, con los Martin Luter King, Nelson Mandela y muchos otros, más o menos conocidos, que han hecho avanzar los derechos humanos en diferentes países.

Por Jacques Peccatte

Traducido del francés por Ruth Newman

Extraído de Evolución nº 7. Revista de Cultura Espírita. Ene-Abr 2020

Escrito por Jacques Peccatte

Jacques Peccatte

Presidente del Cercle Spirite Allan Kardec de Nancy (Francia)
Redactor Jefe de Le Journal Spirite.
Más información en http://www.spiritisme.com


Publicado 15 junio, 2020 por Jacques Peccatte en la/s categoría/s "Le Journal Spirite en español