La cuestión del suicidio
Tanto en la cultura cristiana como en la cultura espírita, el suicidio es presentado en general como un acto reprensible, culpable y condenable, puesto que representa una agresión contra la vida; es de alguna manera un crimen contra uno mismo. Hace mucho tiempo, la Iglesia católica marcaba su reprobación negando a los suicidas la sepultura cristiana, pero hoy en día, el clero juzga de manera diferente, teniendo en cuenta la angustia de personas que sufren depresiones o patologías psicológicas.
Si bien en El Libro de los Espíritus, la condena al suicidio no tiene apelación, atenuando en ciertos casos la responsabilidad del suicida, debemos como en todas las cosas, reestudiar y afinar los principios que no están erigidos en dogmas, sino que deben ser reconsiderados a partir de una comprensión más cuidadosa de la naturaleza humana en todos sus aspectos psicológicos y afectivos.
Y más allá de los desórdenes psicológicos a ser tomados en cuenta, hay igualmente otro elemento determinante sobre el que es preciso detenerse, y es el de la responsabilidad compartida.
En primer lugar, desde un punto de vista psicológico, ¿debe considerarse la depresión, por ejemplo, como una debilidad resultante de la mala voluntad del sujeto (tesis antigua), o como una enfermedad real?
Hoy somos de la tesis de una patología psíquica, lo cual minimiza entonces la parte de responsabilidad de la persona cuando se suicida.
En el concepto antiguo no se veían las cosas, sino desde el ángulo del libre albedrío, pero con los avances de la psicología moderna, se ha comprendido mejor que, cuando el espíritu humano es oscurecido por sus propios tormentos, sean o no justificados, ya no hay realmente el uso de la libertad.
Sin embargo, ya en El Libro de los Espíritus, aunque el suicidio fuera considerado bajo el ángulo de la falta, esa falta era minimizada cuando, por ejemplo, “Hay a veces una suerte de extravío que tiende a la locura”. Entonces, ya estaban evocados los grados de culpabilidad personal según las diferentes circunstancias.
Además de este aspecto psicológico, el suicidio plantea muy a menudo la cuestión de una responsabilidad externa a la del suicida, responsabilidad de una tercera persona o de varias.
Se observa con frecuencia que, cuando una persona vive grandes sinsabores vinculados a su medio de vida (pérdida del trabajo, desempleo y por tanto disminución o ausencia de ingresos), surgen en cascada consecuencias imprevistas como el abandono de los más cercanos, el divorcio, la pérdida del alojamiento, etc., hasta el punto de que a partir de una situación perfectamente normal, una persona puede encontrarse de la noche a la mañana desconocida por todos, abandonada, porque ya no representa nada socialmente.
He aquí una de las causas, muy frecuentes, de numerosos suicidios, donde entonces necesitamos plantear el asunto de una responsabilidad a varios niveles, la de una sociedad que ya no tiene la capacidad de asegurar el futuro de sus ciudadanos, y a veces, la de un cónyuge o de una familia que abandona a la persona que, antes, aseguraba los ingresos que permiten vivir.
La Responsabilidad Personal
Teniendo en cuenta un gesto efectuado, muy a menudo, en un grave estado de desamparo, es entonces muy difícil medir la amplitud de una responsabilidad, en función de un libre albedrío, forzosamente alterado en su capacidad de juicio.
Una persona puede, con razón o sin ella, sentirse perseguida, malquerida o abandonada, y encontrarse en una forma de patología psicológica más o menos grave que, en ciertos casos, será calificada de enfermedad.
Lo mismo vale, en particular, para la depresión, cuando el sujeto está obnubilado por un terrible sentimiento de vacío, que se convierte en verdadero dolor. Entonces, la libertad se encuentra reducida a poca cosa, y el libre albedrío, que se considera representa la capacidad de juzgar una situación para hacer una elección, ya no tiene su plena expresión.
Libre Albedrío y Libertad
El libre albedrío es un principio general eminentemente kardecista, y por tanto, vinculado a la ética espírita.
Si bien, cada ser humano tiene en lo profundo de sí mismo una intuición fundamental que le hace diferenciar el bien del mal, sin embargo, no por ello está convencido en las primeras fases de su evolución palingenésica, cuando cegado a veces por una idea superior que tiene de sí mismo, aún no ha aprendido a considerar a su prójimo de otra manera que no sea esclavo a su merced, o como individuo que puede hacerle favores, reconocerlo, admirarlo o enviarle la imagen que él espera del otro.
En los primeros estadios de la evolución, la ausencia de consideración al prójimo corresponde al egoísmo y el orgullo del que no tiene miramientos más que para su propia persona y sus propios intereses, dentro de una ausencia o insuficiencia de moral, la moral que es el comienzo de un reconocimiento del otro, y que puede convertirse en amor por el otro.
Antes de llegar a esta noción, el individuo aprende primero a descubrirse a sí mismo, y luego, a reconocer a los demás, pero, durante sus primeras vidas, le ocurre con frecuencia, que es sólo un mal espíritu imbuido de sí mismo, que desprecia o que detesta a los demás, cualesquiera que sean.
Es lo que muchas veces hemos comprobado durante la difícil liberación de espíritus endurecidos, desprovistos de toda moral, desprovistos de todo sentimiento, que en lo profundo de su alma, siguen siendo el dominador o el criminal que fueron en vida.
En este estadio, el libre albedrío es apenas perceptible, pues el espíritu que se complace con el mal, difícilmente vislumbra que pueda existir una noción de bien, noción que él mismo nunca ha experimentado, noción que le es extraña, noción que le haría renunciar a la elevada opinión que tiene de sí mismo.
Y es esta noción la que, en ciertos casos particulares, descubre en forma brutal, cuando por la liberación espírita, se encuentra impulsado hacia una luz deslumbradora que él rechaza.
Luego, contra su voluntad, se ve obligado a reconocerse tal y como es, mientras se le impone una noción de bien y amor que se le envía y entonces, por primera vez, es llamado a medir conscientemente las nociones de bien y mal, frente a sus fechorías, sus crímenes o sus exacciones.
En ese preciso momento, puede decirse que la noción de libre albedrío se impone más, y se ampliará en el curso de la evolución, volviéndose en cierta forma, proporcional al avance del espíritu.
Luego, si por el contrario, hablamos de los espíritus superiores, el libre albedrío que indica la capacidad de elección, se va a convertir casi en un concepto insuficiente, pues el espíritu vuelto inteligente y amoroso, elegirá primero las buenas direcciones morales, sin siquiera haberse planteado la pregunta.
Cuando el amor se convierte en la dirección y el sentido de una vida, ya no hay más elección, esa es una determinación que se impone por sí misma, y que trasciende al libre albedrío para convertirse, ya no en la alternativa de una embarazosa elección que consulta a la moral, sino en una verdadera libertad, cuando el ser se ha convertido totalmente en él mismo.
Se hablará entonces del grado de libertad proporcional a la convicción y al impulso sin reservas de un sentimiento. Así, la libertad trasciende y sobrepasa al libre albedrío, cuando el espíritu ha alcanzado ese estadio que, en El Libro de los Espíritus, fue calificado de espíritu superior.
Suicido y Libertad
Así pues, las responsabilidades son variables de acuerdo con el grado de libre albedrío o de libertad; además, pueden ser individuales o más colectivas, cuando el entorno crea las condiciones de un estado suicida. Y en este segundo caso, es preciso igualmente plantear la cuestión del libre albedrío a los que, por indiferencia o por ausencia de solidaridad y amor, van a tener una parte de responsabilidad, y por tanto de culpabilidad, frente a un suicidio.
En otros casos concretos más particulares, sucede igualmente, que las personas son inducidas al suicidio por situaciones sociales, políticas o bélicas, en casos donde prácticamente no hay otra solución que ir hacia la muerte.
El caso extremo, sería el del rebelde torturado, cuyo fin es un plazo fatal y que, teniendo a su alcance los medios para poner fin a sus días, abrevia entonces sus propios sufrimientos.
En este caso preciso, puede considerarse que el acto voluntario de evitar un sufrimiento insoportable cuando se conoce el final, es totalmente legítimo, y no hay lugar para hacerse malas preguntas por cuanto se trata más de un crimen, que de un suicidio.
La Ayuda al suicida o suicidio asistido
En otro orden de cosas, se habla igualmente de suicidio como alternativa a la eutanasia. Se trata del suicidio asistido médicamente, y designa el acto de suministrar a un paciente afectado de una enfermedad incurable, el medio de poner fin a sus días por sí mismo ante los intolerables sufrimientos.
En algunos países, se han legalizado ciertas formas de ayuda al suicidio, dentro de un marco medicalizado y reglamentado.
El suicidio asistido médicamente, es ilegal en la mayoría de los países, con las notables excepciones de Suiza, los Países Bajos, Canadá y cuatro estados de los Estados Unidos.
En esos países, el suicidio médicamente asistido, es considerado bajo control de un médico, y con el aval, decidido previamente, por cercanos a la familia o amigos.
Esta práctica hay que colocarla en paralelo con la eutanasia, formando parte del mismo debate, con la diferencia de que el acto ya no es realizado por un tercero, sino por el paciente mismo.
Se vuelve entonces al problema planteado en el editorial de Le Journal Spirite Nº102 respecto a la ley Leonetti en Francia. Era cuestión de oponerse al ensañamiento terapéutico cuando representa una “obstinación irracional”. Era cuestión de cuidados paliativos, de la suspensión de todo tratamiento de supervivencia, y de una profunda sedación terminal, todo lo cual se resume en la famosa fórmula del derecho a morir con dignidad.
Respecto a los países comprometidos en esta vía, parece que todavía hay un cierto número de errores, más o menos encuadrados en la ley.
Por ejemplo, en Suiza, el código penal castiga al que, impulsado por un móvil egoísta, haya prestado asistencia con miras al suicidio.
Se ven pues, los límites a lo que podría favorecer desviaciones. Y desde este punto de vista, existen protocolos muy particulares en países como Canadá, los Países Bajos y los Estados Unidos, en los estados de Oregón, Washington, Vermont y Montana.
Esta delicada cuestión del suicidio asistido abre un nuevo debate ético; es sin duda prematuro concluir desde un punto de vista espírita, y por el momento, eso concierne sólo a los países citados, con una carencia de retorno y retroceso, frente a la importancia de los problemas planteados.
En conclusión, respecto al suicidio en general, existen dos posiciones: por una parte, la de los espíritas más tradicionales, que son opuestos a toda aceptación del suicidio, considerando que, en todos los casos, sin excepción, se trata de un crimen contra sí mismo que expone a engendrar los peores tormentos después de la muerte. Fuera de este punto de vista, intransigente y sin concesión, existe entre los espíritas progresistas otra manera de considerar las responsabilidades individuales o colectivas. Es lo que fue desarrollado, a la vez, en el editorial anterior sobre la eutanasia, y en este, sobre el suicidio.
Desde el punto de vista Espírita, y en forma general, sabemos que el hecho de abreviar voluntariamente sus días es una falta grave, cuya consecuencia será que, al no haber cumplido su vida, el espíritu deberá reencarnar más rápidamente para planificar de nuevo realizar lo que no hizo. Pero, más allá de esta noción general, hay numerosos casos particulares: por ejemplo, es preciso tener en cuenta la edad del suicida, que puede haber cumplido ya lo esencial de su vida; y luego hay que considerar todos los casos particulares mencionados antes, en relación con la responsabilidad del entorno humano.
Por Jacques Peccatte. (Francia) – Traducido por Ruth Newman para su publicación en la Revista Evolución nº 12 diciembre de 2021.