No obstante, aún en condiciones extremas la espiritualización tiene un valor incalculable en la transformación del ser y en la manera de encarar estas situaciones.
En este panorama general, caracterizado por un consumismo exacerbado, el ser humano adquiere una miopía que le limita alzar su vista hacia lo trascendente y se enfoca casi totalmente en lo material; es decir, ocupa su espacio de tiempo en desear lo que los demás tienen, o bien, en las ansias de tener las últimas novedades que el mercado ofrece.
Las redes sociales mal encausadas y la diversidad de opciones para sumergirse en el entretenimiento, producen un desenfoque de la mente en asuntos verdaderamente importantes.
Además, cuántos casos lamentables se presentan en nuestra sociedad producto de la ambición.
Es triste ver cómo, a nivel gubernamental, en varias regiones del mundo la corrupción es la noticia del día y no les importa asegurar su futuro y el de sus descendientes a costa del sufrimiento y la pobreza de los habitantes de su país.
Niños afectados por desnutrición crónica, enfermos muriendo en los hospitales por falta de medicamentos, mientras ellos continúan amasando fortunas y disfrutando de los placeres.
Cubren su conciencia con un blindaje que anule los buenos sentimientos, pero lo que no se percatan es que al llegar el ocaso de su vida nada material se llevan, todo se acaba.
Por más que se esfuercen en amasar bienes o en adquirir poder para sentirse satisfechos, lo que están provocando es una fuerte carga moral y un gran daño a la población producto de sus acciones.
El psicólogo Erich Fromm acuñó una frase que ilustra los efectos de esta ambición y apego por el tener: “si soy lo que tengo, y lo que tengo lo pierdo, entonces ¿quién soy?”
Lo mencionado anteriormente no implica una negación total a lo material, tampoco una condena a los avances tecnológicos, son un recurso valioso siempre que sean bien utilizados.
La propuesta espírita es clara: todo aquello que se haga de forma lícita, ecológica, equilibrada, sin excesos y de forma constructiva es válido.
Sabido está por la generalidad que, tras dejar este mundo, nadie se lleva ningún objeto material.
Pero tomar conciencia plena de esa realidad y vivir de acuerdo a ello, no siempre sucede.
Las condiciones de la vida, presente y futura, cobran sentido cuando se comprenden sus leyes de acuerdo a una óptica mayor: la espiritual.
Y esa comprensión llega a través de lo que se ha interpretado como el despertar de la conciencia.
Esta se manifiesta a través del reconocimiento de la transitoriedad de la vida material, el propósito de su estadía en este mundo, el fortalecimiento de su ser interior y su relación armoniosa con todo lo que le rodea.
El Espiritismo fomenta una espiritualidad sin dogmas, sin fórmulas secretas y sin rituales.
No es una espiritualidad contemplativa, sino activa y reflejada en el diario vivir.
La razón, la intuición y la evidencia científica son elementos fundamentales en la comprensión e interpretación de la realidad espiritual.
Además, la ética espírita por su misma naturaleza, se integra a esa visión espiritual y se aplica a toda la gama de procesos por los que transita el alma.
Temas como el desapego, las pasiones desenfrenadas, el orgullo y el egoísmo, vastamente abordados por distintas culturas y filosofías, cobra sustento y consistencia con los fundamentos que el Espiritismo propone.
Con la comunicación de los espíritus y la reencarnación, se logra comprobar que el único equipaje que acompaña el alma en su tránsito hacia el mundo espírita, es lo que sembró en su ser producto de sus acciones u omisiones, virtudes y debilidades.
Así también es posible darle consistencia al tema ético, producto de los resultados que producen los actos humanos en la conciencia del individuo, no solo durante la vida física, sino también en su realidad y expresión como espíritu después de la desencarnación.
Vivir en un estado de espiritualidad, de acuerdo al Espiritismo, no implica aislamiento ni negación de la realidad.
Es vivir en armonía y solidaridad con los semejantes.
Es trabajar en superar las propias debilidades y enfrentar las dificultades con coraje y optimismo.
Es tener plena conciencia de que cada quien construye su propia felicidad y su propio progreso.
La espiritualidad no es propiedad de ninguna corriente filosófica o religiosa.
Es un estado elevado de la conciencia que se refleja en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
Y este estado nos permite llevar una vida recta y finalizar la etapa actual de nuestra existencia con valiosas experiencias y gratas satisfacciones.
Siddharta Gautama (Buda) da una valiosa recomendación: “Al final de la vida solo tres cosas importan: lo mucho que amaste, lo bondadoso que fuiste y la facilidad con que dejaste ir lo que no era para ti”.
Por Daniel Torres – Guatemala
Publicado en la revista Evolución. Venezuela Espírita. Revista del Movimiento de Cultura Espírita CIMA. 2ª Etapa. Nº 5. May / Ago 2019