ÍCARO REDIMIDO: (12) «Tempestad vibracional»
¿Por qué sois tan temerosos? ¿Aún no tenéis fe? – Jesús (Marcos 4:40)
Volviendo por la noche, no contábamos con las dificultades imprevistas de la jornada. Era carnaval en la Tierra y en estos días de bullicio el plano de las Sombras se abraza a la costra, uniendo sus sombras a los juegos inconsecuentes de los hombres. Orientadores de nuestra colonia recomiendan a sus trabajadores que eviten a toda costa las incursiones terrenas en esos días. No todos son capaces de resguardarse de las intensas tormentas vibracionales y del asedio de las hordas de espíritus inferiores que, junto a los hombres, se entregan a las imprudencias en estos días de algarabías.
Era recomendable esperar que las pesadas nubes fluídicas que envuelven la gran ciudad se disipasen para que volviésemos a los quehaceres asistenciales, sin embargo, el servicio no podía esperar. Las ondas mentales que Catherine despedía podrían perturbar a Alberto, dañándole todavía más la delicada tesitura periespiritual, amenazando el buen éxito de nuestra tarea.
Era imprescindible intentar algo para alivio de la situación, evitando la siembra de infelicidades aún mayores para nuestros amigos. Alcanzamos de este modo las regiones umbrosas de la Tierra, conocedores de las dificultades, aunque nuestras parcas condiciones espirituales no nos resguardasen por completo de las agresiones del entorpecido ambiente de nuestros trabajos.
Emprendimos la jornada bastante inseguros, como marineros que se disponen a enfrentar tempestades desconocidas en alta mar, provenidos con frágiles embarcaciones. El horizonte ensombrecido y amenazador que vislumbrábamos a lo lejos nos amenazaba con malos presagios, infundiéndonos verdadero pavor. Fue preciso vencer el temor casi infantil que nos asaltaba para partir, confiando en la protección divina. Al aproximarnos del halo vibratorio de la metrópolis terrena, sentíamos como si penetrásemos una borrasca de graves proporciones. Vibraciones antagónicas nos azotaban, como astillas agudas en medio de un vendaval de fluidos oscuros soplando con furia. Parecía que nos adentrábamos en la más tenebrosa región umbralina.
Los encarnados, no acostumbrados a la percepción de las vibraciones ambientales, no se pueden hacer una idea precisa de cómo los desencarnados las registran a través de sus agudizados sentidos. En nuestro esfuerzo descriptivo, no encontramos otra forma de caracterizar esas emanaciones tenebrosas sino comparándolas a un temporal. La imagen se le aproxima, aunque se trata de una analogía acuñada que no corresponde a la exacta realidad del hecho. No obstante, los espíritus inferiores, como los hombres comunes que habitualmente las comparten, no les perciben la sordidez por hallarse perfectamente adaptados a ellas.
Ajeno a los entrechoques de la atmósfera vibracional que respira, el hombre terreno disfruta de los festejos carnavaleros sin darse cuenta de la vileza del ambiente que lo envuelve. Si le fuese posible vislumbrar el panorama espiritual que lo asedia en estos días de livianos arrebatamientos festivos, se aterraría ante las asustadoras imágenes que se desarrollan ante sus atónitos ojos, enturbiándole el alegre colorido de las fantasías y la festiva exuberancia de sus alegorías.
La alegría sincera y destituida de intenciones inferiores no encontraría, obviamente, reprobación en las Leyes que nos dirigen, si no nos dejásemos contaminar por intereses menos dignos que menoscaban el espíritu, proviniendo de ahí su falta. Si el hombre pudiese, en la búsqueda de diversión a la que tiene derecho, protegerse del connubio con las Sombras, disfrutaría de las festividades populares respirando las emociones superiores sin descender a la vil sensualidad.
Atravesamos silenciosos y apresurados los tristes paisajes poblados de grupos de vándalos, favorecidos por las bendiciones de la volitación y encubiertos por los diferenciales vibratorios que nos distinguían del ambiente, pero no sin registrar el entrechoque de las emisiones inferiores que nos alcanzaban de forma desagradable, causándonos tensiones y recelos.
El caserón francés se introducía en la fiesta de Momo* engalanándose característicamente como exigía la ocasión. Mientras tanto, era invadido por los mismos espíritus umbralinos que poblaban las calles, y las sombras se sumaban a los vivos colores de la exótica decoración. La agitación en el recinto era inusitada. En descomunal algazara los espíritus se unían a los insensatos encarnados, hechizados en simiescas danzas. Catherine no se disponía para el sueño reparador, se embriagaba, aunque no estuviese acostumbrada a los juegos carnavalescos, se entregaba con ánimo al jolgorio típico de esta festividad. Como un niño en fuga de las responsabilidades que preveía por delante, sólo parecía desear olvidarlas, entregándose a la bebida inconsecuente.
No notábamos la presencia de Abelardo y luego la vimos echarse en los brazos de otros amantes, volviendo a los viejos hábitos de la promiscuidad sexual. Espíritus viciosos del sexo le invadían nuevamente el ambiente psíquico desprotegido, volviendo a compartirles los arrebatos libidinosos. Lamentábamos no poder contar con una de sus crisis de jaqueca, a fin de cohibirle los desmandos en los imprudentes excesos a que se entregaba, pues el metabolismo gestacional apartaba momentáneamente estas saludables incomodidades. La madrugada avanzaba y no veíamos la menor posibilidad de rodearla con nuestras influenciación, con el fin de evitar lo peor. No nos cabía otra alternativa que recogernos en nuestra colonia, a la espera del fin de la exótica y lúgubre fiesta humana.
Al retornar, oímos una llamada de socorro a lo lejos, proferida por una entidad de nuestro plano. Aproximándonos vimos que un joven, gesticulando desesperadamente, suplicaba ayuda ante la muchedumbre incontenible de espíritus vampirescos. Tres encarnados armados de cuchillos amenazaban a un caballero, visiblemente embriagado en una solitaria y oscura calleja. La banda de entidades demoníacas gritaba por sangre en medio del desesperante tumulto.
El muchacho, afligido, temía por el viejo asediado por los bandidos. Lo calmamos en la esperanza de hacer algo en su auxilio, pero nos era imposible cualquier actuación. En minutos los homicidas, dando salida a los incentivos de la horda que los excitaba, asentaron golpes mortales en el incauto hombre, dejándolo agonizando entre la basura. Los vampiros, ávidos y enloquecidos, se arrojaron cual bando de salvajes hienas sobre la víctima, absorbiéndole las emanaciones vitales de la sangre que se vertía en abundancia. La inesperada y terrorífica escena nos paralizó por completo los sentidos. Ocultos por las barreras vibracionales, de cierta manera estábamos defendidos contra la caterva de malhechores desencarnados, pero muy poco pudimos hacer en auxilio del caballero. Nos acercamos con dificultad, apenas para constatar que la víctima agonizaba en sus últimos minutos de vida.
El joven parecía ser su hijo, en condiciones espirituales más relevantes, aunque se trataba de una entidad encarnada en desprendimiento nocturno y, ante el choque y la amenaza de la escena, se retiraba, despavorido para el refugio seguro del cuerpo físico. Convocamos a entidades de socorro, asentadas en un grupo espírita cristiano de las inmediaciones, de donde valerosos compañeros acudieron en nuestro auxilio. Intentamos en balde apartar al pobre ebrio del asedio de los vampiros, pero era imposible. Se encontraba ligado a ellos por fuertes ataduras y aún se debatía con restos de vitalidad orgánica, vilipendiada por los malignos. Los amigos tampoco pudieron hacer nada; era necesario dejarlo entregado a la propia suerte. Adelaide, en desespero, suplicaba para que socorriésemos al infeliz bohemio.
– Querida amiga, es necesario conformar el corazón ante las tristes realidades de la vida aún extremadamente primitiva que llevamos en la Tierra –dije, consolando a la desesperada compañera.- Este caballero, sin duda, sembró para sí mismo su trágico destino. Alimentó vibraciones que atraerían a estos vampiros y estará en manos de ellos como un pelele, sirviéndole de juguete por tiempo indeterminado y por obra de sus propios desatinos. Tales ligaduras sólo serán quebradas por el dolor y podemos auxiliarlo incluyéndole en nuestras oraciones.
Abandonamos el lugar de la tragedia, dejando a algunos espíritus de nuestro plano velando por los acontecimientos. Ciertamente invocarían la presencia de encarnados en el local, a fin de recoger al infeliz y organizar las providencias habituales en tales ocasiones. Nada más podíamos hacer.
Apresuradamente volvimos al refugio seguro de nuestra colonia, dejando que la tempestad de las pasiones humanas se aplacase en el inconveniencia de los apetitos momentáneamente complacidos y en el providencial agotamiento de los ánimos exaltados.
Retornando a nuestras actividades junto a Catherine, finalizados los tormentosos días, la encontramos recomponiéndose aún de los abusos a los que se lanzara. Su aura exhalaba todavía olores alcoholizados y la gracia de la jaqueca retornó, finalmente, a fin de hacer valer su justo valor después de tantos excesos emprendidos. La situación de Alberto era para lamentarse.
Su delicada tesitura periespiritual se encharcaba de los productos maléficos absorbidos por la imprudente hermana. Se hacía urgente nuestra intervención para que no sucumbiese en aquel momento. Su pulso cardíaco era casi imperceptible y su psicoesfera empalidecida anunciaba la muerte próxima. Iniciamos una urgente terapia de limpieza para liberarlo del azote del alcohol. Adormecimos a nuestra amiga, exhausta y deshecha en sus desvaríos. Las emanaciones psíquicas que le vertían de la mente nos permitía entrever el intenso descontrol a que se entregara en los últimos días. Abandonara los imperativos de la conciencia, dejándose conducir por la inconsecuencia, ciertamente buscando en la bebida olvidar los compromisos que la vida le suscitaba. La desprendimos, con dificultad, del cuerpo físico, pero su conciencia permanecía obnubilada por los desatinos cometidos.
Era imposible cualquier tentativa de contacto con ella por el momento. Solicitamos con urgencia la presencia de Fausto, con el fin de auxiliarnos en el imperioso socorro a Alberto. Envolviéndolo en delicadas operaciones magnéticas de limpieza, empleamos varias noches de tratamiento intensivo a fin de liberar nuestro pobre amigo de la acentuada intoxicación a que fuera sometido.
– Los hombres actúan como niños imprudentes ante los sagrados valores de la vida. Usan sus energías orgánicas como si fuesen hechas únicamente para el placer –consideraba Fausto, concitándonos a la meditación.- Las consecuencias a las que se exponen no compensan los fugaces gozos que disfrutan.
Después de algunos días pudimos verificar los graves daños en la organización de Alberto, resultantes de las escapadas de su incauta madre. La masa embrionaria sufría serios prejuicios y valiosas células físicas fueron sacrificadas en el intento de evacuar las toxinas impuestas a su frágil organización. Sin embargo, conseguimos evitar lo peor y podíamos reposar un poco.
FIN DEL CONTENIDO MEDIÚMNICO
* (Del griego Mômos, “burla”) En la mitología griega, dios de la burla y el sarcasmo malintencionado. Hijo de Nix, la Noche. Fue expulsado del Olimpo por sus constantes críticas.
Nota sobre la imagen que ilustra este capítulo: Obra «Contemplando la tempestad» del artista Carlos Herrejón. (Fuente web de Domestika)
Publicado en el libro “Ícaro Redimido: La vida de Santos Dumont en el Plano Espiritual“ (Obra mediúmnica) de Gilson Teixeira Freire y el Espíritu Adamastor.
Traductor «Khalil» usuario registrado en ZonaEspirita.com
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