ÍCARO REDIMIDO: Esclarecimientos necesarios
Nota: Comenzamos la publicación por entregas del libro «Ícaro Redimido: La vida de Santos Dumont en el Plano Espiritual« de Gilson Teixeira Freire y el Espíritu Adamastor. La traducción nos la envía el usuario registrado «Khalil» (realizada por él) y será publicado por entregas consecutivas, según nos remita sus traducciones.
Prólogo del médium: «Esclarecimientos necesarios»
Presento al lector una obra que no puede ser considerada sencillamente como una ficción.
Es fruto de la rara colaboración con una inteligencia libre de la materia.
Sé que darle tan exótico origen la coloca en el rol de las literaturas cuestionadas en cuanto su veracidad y levanta la sospecha de tratarse apenas de un producto de la agudizada imaginación de alguien capaz de concebirse dominado por fuerzas extrañas, conduciendo el relato de los escritos aquí presentados.
Por esto ella está particularmente dirigida a aquel que acepta la posibilidad de la existencia de la vida en otro plano que no sea el de la carne, y admite la viabilidad de intercambio de informaciones a través de las corrientes de pensamientos que trafican entre los dos mundos.
Este libro, sin embargo, no fue desarrollado por las vías de la psicografía mecánica en la cual el medianero poco interfiere en su trabajo, sino a través de un envolvimiento activo y directo de inspiración consciente.
Lo escribí bastante seguro de mí mismo y con clara percepción de las ideas que se formaban en la mente.
Las sentía brotar con una profusión inusitadamente rápida y con una clareza tan cristalina que no me dejaban la mínima duda en cuanto a su origen.
Imágenes nítidas se formaban en mi tela mental sin el mínimo esfuerzo imaginativo, y yo apenas cuidaba sino de darles cuerpo, vistiéndolas con mis propias palabras, mientras me sentía elevado y envuelto por un halo de vibraciones de difícil definición.
El tiempo me parecía estacionado, aunque la sucesión de las ideas fuese muy superior a mi reducida capacidad de composición y habilidad de escritura.
Aunque estaba enterado del cuerpo del trabajo, no tenía la menor noción de lo que iba a escribir, hasta el momento en que penetraba en aquel mágico flujo de ideas.
La presencia nítida de alguien que no pertenece a este plano de vida era evidente e incontestable, y su influencia bastante poderosa para que me curvase delante de él con sentimiento de simpatía, admiración y respeto.
Yo lo seguía en pensamiento, en pleno comando de mis funciones orgánicas, sintiendo incluso, en aquel clima de embeleso, la sensación de estar fluctuando o como si mi cuerpo fuese leve y extendido en la posición horizontal, atado apenas por el cerebro.
La vivencia de los hechos relatados era de tamaña magnitud que muchas veces me echaba a llorar por sentirlos con sorprendente realidad, como si estuviese presente en ellos, tal era la nitidez con la cual las escenas se formaban en mi mente.
Esas sensaciones son las únicas pruebas, aunque restringidas a mi propio testimonio, de que lidié con fuerzas fuera de la “normalidad” y más allá de mí mismo.
Otras comprobaciones para certificarles que los relatos de estas obras son verídicos no puedo presentar, a no ser mi propia sinceridad.
Otras explicaciones diferentes, tampoco sería capaz de darles, aunque los incrédulos del espíritu se apresuren en recurrir a los misterios del inconsciente para revestir tales fenómenos de un racionalismo coherente con sus doctrinas materialistas, creencias que ya no pueden ni sostenerse ante la imponderabilidad de la propia materia.
Durante un año, antes de iniciar este trabajo, fui invadido, en el momento de dormir, por una profusión de sueños muy reales y que entretejían todo el enredo de la historia que iría a escribir más tarde.
Entretanto yo no estaba enterado del hecho y no podía comprender la razón de aquello.
Pasaba los días acompañado por aquellas imágenes inquietantes y guardaba la extraña sensación de traer la mente invadida por pensamientos que no me pertenecían, presionándome las paredes del cerebro para evadirse.
De cierta forma me perturbaban, dificultándome el trabajo diurno, causándome una íntima inquietud y la inexplicable impresión de no estar completamente despierto e integrado a nuestro mundo.
Hoy comprendo que se trataba realmente de una gestación de ideas, una preparación necesaria para el perfecto desenvolvimiento de la obra.
Aunque incómodas, ejercían una forma de presión como si exigiesen para ser escritas.
Esa sensación desaparecía por completo en el instante en que las transfería para el papel, proporcionándome agradable alivio.
Mientras la trama se extendía, mis noches continuaron siendo enriquecidas por los mismos sueños vívidos y ricos de detalles de las imágenes y de los ambientes que después se desdoblaban en la disertación de la historia narrada.
Por eso, aparte de escribirla, yo la viví intensamente a lo largo de los tres años, tiempo consumido en su composición.
Una entidad que no pertenece a este mundo estuvo presente junto a mí, inspirándome en su relato.
Responde por el nombre de Adamastor y sentía la fuerza de su presencia, imponiéndome su pensamiento y dirigiendo activamente el trabajo.
A veces podía acompañar frase por frase su elaboración mental, para perderme en seguida en una avalancha de ideas e imágenes cual torrente de agua cristalina bañándome el alma con impetuosidad y ternura al mismo tiempo.
Pidiéndome paciencia, me hablaba con palabras mudas, impresas en la tela mental: – “Escúchame no con tus oídos, sino con tu alma. Guarda en la memoria las imágenes que ves y las emociones que experimentas. Después escríbelas con calma, sin tanta prisa, y no quieras aprenderte todo lo que te exprime la idea evasiva. Al final todo se ordenará. No temas y nada se perderá”.
Sin embargo, no pude evitar que mis propias interpretaciones interfiriesen en el proceso y que mi parca condición intelectual empañase la claridad de las ideas percibidas por esta vía intuitiva de acceso al mundo de lo imponderable.
Ciertamente que no pude vestirlas con la misma claridad con que las anotaba en la tela mental y, por eso, guardo la certeza de no haber sido lo suficientemente asertivo para evitar los errores que asumo como de mi entera y única responsabilidad.
Muchos nombres y términos enteramente extraños a mi ambiente psíquico eran percibidos con natural inseguridad, exigiéndome posterior y cuidadoso estudio a fin de conferirles exactitud, imponiendo a la captación mediúmnica un perfecto control racional, evitándose así los engaños naturales resultantes de mi inseguridad y de la rapidez con que se imprimían en mi mente.
Con todo me sorprendía, comprobando que la mayoría de ellos correspondía exactamente a la forma con la cual se me presentaron.
Entretanto, muchos no se hayan registrados o por lo menos no los pude encontrar en las biografías a mi alcance, de modo que admito la posibilidad de errores por causa del exótico origen de estos datos y de la exigüidad de mi visión metapsíquica.
Aunque uno de los objetivos de este trabajo sea la aproximación de los hechos de esta y de la otra vida, la precisión de sus informes, en lo que respecta a la exactitud de la grafía, no fue, en ningún momento, su cometido principal.
Su trama y su personaje sirvieron apenas como un propósito secundario para el vehículo del verdadero mensaje de la obra, que objetiva engrandecernos para la vida real del espíritu, incentivando nuestra mejoría moral, enseñándonos a valorizar la vida y a verla como un medio indispensable para la conquista de los tesoros de la eternidad.
Sé que el protagonista de estos relatos despierta especial interés para la historia de nuestra nación por retratar a uno de sus más ilustres personajes, y muchos interrogantes serán suscitados ante las revelaciones aquí presentadas, por parecer desmerecerlo de las glorias y hechos que le atribuimos.
Creo que la intención de la espiritualidad superior no es disminuir el valor de nadie, sino apenas revelarnos hechos que puedan instruirnos y tornarnos más felices.
Creo además, que si la vida de todos los grandes hombres de la historia universal, exceptuándose el Cristo y sus santos mensajeros, nos fuese presentada bajo la óptica del espíritu, fallas de carácter y flaquezas incontestables les serían imputadas, no siendo nuestro héroe una excepción a la regla.
Nuestros ídolos, casi siempre, encarnan nuestra pretensión de hegemonía, representan nuestras más genuinas ansias de perfección y realizan nuestros sueños de audacia, por eso, normalmente, verlos descalificados por la realidad, nos ofende los propios impulsos.
Al percibir el alcance de la obra y su posible relevancia para nuestra historia, me sentí incapaz de desenrollarla con la amplitud que se hacía necesaria.
Sin embargo, no me fue dada la opción de negar el trabajo y tuve que ejecutarlo a despecho de mi insuficiencia, pues no guardo dotes de literato, no conozco el idioma lo bastante para evitar grandes errores y mucho menos traigo un caudal de intelectualismo satisfactorio como para ser aquel que la encabezase en el mundo físico.
Me sentí fuertemente conducido y tengo certeza de que la espiritualidad empleó enormes esfuerzos en la superación de los obstáculos que mi ignorancia le contraponía, por eso espero contar con la comprensión de aquellos que, conociendo mis parcas posibilidades e incuestionables limitaciones, me asisten proyectado en tal altura de propósitos, todavía más por tratarse de un asunto alejado de mi ámbito de actuación profesional.
Las notas fueron todas colocadas posteriormente a fin de auxiliar al lector y se pueden considerar de mi propia autoría.
No obstante, algunas, me demostraban nítidamente tratarse de sugestiones del autor espiritual y las registré como tales.
Un glosario fue añadido al final del libro, con la intención de facilitar la revisión de neologismos propios del texto.
Las lecciones que se desprenden de su trama, como las consideraciones sobre la ovoidización, la energética del psiquismo y las elucidaciones sobre la enfermedad depresiva del hombre, pueden ser juzgadas inéditas y cuestionadas en cuanto a su real valor doctrinario, si para algunos parecieran no guardar perfecta identidad con las revelaciones que hasta entonces nos fueron presentadas como integrantes de los preceptos espíritas.
Con todo, reservándome el derecho de coautor de la obra, dejo claro que se trata de opiniones personales, tanto mías como de la entidad que las dictó, pues si les di guarida es porque se coadyuvaron con mi propio modo de pensar y concebir las enseñanzas espíritas que me estimulan la razón.
Aunque yo sitúe sus orígenes fuera de mí mismo, este no debe ser el motivo para encararlas como verdades absolutas e incuestionables, pues todos, encarnados o no, somos seres aún en crecimiento y estamos sujetos a los mismos equívocos naturales de la jornada del conocimiento.
Por esto resalto las palabras de Allan Kardec, las cuales suscito para nuestra reflexión: “uno de los primeros resultados que saqué de mis observaciones fue, que los Espíritus, no siendo sino las almas de los hombres, no poseían ni la plena sabiduría, ni la ciencia integral; que el saber que disponían se circunscribía al grado de adelantamiento que habían alcanzado, y que la opinión de ellos sólo tenía el valor de una opinión personal. Reconocida desde el principio, esta verdad me preservó del grave escollo de creer en la infalibilidad de los Espíritus y me impidió el formular teorías prematuras, teniendo por base lo que fuera dicho por uno o algunos de ellos”(1).
Por tanto la razón plena debe nortearnos, no solamente en la lectura de esta obra, sino servir también de riguroso juicio crítico para el juicio de todo y cualquier cuerpo de ideas que se nos presente como oriundo del extraordinario mundo de los Espíritus.
De esta forma, creer en la veracidad de los hechos aquí narrados, queda por cuenta de la capacidad de cada uno de concebir la vida y su finalidad.
Aquellos que creen que todo termina en las puertas de la tumba, ciertamente pasarán de largo, sin la mera curiosidad de cuestionar el sentido de la existencia y el significado de obras de, tan aparente, exótico origen.
Otros, sin embargo, que creen en la inmortalidad del alma, podrán aceptar la historia como un drama real, vivido en el Plano del Espíritu.
No obstante, no importa que lo encaren como mera ficción, si de ella fuera posible extraer elementos aprovechables a nuestra mejoría moral.
Nuestro esfuerzo habrá encontrado su recompensa.
He ahí lo que importa y seguramente este es el objetivo mayor de todo nuestro empeño, mío y de mis compañeros, de este y del otro mundo.
Belo Horizonte, Octubre de 2002
Gilson Teixeira Freire
Referencias: (1) – Del libro Obras Póstumas, segunda parte, “Mi primera iniciación en el Espiritismo” – 17ª edición, FEB.
Traducción de «Khalil«