“En verdad os digo que todo aquél que comete pecado es esclavo del pecado.” – Jesús (Juan 8:34)
Alberto, depositado en un confortable lecho, respiraba con cierta tranquilidad, aunque no daba signos de recuperación inmediata.
Movía los ojos buscando inútilmente divisar el exterior pero sólo conseguía vislumbrar los propios pensamientos, desordenados y caóticos.
El efecto calmante del sueño inducido se agotaba y el infeliz retornaba a la vivencia de sus terribles pesadillas.
-Qué falta hace el sentimiento de religiosidad para un espíritu atormentado – consideraba Héctor.
– Si nuestro amigo hubiese alimentado la fe sincera, motivada por la creencia, cualquiera que fuese, estaría en mejores condiciones de reaccionar hoy. Si él no vuelve a orar con llaneza, no se colocará en condiciones de asimilar las energías divinas que lo envuelven. Él no cultivó ese hábito y aprendió a confiar solamente en sí mismo. No alimentó la vida del espíritu y se dejó convencer de que apenas el vacío lo esperaba después de la tumba. Él no está habilitado para percibir los estímulos de nuestro medio y no consigue deshacerse de los tormentos íntimos. Tenemos que aprovechar un pequeño potencial de bondad y humildad que aún trae en el espíritu.
Nos encontrábamos en la Casa de Apoyo, sanatorio dedicado a los recién socorridos del Valle, en un cuarto acogedor e individual.
El ambiente, aún mantenido en penumbra, contaba con aislamiento acústico y tenue luz azulada, a fin de no perturbar el reposo del enfermo con estímulos perjudiciales. Su disnea(1) no fue del todo restablecida con la traqueotomía, porque los delicados alvéolos pulmonares se encontraban también lesionados por la prolongada hipoxia(2) y la musculatura bronquial reaccionaba con espasmos violentos, obstaculizando el proceso respiratorio tan importante para la manutención de la fisiología periespiritual como la de la carnal.
El corazón batía desordenado y afligido en la tentativa de compensar la baja tasa de oxigenación reinante.
Un cuadro en todo semejante a la enfermedad asmática se instaló en Alberto.
Los amigos del plano terreno, habituados a los efectos drásticos de los medicamentos de potente acción en el campo químico de la carne se preguntarán si por ventura el plano espiritual no dispondrá recursos de igual naturaleza en tales circunstancias.
Ciertamente que cualquier médico le gustaría contar con substancias broncodilatadoras(3) en momentos como este.
No seamos ilusos, los medicamentos pueden ayudar, pero sus efectos, cuando son aplicados con el principio de los opuestos, se hacen acompañar de reacciones adversas que llevan a la profundización consecuente de la lesión que intentan sanar.
La cura real solamente pude ser alcanzada por la activación de las vías del propio equilibrio, de lo contrario no se mantienen en el periespíritu, aunque pueda sustentarse por algún tiempo en la carne, aparentando una solución segura para el proceso mórbido.
La introducción de substancias bloqueadoras de los receptores adrenérgicos(4), posible también aquí en nuestro plano de acción, llevaría a un efecto fugaz de abertura de los conductos bronquiales, pero se haría seguir de un más intenso refuerzo en los espasmos, pues la reactividad periespiritual es sorprendentemente mucho más rápida y enérgica que la física, pudiendo agravar sobremanera el proceso, al envés de conferir un mínimo alivio.
Por eso nos valemos de recursos magnéticos mucho más efectivos en nuestra esfera.
El uso de substancias medicamentosas sutiles, modeladas y aplicadas según los principios de la Homeopatía terrena, es un recurso de mayor eficacia en el plano espiritual, pues actúan como un estímulo para el rehacimiento del propio equilibrio.
Y, en este caso, las utilizaríamos si nada pudiésemos esperar de la terapia energética.
Los amigos desconocedores del espíritu ciertamente se extrañarán de nuestras afirmaciones, considerando que estamos materializando demasiado al ser desencarnado, mencionando detalles de la fisiología que son comunes a la carne.
A estos recordamos que el espíritu, en el plano en que nos manifestamos, aún se sirve de un organismo en todo semejante al cuerpo físico, poseyendo la misma tesitura celular y la misma serie de órganos con funcionamiento exactamente idéntico.
Los detalles de la conocida anatomía humana se aplican perfectamente a la anatomía periespiritual, por ser en todo análogos.
Estas estructuras funcionan en íntima conexión con el espíritu, formando con él una unidad indisoluble y, por eso, reflejarán siempre, en forma de desorganizaciones estructurales o funcionales los mínimos desequilibrios.
Desorganizaciones estas, sin embargo, mucho más evidentes y consistentes en el periespíritu, por ser este un vehículo de mayor maleabilidad que el cuerpo físico.
El cerebro, sede de nuestra unidad substancial, la mente, siendo la estructura más importante y compleja de nuestra organización es el palco inmediato de estos desequilibrios, donde se manifiestan de forma más incisiva y más drástica.
El periespíritu, por esto, trabaja seriamente a fin de desviar de él estas perturbaciones, depositándolas, en lo posible, en regiones más superficiales de nuestro aparato.
Hace así afectar la periferia a fin de resguardar el máximo de equilibrio para el psiquismo y sus delicados instrumentos de manifestación.
De este modo, toda enfermedad superficial es una defensa de la mente y, si el cuerpo enferma, lo hace siempre para proteger la integridad del espíritu.
Sin embargo, cuando el proceso mental se abulta sobremanera, no hay como impedir que los propios pensamientos desordenados hieran la delicada disposición del encéfalo en forma de disturbios funcionales y lesiones neuronales.
Trastornos estos que, a su vez, irán a obstaculizar el perfecto funcionamiento de la mente, debido a la íntima unidad con que funcionan.
No decimos, sin embargo, con esto, que los desórdenes mentales se deben a las alteraciones de su estructura, como lo hace la equivocada visión materialista de la medicina terrena.
Héctor operó nuevamente delicadas intervenciones en el campo mental de Alberto, de donde en realidad partía la excitación nociva para el mantenimiento de su mórbido estado orgánico, pero con pocos resultados atenuantes.
Era preciso emplear otros medios de alivio, pues, de lo contrario, nuestro asistido iría, sin duda, a emprender el proceso de parálisis de la conciencia.
El noble amigo, entretanto, necesitaba dejarnos y nos confirió la guarda del tutelado.
Estaba convencido de que la misericordia divina se haría presente a través de nuestros modestos recursos y se despidió agradecido y contento por los resultados hasta entonces alcanzados, no antes, naturalmente, de comprometerse a ayudarnos en lo que fuera posible, pues estaría siguiendo de lejos su tratamiento, enviando todos los esfuerzos necesarios para su recuperación.
Retornaría en su debido momento para orientarnos en lo que fuese preciso.
Asumimos en aquélla hora la tutela de Alberto.
Adelaide, colocándose a mi lado, daba muestras de que dividiría conmigo la responsabilidad y que juntos conduciríamos su proceso de recuperación.
Ella se admiraba, en tanto, de haber partido Héctor sin esclarecernos alguna cosa de su historia y ni siquiera orientarnos en cuanto a las providencias a ser tomadas en el crucial momento.
Esclarecemos que Héctor tan sólo daba muestras de plena confianza en nuestra actuación, dejándonos enteramente libres para tomar las decisiones que juzgásemos convenientes.
Sabía que íbamos a movilizar todos los recursos para la conducción del tratamiento y, colocando en nuestras manos todas las decisiones que el caso demandaba, se apartaba, humildemente, evitando robarnos los méritos del éxito, si por ventura lo tuviésemos.
Actitudes así se encuentran entre almas nobles que no ven en el otro el siervo inútil que sólo hace lo que se le manda, anulándole la capacidad de auto-realización en el servicio.
Indudablemente, él estaría vigilando nuestras acciones y no se eximiría de intervenir caso adoptásemos procedimientos erróneos que fueran a perjudicar a su tutelado.
A solas, ante el amigo que sufría, nos interesamos por su drama.
Nos despertó el deseo de conocerle el pasado para mejor ayudarlo, pero no era todavía el momento, pues Alberto se encaminaba hacia la ovoidización y era preciso adoptar providencias más urgentes.
Posteriormente, caso tuviésemos éxito, entonces seríamos convocados a penetrar en su intimidad con mayor precisión a fin de conducirlo a un efectivo restablecimiento.
Sin aliento, el infeliz reasumía la posición fetal como si se recogiese en sí mismo.
La desvitalización periespiritual nos mostraba la incapacidad de respuesta eficaz a los estímulos energéticos o incluso a los medicamentos que disponíamos.
Sus miembros se agarrotaban y los movimientos oculares rápidos demostraban la inmediata reentrada en las pesadillas acuciantes.
Invitamos a Adelaide a un examen más minucioso del enfermo con el fin de adoptar las providencias más acertadas.
El cuadro configuraba todos los efectos de la enfermedad autodestructiva todavía intensamente actuante y aprovechamos para detallarla a la amiga, interesada en aprender para mejor servir.
– Veamos, Adelaide – le dije, procurando envolverla en el interés por el estudio – a que punto puede la loca desventura del auto-exterminio conducir al ser. Observemos la completa desorganización de nuestro suicida con el fin de comprender con más detalle su fisiopatología. Sé que son viejos hábitos de nuestra medicina, que parecen atender mucho más a la curiosidad que al sincero deseo de ayudar, pero ciertamente conocer primero es el camino para mejor intervenir después.
La autodestrucción opera graves daños a la organización periespiritual, sobre todo en las delicadas estructuras encefálicas, donde produce sus lesiones más importantes.
Para comprender esta patología del alma, conocida en nuestro medio como Psicólisis(5) o Autocatálisis, es necesario entender el comportamiento de las fuerzas que operan en el periespíritu e identificar las etapas del proceso desencarnatorio, momento en que se establecen sus perturbaciones.
En nuestro plano, el periespíritu, también llamado psicosoma, es entendido como un organismo energético, impulsado por dos fuerzas básicas: una de expansión y otra de contracción.
El primer impulso, caracterizado como hiper-dinámico, tiene carácter constructivo, operando crecimiento, actividad y aumento del metabolismo.
El segundo, el hipo-dinámico, genera reposo, disminución del metabolismo y degeneración.
La contracción hace decrecer el tonus vital y la expansión lo dinamiza, por tanto no son movimientos necesariamente espaciales, sino dinámicos y vibracionales.
La expansión provoca construcciones de órganos para atender a las necesidades del espíritu, impulsando la vida, en cuanto que la contracción los destruye, protagonizando la muerte.
Muerte que nunca es el fin, sino apenas la mudanza de plano de manifestación, permitiéndose con eso una constante renovación del organismo.
Del equilibrio y alternancia entre estas dos pulsiones nacen todas las actividades operacionales del periespíritu y, consecuentemente, del cuerpo físico.
La disminución de uno de ellos condiciona el impulso para el aumento del otro de tal forma que el psicosoma funciona cual muelle que, contraído, tiende a expandirse y, extendido, tiende a contraerse, dentro de los principios de acción y reacción que envuelven todos los fenómenos del universo, sean físicos, químicos, biológicos o espirituales.
La elaboración evolutiva, de esta forma, se hace por la alternancia entre ciclos de retracción y de expansión, con resultados efectivos en el desarrollo constante del espíritu.
Por esta razón, crecimiento y destrucción, vida y muerte deben alternarse en el palco de la evolución donde una es apenas condición que propicia el desenvolvimiento de la otra.
Esto hace de la evolución, cual onda de fases opuestas, una trayectoria de ascensión, entrecortada por períodos de disgregación.
Así se hace el progreso que, como todo ciclo, debe alternar sus fases.
Tal es la mecánica de la creación, que no permite acumulaciones en un único sentido.
De otra forma el espíritu sería eterno en la materia y no maduraría para la realidad mayor que lo espera.
Los momentos del nacimiento y de la desencarnación son los instantes en los cuales se puede confirmar con mayor precisión la actuación de estas dos fuerzas periespirituales.
Precediendo a la reencarnación, el periespíritu es dominado por el impulso contractivo, condensándose en una diminuta unidad celular, proceso conocido en nuestro plano por restringimiento o miniaturización, cuya intensidad está íntimamente relacionada con la condición de cada espíritu, siendo tanto más intensa cuanto menor su patrimonio evolutivo.
Al entrar en contacto con la carne, abrazando un óvulo fecundado, el periespíritu provoca el movimiento opuesto, expansionista, realizándose con impresionante facilidad la rápida expansión de la maduración embrionaria.
El impulso de contracción, entretanto, no está detenido por completo, pues sigue imponiendo ritmos de pequeños retrocesos al organismo, induciéndolo a destruir momentáneamente lo que hizo, más apenas para rehacerse, movimiento conocido como catabolismo.
El impulso expansionista predomina nítidamente, realizándose el crecimiento orgánico, movimiento denominado por los fisiólogos de anabolismo.
De esta forma el metabolismo orgánico se compone de una fase de crecimiento, la anabólica, intercalada por otra de destrucción, la catabólica.
Al alcanzar su ápice, en torno de la mitad del período de la vida en la carne, cuando el organismo llega a la madurez, el impulso expansionista inicia su decrecimiento perdiendo paulatinamente la potencia, permitiendo así que el contra-impulso vuelva a predominar.
Instalándose el envejecimiento, el catabolismo pasa a imperar sobre el anabolismo y el ser entra en automática y comedida auto-degeneración orgánica, que culminará con la completa muerte en la materia.
Llegando al final de la fase contractiva, el periespíritu deja el cuerpo y se transfiere la conciencia para nuevo plano de manifestación.
La unidad periespiritual es, entonces, tomada por un nuevo impulso expansionista, reconstituyéndose otra vez, en un renovado y restaurado organismo, completándose así su ciclo.
Ciclo que en breve recomenzará con nuevo nacimiento en la materia.
Las fuerzas periespirituales envuelven consigo no solamente el metabolismo físico-celular, sino también la consciencia, pues esta igualmente se apoya sobre una base energética.
En la fase de contracción la consciencia se deprime y se apaga momentáneamente, y en la fase de expansión se exalta y se despliega, de forma que el espíritu, así como la materia y la energía, es también una elaboración basada en una síntesis cíclica.
Y siempre que se inicia una nueva fase de expansión, tanto la consciencia como la forma, pasan por un período de renovación en el cual se reconstruyen y recapitulan las etapas ya recorridas en su proceso de desarrollo.
Así es que el crecimiento embrionario rehace, en el corto espacio de nueve meses, los millones de años que ya ultrapasó en la evolución.
Y lo mismo se verifica en la muerte física, cuando la consciencia, después del breve período de contracción, se expande nuevamente, reconstruyéndose casi inmediatamente y recapitulando todas las etapas vividas en su última reencarnación.
Tal fenómeno, llamado revisión mnemónica o recapitulación panorámica, es asistido como una proyección cinematográfica tridimensional y trascurre en fugaces minutos, aunque sea percibido en otra realidad, pareciendo demandar largo período de tiempo.
Apoyados en estas consideraciones teóricas recordemos ahora, con más detalles, las etapas del proceso desencarnatorio para mejor comprender los fenómenos en juego en la patología de la auto-destrucción.
El Plano Espiritual, con mucha propiedad, compara el momento de la muerte con la metamorfosis de los insectos, pues se le asemeja con precisión.
Una vez cesada la vida física, el desencarnante, envuelto por la contracción periespiritual, inicia también la retracción del metabolismo conciencial, entrando en la fase de crisálida, donde la actividad conciente se recoge y se apaga completa y momentáneamente.
En ese momento el periespíritu, acelerando la fase destructiva y contractiva, promueve la rotura de sus tejidos, movimiento conocido en nuestro mundo por histólisis(6) periespiritual.
Aún sobre el imperio del impulso de contracción, intensificará entonces la absorción de los remanentes energéticos que movían el cuerpo físico, a fin de reciclarlos dentro de la sabia economía de la naturaleza que procura aprovechar todo.
Terminada esta fase, se da lugar a la histogénesis(7) periespiritual, cuando el psicosoma, expandiéndose, procesa rápidamente su auto-reconstrucción, siguiendo el mismo molde previamente deshecho, en base a los registros morfológicos retenidos en sus redes energéticas.
En ese mismo momento la consciencia despierta y, entrando también en reconstrucción, recapitula rápidamente toda la experiencia realizada en la materia, momento insigne de la vida del espíritu, en el que reconoce todo lo que sembró, revive lo que aprendió, fija enseñanzas o errores y se prepara para la nueva existencia que se inicia.
En seguida, cae la conciencia en nuevo sueño revitalizador para despertar luego, activa y reconfortada, iniciando la rica vida espiritual.
La revivencia mnemónica es una importante etapa del proceso desencarnatorio que visa la sedimentación de los conocimientos tenidos en la vida, retirando de ellos provechos para la jornada en el Mundo Espiritual en forma de conocimientos automatizados, siendo un indispensable recurso de reedificación del psiquismo.
A través de ella el espíritu se haya en mejores condiciones de dar una secuencia a su vida mental retornada de la carne y promover, de una manera más provechosa, su evolución.
Las experiencias vividas y los conocimientos adquiridos en la existencia terrena serán, de esta forma, transformados en impulsos instintivos, funcionando como cualidades y dones innatos, tanto en la Erraticidad como en la futura reencarnación del ser.
El suicida, dejándose envolver por el impulso autodestructivo, altera estos movimientos naturales y necesarios para el camino del ser en la línea de la evolución.
Alimentando el deseo de retirarse de la vida y buscando la disolución completa de su propio yo, hace preponderar el movimiento de contracción sobre el de expansión, promoviendo así el deterioro de las fuerzas reconstructivas del periespíritu.
De este modo se puede comprender todo el desarrollo de la fisiopatología implicada en la autocatálisis.
Como el periespíritu es sumamente más sensible a las acciones de la mente que el cuerpo físico, reflejará, de forma instantánea e intensa, los profundos desequilibrios oriundos de la psicólisis.
Y será además en el momento de la desencarnación que estas alteraciones se harán sentir de modo más destacado, dejando después sus marcas indelebles registradas en deformaciones periespirituales atípicas.
Las etapas naturales de la muerte no se completan eficazmente en el suicida, envuelto por intenso flujo antivital.
La histólisis periespiritual es acelerada y la histogénesis es extremadamente debilitada. La contracción de la conciencia es tal que, obnubilándola, no permite el semi-despertar para dar lugar a la revisión mnemónica.
La asimilación de los efluvios vitales sobrantes del cuerpo físico no se concluye, de forma que el cordón fluídico, por donde circulan los impulsos comunicantes entre este y el psicosoma, permanece activado, uniendo a ambos en fuertes lazos y haciendo con que los fenómenos de la descomposición sean sentidos por el desencarnante.
Y, aunque los trabajadores del desligamiento tengan éxito en esta separación, se estaciona la histogénesis en la conformación del momento de la muerte, reteniendo, de modo vivo, todos los procesos traumáticos a los que el cuerpo físico fue sometido.
De acuerdo con la fijación del suicida en uno de esos momentos, se determina el tipo de patología periespiritual predominante.
Alberto quedó fijado en la parálisis de la histogénesis periespiritual y no llevó a efecto el despertar de la conciencia.
La histólisis no se detuvo y aún operaba la retracción periespiritual. Por eso, su psicosoma, se mostraba completamente desvitalizado, moldeado en la apariencia física del momento de la desencarnación y con la consciencia completamente bloqueada.
La revisión mnemónica no se estableció y el impulso de reconstrucción fue completamente inhibido, revolviéndose el infeliz en adelantado contra-impulso vital, envuelto por la enferma voluntad de no vivir.
Permaneció así en completa inconsciencia, sin dar muestras de ninguna actividad mental por largo tiempo, hasta que finalmente despertó para la vivencia de las pesadillas, no consiguiendo mantenerse despierto en la dura realidad en que se proyectara.
Apreciando la completa patología de la psicólisis, el hombre encarnado podrá hacerse una idea en cuanto a la gravedad de sus livianas acciones al acelerar las fuerzas destructivas de su alma.
No sólo generando el suicidio consciente, sino permitiendo agredirse de forma inconsecuente por el abuso de substancias tóxicas de toda naturaleza que le permiten, en los placeres fugaces, la huida de sus insatisfacciones.
Y es que pese a todas las condiciones adversas que obstaculicen la consecución plena de la felicidad en la Tierra, nada justifica la loca desventura de auto-aniquilarse, pues las drásticas consecuencias del acto perdurarán por prolongados períodos, cuando el autocida tendrá que conducir la reconstrucción de sí mismo en larga jornada de dolores y rehabilitaciones, perturbando sobremanera su carrera evolutiva, llenándola de amarguras todavía mayores que aquéllas de las que intentó huir.
Tocamos la frente del moribundo con nuestra diestra, a fin de oír sus pensamientos y enterarnos de sus necesidades inmediatas.
La desorganización de la estructura mental era asustadora y, de inmediato, percibimos vibraciones ennegrecidas extendiéndose como un manto enfangado, recubriendo toda la delicada red neuronal de los lóbulos frontales, extendiéndose por el sistema límbico(8).
Las meninges, delicadas láminas defensivas del sistema nervioso central, intentaban desesperadamente recoger esta sustancia tóxica, concentrándola en sí mismas.
– Son las energías del pesimismo, de la angustia y de la negación de todo el potencial divino depositado en nuestro espíritu – añadía, ante el espanto de la amiga. – Estas fuerzas degradadas, generadas y alimentadas por una enferma voluntad autodestructiva, determinan un proceso depresivo de larga duración, Adelaide.
Alberto mostraba haber experimentado un prolongado período de auto-desvaloración, provocando con eso la destrucción de las fuerzas espirituales que mantienen la conciencia.
Tal sentimiento funciona, no solamente como material aislante de las potencias sagradas que circulan por la mente y que mantienen el yo, sino que contamina toda la malla neuronal en que se asienta el pensamiento.
Engendrados por la propia voluntad enferma, y nutridos por las frustraciones, la libre realización de los intentos ególatras, después de largo tiempo, pasan a funcionar por retro-alimentación automática, como si tuviesen existencia propia, degenerando toda la delicada maquinaria encefálica.
Nuestro amigo traía toda la tela mental ennegrecida por esas emanaciones degradadas.
El centro coronario, empalidecido, sufriendo el bloqueo temporal de las energías divinas que lo mantienen, no conseguía dinamizar las otras piezas del cerebro.
Incluso la articulación mental de las palabras estaba imposibilitada porque las ondas mentales oriundas de los núcleos concienciales no alcanzaban el área de Broca(9).
El hipotálamo sobrecargaba a la hipófisis con desesperados estímulos de síntesis de adrenocorticotropina(10), objetivando una respuesta contra la inminente amenaza de destrucción orgánica.
Toda la región somestésica(11) estaba cubierta por un manto ceniciento, provocando el bloqueo de casi toda la sensibilidad propioceptiva.
La obstaculización de las conexiones del sistema límbico impedía el perfecto intercambio de estímulos entre el hipocampo(12), la circunvolución hipocampal(13) y el cuerpo amigdaloide(14), amenazando con la instalación de un verdadero derrame bilateral de los lóbulos temporales(15).
Además, la paralización del círculo de Papez(16) se imponía como una necesidad defensiva contra la grave depresión y la ansiedad desmedida.
En una desesperada tentativa de evacuar esas energías degradadas, las células de glia(17) trabajaban intensamente, defendiendo la integridad de la red neuronal, con el sacrificio de sus propios metabolismos.
Captaban las emanaciones pestilentes drenándolas en los vasos que se dirigen a la piamadre(18), donde se acumulaban de modo alarmante.
Las meninges se entumecían preanunciando los mecanismos que llevan, en etapas posteriores, a la aparición de procesos infecciosos cuando los bacilos patógenos, verdaderos basureros de los sistemas biológicos, son llamados también para colaborar con el drenaje vibratorio, en sus últimas etapas.
Las energías más sutiles, sin embargo, escapan a este proceso más grosero de limpieza y se derivan hacia los sueños, donde son lanzadas para generar corrientes mentales aturdidoras, pero capaces de consumir parte del potencial destructor.
Por eso las pesadillas, cuando no son imágenes inducidas por entidades malévolas, son mecanismos automáticos de defensa de la mente al verse amenazada de desorganización por los propios impulsos destructivos.
Su conciencia se llenaba así de sensaciones desesperadas e imágenes aterradoras, haciéndole experimentar todas las emociones primitivas del alma humana: una forma de agotarlas, aunque recurso de valor limitado, pues impone al ser una lamentable vivencia de miedos. Sintiéndose aniquilar por situaciones dramáticas, Alberto vivía tormentos de destrucción de sí mismo, imaginándose en medio de tempestades, huracanes y otros peligros que le amenazaban el completo abatimiento.
Un tormento mental en todo parecido al síndrome del pánico(19), descrito por la psiquiatría terrenal.
De hecho, experimentaba una situación real de peligro inminente y por eso todas las reacciones típicas del miedo extremo estaban presentes, dominándolo completamente.
Cualquier asociación lógica era imposible.
El sistema autónomo simpático protagonizaba todas las reacciones posibles de fuga.
El corazón se aceleraba descompensadamente y el sistema vascular se contraía, concentrándose en las regiones de mayor demanda orgánica en el momento, dejando la piel fría y pálida.
Los pelos se erizaban como un animal acorralado y los pulmones henchían con prisa el oxígeno imposible de ser absorbido con eficacia.
Sus músculos se estremecían como preparándose para una huida inmediata.
El centro gástrico, totalmente retraído por la inactividad, hacía desaparecer cualquier sensación de hambre o sed.
– Como puedes ver, Adelaide, nuestro amigo está en plena fuga. Huye de la vida que parece amenazarle, mientras que sus verdaderas amenazas son internas y engendradas por él mismo. Por eso huye de sí mismo, de sus propios pensamientos, de su angustioso mundo íntimo y de la desdicha que cavó para sí propio.
Nos compadecíamos del amigo, a medida que vislumbrábamos la extensión de su drama íntimo.
Podíamos sentir su inmenso pavor y su desaliento al verse completamente imposibilitado de evadirse del tormento en que vivía.
De forma impresionantemente realista lo veíamos en la tela mental, refugiado en una pequeña jaula, a la cual se agarraba con desespero, suelta y en caída libre rumbo a un abismo de sombras, en medio de la furia de una fuerte tempestad.
– Se trata de una barquilla, o pequeño cesto que pende de los globos, donde se acomoda el aeronauta – decía. – Esta, sin embargo, se desprendió de su apoyo aéreo y está cayendo en el vacío. Ahí, en esta frágil estructura, su espíritu busca un refugio desesperado e inútil. Nuestro amigo degeneró los mecanismos de soporte de su conciencia espiritual y el desastre parece inminente e inevitable. La defensa segura sólo se hace mediante la completa desestructuración de los mecanismos que mantienen el yo en la masa neuronal, haciéndolo retroceder a las etapas primordiales de la organización mental, sumergiéndolo en la completa inconsciencia. En cualquier momento ultrapasará los límites de la actividad conciencial y estará irremediablemente incrustado en la pseudo-muerte ovoidal(20). Lo perderemos, Adelaide, si no actuamos con urgencia. Su permanencia en el Plano Espiritual no se sostiene ya. Ante tamaña desorganización, su mundo íntimo no resistirá por mucho tiempo.
– Solamente la reencarnación…
– Sí, Adelaide, solamente la reencarnación – le continué el pensamiento – o varias reencarnaciones en condiciones precarias podrán proporcionarle la rehabilitación del espíritu. En el ejercicio paciente de nuevas y dolorosas experiencias de vida, su trayectoria evolutiva será restituida, aún así, con graves daños a sus conquistas actuales que prácticamente se perderán. La memoria de sus últimas experiencias en la carne será desarticulada casi por completo, volviéndose de difícil acceso, por verse arrastradas a los sótanos ocultos del subconsciente. Poco provecho retirará de sus últimas y preciosas lecciones de vida. Se trata de un grave daño al espíritu, amiga mía, uno de los cuadros más lamentables que se pueden presenciar en nuestro plano. Vemos, en tanto, que aunque su mente no consiga articular palabras, su corazón irradia una silenciosa y desesperada súplica a Dios, su último refugio. Esos sentimientos sostienen su sistema circulatorio, a pesar del caos orgánico, dotándole de alguna capacidad de reacción. Ahí reside un pequeño potencial de respuesta que tenemos que aprovechar, actuando rápidamente. Nos queda todavía un último recurso, vamos a recurrir sin demora a la Embrioterapia. No hay otro camino.
La ventana nos dejaba entrever los albores de la aurora anunciando un nuevo día, ofuscando con miríadas de matices pálidos el manto de estrellas que rápidamente se descoloría en el velo purpúreo de la bóveda celeste.
El encanto del momento nos mostraba la presencia de lo Divino y nos recogimos en sentida oración al Señor de la vida, para que nos ayudase a hacer algo a favor de aquél desventurado suicida.
Nuestros corazones se inundaron de sentimientos elevados, que cayendo sobre él, lo apaciguaron momentáneamente.
A fin de prepararlo para una breve incursión en la carne, lo acomodamos en la cámara de restringimiento, disponible para este fin y, sin demora, demandamos el departamento de Embrioterapia.
Le sosteníamos del brazo, pues a cada inspiración se tambaleaba, un tanto mareada, pero, ya consciente de los procedimientos, no tardó en obtener los resultados esperados.
FIN DEL CONTENIDO MEDIÚMNICO
(1) Falta de aire, dificultad para respirar.
(2) Baja cantidad de oxígeno en sangre.
(3) Substancias farmacológicamente activas que provocan la dilatación de los bronquios, utilizadas en la crisis asmática.
(4) Estructuras moleculares de las paredes celulares, donde actúa la adrenalina.
(5) Palabra compuesta de psyché, término griego que significa espíritu o mente, y lýsis, ruptura, destrucción.
(6) Palabra compuesta del griego histós, que significa tejido, y de lýsis, quiebra. Por tanto histólisis periespiritual es la disolución de los tejidos orgánicos y periespirituales.
(7) Del griego histós, tejido y génesis, formación, por tanto en la histogénesis el periespíritu reconstruye sus nuevos tejidos, preparándose para la nueva vida en el Mundo Espiritual.
(8) Complejo sistema neuronal formado por diversas regiones del cerebro que hacen la integración entre la emoción y el cuerpo físico, a través del sistema nervioso autónomo. Por medio de él la vida emocional interfiere, positiva o negativamente en el funcionamiento visceral y en la regulación metabólica de todo el organismo. De él hacen parte el giro hipocampal, el hipocampo, el tálamo, el cuerpo amigdaloide y el giro del cíngulo, entre otras estructuras.
(9) Asi llamada el área del habla en el cerebro, que en verdad no la genera, sino que tan solo coordina las estructuras físicas que propician al pensamiento verterse por las vías de la comunicación sonora.
(10) Hormonios producidos por la hipófisis que estimulan la producción de adrenalina por la glándula suprarrenal, sustancia esta necesaria en los momentos en que el organismo está sometido a alguna amenaza.
(11) Región del cerebro responsable por la sensibilidad.
(12) Estructura cerebral situada en los lóbulos temporales, considerada la sede principal de la memoria e importante componente del sistema límbico.
(13) Una de las circunvalaciones cerebrales, situadas en su superficie, localizada en su parte interna inferior. Forma parte del sistema límbico, además de ser sede del olfato.
(14) El nombre no se refiere a las amígdalas propiamente dichas, órganos defensivos de la orofaringe, sino a las masas de neuronios situadas en el interior del cerebro y que hacen parte del sistema límbico, siendo un importante centro regulador del comportamiento sexual y de la agresividad.
(15) Cuadro conocido en la Tierra como Síndrome de Klüver-Bucy, que surge a causa de la separación de los lóbulos temporales y caracterizada por alteraciones del comportamiento, como la ceguera psíquica y la regresión a la fase oral, llevando al individuo a meter en la boca todo lo que coje, incluso cosas completamente inadecuadas para el consumo humano. El síndrome, aunque raro entre los encarnados, es una manifestación común entre los suicidas en estado de conciencia reducida a límites críticos.
(16) Conjunto de varias estructuras cerebrales que forman parte del sistema límbico.
(17) O neuroglía, conjunto de células y fibras que mantienen a los neuronios en el sistema nervioso central.
(18) Una de las membranas que forman las meninges, láminas protectoras del encéfalo.
(19) Se refleja aquí uno de los orígenes de esta psicopatología de causas aún ignoradas por la medicina.
(20) El proceso de formación del ovoide, llamado asi por parecerse a la muerte en un espíritu que ya adquirió su conciencia – ver glosario.
Publicado en el libro “Ícaro Redimido: La vida de Santos Dumont en el Plano Espiritual“ (Obra mediúmnica) de Gilson Teixeira Freire y el Espíritu Adamastor.
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