“El periespíritu se dilata o contrae.” – Allan Kardec (El Libro de los Médiums, ítem 56)
En aquélla mañana de intensos trabajos de asistencia a los recién socorridos del Valle, fui convocado con urgencia al servicio de manera que mal tuve tiempo de prorrogar algunas obligaciones rutinarias, y me interné una vez más en las Cavernas del Sueño.
Yo las conocía muy bien, pues en ella serví no solamente como Expedicionario de las Sombras, sino que fui también uno de sus delictuosos huéspedes por dolorosos años.
Ya no era, sin embargo, miembro activo de las Caravanas de búsqueda y sólo era requerido en ocasiones especiales.
Ejercía actividades de atendedor médico desde hacía mucho tiempo, pues fui profesional de esta área y aún podía hacer justicia a tal título en Puertas del Valle, aunque desmereciese esa calificación.
Los enfermos rescatados del Valle necesitan de decisivos cuidados, muy semejantes a la rutina de la medicina terrena y, por las habilidades ejercidas en la vida, un facultativo se haya en mejores condiciones de desempeñarlas que otros.
Las graves lesiones de las almas de los suicidas se reflejan en sus organismos espirituales, presentándose normalmente, como es de esperar, destrozados.
Requieren curas, suturas y, a veces, verdaderas intervenciones quirúrgicas, por más impropio que eso pueda parecer al entendimiento de los encarnados.
De este modo, fui convocado para ayuda médica en cuanto me vi en condiciones de reasumir el pleno dominio sobre mí mismo, pues, cuando encarnado, asistiera a los heridos de la guerra y me acostumbré a la manipulación de los cuerpos mutilados.
Después de mucho trabajo y estudios, en el transcurso de largos años, despertó en mí el interés por la ovoidización, pues me intrigaba y condolía sobremanera asistir a esta bizarra y grave atrofia, propia del mundo espiritual, tan diferente de todo lo que se conoce en la Tierra, y ante la cual poco se puede hacer.
Pasé así a atender especialmente a aquellos suicidas amenazados por esta penosa patología del alma, actuando sobre todo en su prevención.
La ovoidización es una de la más profundas enfermedades que puede acometer al espíritu después de la muerte.
Consiste en la pérdida de la conciencia activa, cuando el yo consciente se desmorona completamente, a consecuencia de atroces e insoportables sufrimientos, volviéndose sobre si mismo, anulándose y perdiendo todo el contacto con la realidad.
La actividad consciente del alma entra en letargo, refugiándose en los sedimentos del subconsciente.
El pensamiento continuo se fragmenta, perdiendo su hilo de conducción, y la estructura periespiritual se desfigura completamente, deshaciendo su natural conformación humana, adquiriendo la forma aproximada de un huevo, cuyas dimensiones se aproximan a un cráneo infantil.
El proceso es en todo semejante al de las bacterias que se enquistan ante situaciones adversas de vida, aguardando nuevas oportunidades para retornar a la actividad normal.
La ovoidización es un proceso incurable en el Plano Espiritual, siendo una de las más graves enfermedades de nuestro mundo, y solamente puede ser revertido en reencarnaciones expiatorias, cuando el espíritu se reencuentra con un nuevo ambiente de manifestación y puede rehacer el metabolismo de su consciente.
Varias reencarnaciones, sin embargo, se consumen en tentativas frustradas, de modo que la pérdida evolutiva es inmensa para estos infelices seres.
Muchos regresan a condiciones tan primarias de la vida humana que necesitan reencarnar entre pueblos primitivos, a fin de que la rudeza de los organismos todavía involuídos puedan soportarles la grave patología, sin deshacerse en malformaciones congénitas(1) incompatibles con la biología humana.
Por eso, existe en Puertas del Valle un departamento de servicios que se empeña en estudiar y tratar preventivamente la ovoidización, donde situaba yo en aquélla época mis simples esfuerzos de servicio y pesquisas.
Los suicidas que duermen en las Cavernas del Sueño son los candidatos naturales a la ovoidización.
Permanecen en sueño reparador, en bajísima actividad conciencial, por largos años.
Sin embargo, al iniciar el despertar, la rápida percepción de la amarga realidad que les asedia puede provocar, de inmediato, mediante reflejo de defensa, la rápida retirada para sustratos aún más profundos del inconsciente inferior.
Este reflejo no solamente inhibe totalmente el despertar, sino que retrae el metabolismo mental, motivado por nuevo impulso de contracción, estableciéndose la ovoidización de forma incondicional.
Por eso, cuando el servicio de vigilancia de nuestra colonia identifica almas en tales condiciones, con indicios de ovoidización, somos convocados en régimen de urgencia.
En este instante aún podemos actuar, antes de que el suicida active la contracción del yo, volviendo el proceso demasiado tardío para ser restituido en nuestro mundo.
El suicidio es posible también en el Plano del Espíritu y no solamente en la carne.
Cuando encarnado, puede el ser dañar su traje orgánico de tal modo que lo torna incompatible con la vida en la materia.
En la Esfera Espiritual, sin embargo, el periespíritu posee mecanismos regeneradores mucho más eficaces, de modo que destruirlo por daño físico es prácticamente imposible.
Mediante la contracción de la actividad consciente, sin embargo, puede el ser continuar negando su existencia, huyendo de sí mismo.
De esta forma, podemos considerar de hecho la contracción ovoidal como un auto-homicidio espiritual.
Como se ve, también tenemos nuestros suicidas.
Suicidio que, naturalmente, presupone mera tentativa de fuga de la realidad que envuelve al Espíritu después del túmulo y no la destitución de la individualidad, pues tal cosa no es posible en el plano en que nos proyectamos.
Las causas del estancamiento del alma son las mismas que motivan el auto-exterminio en la carne: el desespero ante sufrimientos intolerables, sumados a la falta de preparación para la existencia en el Plano Espiritual.
Sufrimientos, bien es verdad, aparentemente intolerables, pues la sabiduría de las Leyes divinas no nos proporciona nunca dolores que sobrepasen nuestra capacidad de soportarlas.
Si parecen aniquilarnos, es porque nuestra rebeldía ante ellas es inconmensurable e indebida.
El más fuerte inductor de tales barbaridades, entretanto, está en la falta de preparación para la vida espiritual, siendo el materialismo su más poderoso protagonista.
Materialismo que se desarrolla ante el debilitamiento del pensamiento religioso del hombre moderno, desgastado en el ideario de fórmulas mentales arcaicas, que no le proporcionan ya más subsidios para la creencia en el espíritu.
Las llamadas de un ser que aprendió a raciocinar y a creer en la razón no pueden ser más satisfechas por una fe ciega que mancha el conocimiento, genuina conquista de la Ciencia.
Como se ve, urge luchar contra tal situación a fin de que la penuria del espíritu sea desterrada del Planeta y barridos los riesgos del sumergimiento en la inconsciencia, no destituyendo las conquistas modernas que representan valores reales y que no pueden ser cuestionadas, sino renovando el pensamiento religioso del hombre terreno, para que su frío racionalismo no sofoque el alma que suspira por los genuinos bienes de la eternidad.
Sembremos nuevamente las verdades que consuelan, verdades que nos fueron reveladas desde que aprendimos a pensar, pero que acabaron olvidadas y que necesitan ser recordadas y reestructuradas, compatibilizándose con nuestro avance intelectual.
Por eso la implantación del Espiritismo en la Tierra, representando a la fe cimentada en la razón, puede ser vista como una de las mayores victorias del Plano Espiritual Superior en la actualidad.
Los ovoides, espíritus en fuga de sí mismos, como puede deducirse, aumentan alarmantemente en los días actuales.
Permanecen esparcidos por el Valle de los inconscientes, atados a rocas o troncos de árboles, pues pueden segregar sustancia pegajosa que los fijan a cualquier superficie.
Sin embargo, preferentemente, se adhieren a otros seres vivos, encarnados o no. Tristemente tenemos que considerar que el ovoide se vuelve, en verdad, un parásito.
Como todo ser vivo, su metabolismo, aunque bajísimo debido a sus reducidas necesidades, necesita de la absorción de savias vitales para su subsistencia.
No disponiendo de medios para producirlas, la manutención de su exigua vitalidad solamente puede ser efectuada mediante la adquisición de recursos vitales externos provenientes de otros seres.
La anatomía y la fisiología de los ovoides adquieren así todas las características de los parásitos de la Tierra, especializados en la asimilación y metabolismo de fuerzas vitales robadas de otros seres vivos.
Aunque toda energía vital pueda servirles para este fin, aquéllas que mejor se adaptan a sus necesidades y para las cuales se especializaron son las energías del psiquismo.
Por eso, el huésped natural del ovoide es la mente humana.
Debido a esta característica, los ovoides son comúnmente tomados por espíritus dedicados al mal, que los utilizan como instrumentos de torturas.
Ellos pueden prenderlos a los cerebros de desdichados obsesados, minando sus fuerzas y deteriorando sus resistencias a través del flujo de sus fuerzas mentales.
Inducen así, no solamente a las depresiones, sino a la demencia y la locura, desequilibrios de difícil remisión, tanto en la carne como en el mundo espiritual.
Siendo los ovoides juguetes en las manos de estos infelices, natural que este sea otro motivo para evitar, a toda costa, su proliferación en el Valle de los Suicidas.
Muchos podrán preguntarse por qué la Ley de Dios, que es sobre todo bondad, permite la existencia de este extraño parasitismo, infectando la intimidad conciencial de espíritus de considerables conquistas evolutivas, dejándolos expuestos a esta cruel y aparentemente injusta expoliación.
Podemos tan sólo responder que tal régimen de desamor es el mismo que impera en el mundo de la carne, con su dura realidad, donde el parasitismo subsiste como norma de vida entre criaturas de diferentes niveles evolutivos.
Seres aparentemente involuídos, dotados de hábiles e intrigantes mecanismos de exploración de recursos vitales, subyugan huéspedes, llamados naturales, a sus caprichos y egoístas necesidades de subsistencia. Régimen de vida que nos hace cuestionar si tal comportamiento es de hecho natural y representa a penas la obediencia a la voluntad de Dios.
Si nuestro Padre es amor, ¿por qué la vida en sus primitivas bases se apoya en este consorcio de inicuas exploraciones? Como nada en el ámbito de la creación puede estar fuera del dominio de Su Ley, tenemos que encontrar razones que justifiquen este extraño comportamiento.
Creamos que todos, sin excepción, mantenemos un ambiente de disputa por la supremacía de la vida, y aún somos parásitos de seres que nos suceden en la jornada evolutiva, pues nos entregamos a la exploración de sus recursos vitales, con el sacrificio mismo de sus vidas, cuando en la carne.
Justo es que estemos, a su vez, sujetos al robo exploratorio de nuestros valores orgánicos por otros seres, incluso siendo menos evolucionados que nosotros.
Sin embargo, sólo el alejamiento de la bondad puede justificar tales aparentes barbaridades en el seno de una creación que es hecha esencialmente de amor.
Tales cuestionamientos, entretanto, no pueden aquí ser respondidos y los dejamos como suscitantes interrogaciones de las razones del vivir y del evolucionar.
La ovoidización, no obstante, no es una adulteración de las leyes periespirituales, pues está subordinada a los mismos principios de la miniaturización o restringimiento, fenómeno al que está sometido el espíritu en el proceso rencarnatorio, cuando el tejido plasmática del periespíritu, antecediendo a una nueva descendida a la carne, sufre una contracción involutiva, retornando a los niveles de la evolución biológica, para abrazar un nuevo óvulo fecundado y elevarlo, rápidamente, a la condición de las últimas conquistas en el campo de la vida carnal, a través del milagro del desarrollo embrionario.
Este impulso de contracción es el mismo que deposita la potencia de un roble en una semilla, haciéndola estallar después, en un deseo incontenible de crecimiento.
El periespíritu, rebotando sus fuerzas contraídas, se entrega a la rápida renovación, expandiéndose y confeccionando su futuro cuerpo en la recapitulación embrionaria, cuando, en apenas nueve meses de gestación, rehace todas las etapas por las que ya pasó. Sin esta precedente contracción involutiva no se vería tal explosión evolutiva que le surge como reacción inmediata.
Es así que hemos aprendido que el periespíritu está sujeto, como todo fenómeno de la creación, a las fuerzas de contracción y de expansión.
La ovoidización, por tanto, en último análisis, es apenas una contracción o miniaturización patológica, pues ocurre apartada del momento rencarnatorio.
No encontrando el habitáculo uterino, medio inductor, mantenedor y protector de tal proceso, el ser, en franco proceso de contracción, se estaciona en la fase ovoide de este proceso, restringiendo su conciencia hasta las etapas más elementares de la vida biológica.
Algunos observadores de nuestro plano se refieren al ovoide como la segunda muerte del espíritu.
Fenómeno este muy poco divulgado en la doctrina de los espíritus, dirigida a los hombres, por tratarse de un tema de naturaleza aún muy compleja y que podría causar mayores dudas y discusiones entre los investigadores de la Tierra.
De hecho, la muerte ovoidal puede ser considerada la segunda muerte, sin embargo, para el perfecto esclarecimiento del estudioso, debemos comprender que se trata tan sólo de una de las fases donde puede estacionar la contracción periespiritual.
El ovoide aún es portador de un metabolismo vital, aunque bastante reducido, mostrando, además, residuos de actividad conciencial, siendo por lo tanto tan sólo uno de los grados en que estaciona el ser rumbo a la segunda muerte.
En realidad, esta es el resultado de una profundización a nivel aún más inferior de la condensación involutiva, cometida por espíritus con alto quilate de rebeldía y maldad, llevándolos al completo estancamiento de la conciencia, con la total pérdida de la actividad vital, fenómeno rarísimo y conocido también como de petrificación periespiritual.
Esto, sin embargo, presupone tan sólo la inmersión del ser en el abismo de la inconsciencia y no la anulación de su individualidad.
Trabajando en los ambientes espirituales donde se recogen las almas acometidas por estos impulsos autodestructivos, iniciados en la carne con la acción suicida, naturalmente, nos hayamos envueltos por esta exótica y triste patología del espíritu y a ella dedicamos nuestros estudios, abordándola en toda su dura realidad con el fin de encontrar medios eficaces de auxilio, interfiriendo en lo posible y como nos permite el Señor de la Vida.
A guisa de esclarecimientos para el estudioso, es preciso considerar que más allá de la exaltación del impulso contractivo en el suicidio, el periespíritu está todavía sujeto a la alteración del movimiento contrario, o sea, la expansión inadecuada.
La hipertrofia periespiritual es patología que guarda igualmente su gravedad, siendo también identificada y estudiada en el plano del espíritu en que nos encontramos.
Las fuerzas periespirituales hipertónicas se responsabilizan por los crecimientos celulares exagerados, como los tumores de cualquier naturaleza y la hiperactividad de cualquier función orgánica identificada por la medicina terrena. Guardan su origen en los estímulos del psiquismo enfermo que se apoyan en el exceso del yo, como los sentimientos exaltados de egoísmo y egolatría, vicios del alma a los que todos, sin excepción, estamos ligados en este planeta. En los capítulos siguientes volveremos al asunto con más exactitud a fin de completar el estudio propuesto(2) .
FIN DEL CONTENIDO MEDIÚMNICO
(1) Defectos anatómicos en la formación de los embriones.
(2) En los capítulos 6 y 20 esta cuestión aquí reflejada encontrará su desarrollo más amplio.
Publicado en el libro “Ícaro Redimido: La vida de Santos Dumont en el Plano Espiritual“ (Obra mediúmnica) de Gilson Teixeira Freire y el Espíritu Adamastor.
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