ÍCARO REDIMIDO: (1) «En Puertas del Valle»
“Dios escogió las cosas locas del mundo para confundir a los sabios; y Dios escogió las cosas débiles del mundo para confundir a los fuertes; y escogió las cosas innobles, y las despreciadas, y las que no son, para reducir a nada las que son; para que ningún mortal se vanaglorie en la presencia de Dios.” – Pablo (I Corintios 1:27-9)
Después de años de irreductibles sufrimientos, Alberto finalmente lanzó a los espacios interminables un grito de socorro con susurrante y ronca voz.
Su mente despertaba del largo y profundo sueño de inconsciencia al que se arrojara.
Consiguió, en fin, elaborar un hilo continuo de pensamiento y proferir una pequeña y sencilla oración, dirigida con profunda sinceridad de sentimientos a las fuerzas superiores.
Su oración resonó por la inmensidad silenciosa de las oscuras y frías cavernas del Valle cual clamor sordo, sofocado de agonía y piadosa súplica.
Esta fue oída por los planos elevados de la vida, que no menosprecian las mínimas oportunidades de auxilio a aquel que pide con humildad.
– Socórreme, Madre Santísima, ¡no puedo respirar! ¡Madre Santísima, óyeme, por el amor de tu Hijo!
Nada más podía aquélla triste alma desgarrada suplicar, pues su pensamiento fragmentado mal se daba cuenta de su propia condición.
Permanecía detenido en profundas pesadillas de tormentos y dolores inenarrables, pero en aquél día el socorro llegaría a través de entidades amigas, enviadas de regiones superiores.
Por aquel entonces, yo hacía parte del equipo de atención a los trastornados que despertaban en el Valle de los Suicidas.
Ya hacía algunos años que me dedicaba a esta tarea, pues, por mi parte, también había sido socorrido en aquel mismo lugar y allí permanecía en el trabajo de mi recuperación por las pesadas deudas contraídas con la vida.
Sí, forzoso es declarar que yo formaba parte de aquellos tristes paisajes, porque fuera también un suicida.
Por tiempo prolongado estuve inconsciente en aquél Valle de amarguras, uno de los más pesarosos y lúgubres lugares que la mente del hombre común pueda imaginar existir.
Perdiera, de cierta forma, los lazos familiares que me retenían en la costra por el elevado tiempo empleado para la recuperación de mí mismo, y la mayoría de mis antiguos entes queridos continuaba en avanzados pasos por la jornada evolutiva, envueltos en otras conquistas distanciadas de mis necesidades.
Yo me retuve en la retaguardia, por obra de mis propios desatinos y no me sentía ya con valor para volver al seno de la familia querida, exigiendo tolerancia para las contingencias de mi penuria espiritual.
Naturalmente que un corazón de madre jamás olvida a un hijo, y de mi amorosa progenitora recibía siempre llamadas de afectividad que me sostenían en el espinoso camino que siguiera.
Recibí de ella todo tipo de socorro y cariño y a ella debo mi condición actual.
Más, por fuerza de las circunstancias, permanecí como trabajador del Valle, viendo en esto una manera de saldar parte de mis pesados débitos para con la vida.
Sí, yo era un caravanero del Valle de las Sombras y me enorgullecía el no contarme ya entre las hileras de sus extraviados.
Sin embargo, no conviene contar mi historia particular que nada de sorprendente traería a los hombres de la Tierra.
Debo relatarles la historia de otro hombre, de aquél a quién iniciábamos el socorro en ese instante.
¿Por qué su historia? Porque aprendí a amarlo y me hice a su corazón por razones que aún ignoro.
Además, conocí su vida como ningún otro, siguiéndola con toda su dura realidad y tengo su debida autorización para discurrir sobre sus dramas.
Otra trama tampoco les podría entretejer, pues no traigo dotes de intelectualismo o aptitudes literarias para agradarles o instruirlos con otros cuentos de la vida del lado de acá.
El Valle de los Suicidas ya es conocido por aquellos que tienen acceso a las informaciones del Mundo Espiritual.
De él trataron autores habilitados en el arte de la escritura., de modo que pocas informaciones puedo añadir.
Allí se haya el triste lugar en el que se reúnen aquellos que son víctimas de si mismos y luchan desesperadamente para la recuperación de sus conciencias perdidas, desechas en el disparatado acto de destruirse así mismos.
Valle de lágrimas y dolores de los más pungentes del alma desencarnada, es también lugar donde se pueden presenciar los más abnegados esfuerzos de aquellos que saben amar y socorrer en el nombre del Altísimo.
Fueron almas de este quilate que fundaron, en los tiempos del Brasil colonial, la ciudad de Puertas del Valle.
Cuando los límites de la nación brasilera se delinearon en la geografía política de la Tierra, también en los espacios espirituales que circundan el globo, se diseñaron sus fronteras culturales y lingüísticas.
Sobretodo es necesario considerar que, en el Mundo Espiritual limítrofe a la costra planetaria, los pueblos se distribuyen en naciones semejantes a las de la Tierra y continúan unidos por las mismas afinidades de costumbres e idiomas que los unen durante el período en la carne, delimitando una región de actuación espiritual denominada “Espacio de las Naciones”.
Allí estaciona, más allá de la tumba, la gran masa de desencarnados a la espera del momento precioso de retorno a la carne.
Solamente en planos superiores, habitados por Espíritus que ya ultrapasaron las necesidades de comunicación verbal y las distinciones culturales, es que las fronteras de las naciones se rompen, dando lugar a una sola comunidad.
Estamos, no obstante, muy distanciados de esas luminosas esferas, pues aún nos presentamos, relacionamos y nos comunicamos de la misma forma que lo hacíamos en la Tierra.
Al mismo tiempo que se formaba la nación brasilera en los espacios espirituales, se diseñaban también sus regiones de sombras, ocupadas por aquellos que insisten en el ejercicio de la maldad sin límites, con el fin de recoger los dolores y lamentos sembrados.
En esta época se estableció el Valle de los Suicidas como la región que congrega a las almas en sufrimientos expiatorios, originados por la loca desventura de la autodestrucción.
La materia extrafísica es hecha de sustancia mucho más maleable a las emanaciones mentales de los seres que la habitan, y paulatinamente el ambiente se amolda a sus características psíquicas predominantes.
Por eso el Valle de los Suicidas, adaptándose progresivamente, formó precipicios, charcos y cavernas en perfecta correspondencia a las emisiones mentales y a las necesidades de sus protagonistas.
Es de Ley que el hombre recoja exactamente lo que siembra, pues de lo contrario el progreso no se haría si la vida le confiriese comodidades inmerecidas.
Todas las naciones del Mundo de los Espíritus tienen, de este modo, sus Valles de dolores en todo similares al nuestro.
La mayoría de los exiliados del Valle permanece allí por décadas, aguardando la bendición de la reencarnación, habitualmente, la única puerta de acceso para la liberación de sus aflicciones.
Muchos duermen en letargo profundo, en cuanto otros viven pesadillas interminables y angustiosas.
Pocos se sienten vivos, pero no comprenden sus tormentos, guardando en el organismo periespiritual los dolores de los últimos instantes de vida y los estigmas de las agresiones que infringieron al propio cuerpo.
Sus agonías son inenarrables, de modo que aquí encontramos los mayores dramas humanos y los más agudos tormentos a los que puede resbalar el espíritu en tránsito por la evolución.
Grande e inmenso abismo de dolores donde, aquél que cayó en desgracia, víctima de sí mismo, lamenta y llora la mayor de las desdichas humanas: el haber negado la vida, el don más precioso que heredamos del Creador.
Abnegados monjes portugueses, desencarnados al inicio de la formación del Valle de los Suicidas, animados del sagrado propósito de amparar a las infelices almas que se juntaban en estos parajes de dolor, fundaron Portales del Valle, una colonia dedicada a la tarea de socorro, sobre la égida del Cordero.
Sus grandes portones, limitando su entrada, le confirieron más tarde su conocido nombre.
En ese lugar residen almas nobles, poseedoras de inmensa dedicación al sufrimiento humano.
Almas que podrían estar disfrutando ambientes espirituales felices, permanecen soportando las tristes y pesadas vibraciones que de allí emanan.
Gran parte de sus habitantes, entretanto, es constituido de entre aquellos que, como yo, son recuperados del Valle y se reintegran a las actividades de la vida espiritual como colaboradores, ayudando a los que quedan y llegan constantemente a ese foso de lágrimas.
Así, nada hacemos de extraordinario y apenas devolvemos a la colonia y a la vida lo mismo que recibimos. Y eso hace nuestra felicidad.
FIN DEL CONTENIDO MEDIÚMNICO
Publicado en el libro “Ícaro Redimido: La vida de Santos Dumont en el Plano Espiritual“ (Obra mediúmnica) de Gilson Teixeira Freire y el Espíritu Adamastor.
Traductor «Khalil» usuario registrado en ZonaEspirita.com
RECUERDA que puedes dejar tus comentarios sobre esta psicografía, abajo en «Dejar un comentario»