Hacer Caridad a los Espíritus. 2ª parte.
Por tercera y última vez, nos ocuparemos de una cuestión que ha levantado una gran marejada entre los espiritistas, los unos nos recriminan duramente llamándonos materialistas, los otros nos llaman desertores de la escuela de Allan Kardec, y los menos nos dicen ¡Adelante! Ha puesto Ud. el dedo en la llaga, ¡Todo por la verdad! Como decía el inolvidable Palet.
No nos gusta las polémicas inútiles, porque no lograremos llevar el convencimiento a la mente de aquellos que buenamente encariñados con dar luz a los ciegos, les parece una verdadera profanación lo que nosotros decimos.
Nunca creímos convencer al que está completamente opuesto a nuestro modo de pensar, lo único que nos ha movido a decir algo sobre este particular es la consideración siguiente: ¿Dijo Allan Kardec la última palabra en las obras fundamentales del Espiritismo? No, porque esto sería detener la marcha majestuosa del progreso.
Él habló sencillamente para que las multitudes le entendieran, él formuló muchas y variadas oraciones, porque comprendió que las almas acostumbradas a tener templos para rezar, no podía dejárselas sin el consuelo de una plegaria repetida en diversos tonos.
Él habló a todas las inteligencias humildes, porque son las primeras que aceptan todas las predicaciones que les ofrecen un porvenir de redención.
Él hizo un trabajo cuya importancia aún no comprendemos, porque sólo el tiempo agiganta a los reveladores de nuevas verdades.
Él despertó en la generalidad el sentimiento de la compasión, porque éste es el primer paso que da el Espíritu para dulcificar su rudeza, y esta compasión la extendió hacia los seres desencarnados, despertando en ellos el interés por las comunicaciones de los espíritus, diciendo alguno de los buenos creyentes con el mayor entusiasmo: -Yo tengo una gran habilidad para convertir a los ciegos del Espacio; ya tengo aprisionados en un saco fluídico a tantos o a cuantos espíritus. Ayer tuve un día feliz, les di la libertad a cien espíritus que gemían en la oscuridad, y este procedimiento para nosotros, es lo mismo que la fe y la esperanza que tienen los católicos romanos en tal Virgen, más milagrosa que ninguna, o tal Cristo que suda sangre y llora los desaciertos de la humanidad.
El hacer la caridad a los espíritus sin tener la más leve noción del Espiritismo, sin conocer qué es el fluido, sin comprender en lo más sencillo la vida de ultratumba, ¿Cómo puede asegurarse que uno no es víctima de un engaño, de una superchería?, si desconoce por completo las malas artes de los espíritus, si no puede distinguir la mentira de la verdad.
Si la identidad es poco menos que imposible con los seres desencarnados. ¿No se pierde un tiempo precioso exhortando a quien no se conoce? Habrá espiritistas tan convencidos como nosotros, de la verdad innegable de la comunicación ultra-terrena, pero más que nosotros no, porque le hemos debido al conocimiento del Espiritismo las horas más hermosas de nuestra vida.
Nosotros no abjuramos de creencias cimentadas en el estudio y en la manifestación de los espíritus, únicamente disentimos en algunas prácticas porque las consideramos muy peligrosas y no queremos catástrofes como las que ya hemos presenciado.
Recordamos a una médium que se quedaba en éxtasis, cuando el Espíritu de la Virgen María (según aseguraba una vidente) se apoderaba de ella; en aquellos momentos solemnes la médium decía que tenía poder para convertir a los espíritus en sufrimiento, y una noche si no se la desnuda violentamente queda asfixiada aquella infeliz, dominada por fuerzas superiores y desconocidas, y por hacer caridad a los espíritus, ¡Qué consecuencias tan fatales para todos los que estaban en la reunión, si aquella pobre mujer pierde la vida!
Dicen que nosotros queremos establecer privilegios, no y mil veces no, pero ¿Cómo nos ha de inspirar la misma confianza para tratar con los espíritus, una persona completamente ignorante en la ciencia espírita, y un hombre que haya perdido la lozanía de su juventud, arrancando secretos a la comunicación de ultratumba? Este último ¿No parece más indicado para levantar una punta de ese velo que cubre lo desconocido?
Nadie como el verdadero espiritista comprende que no hay más privilegio que el trabajo individual y el afán que tiene cada uno de progresar dentro de su esfera.
Si todas las ciencias necesitan tan profundos estudios, para conocer una mínima parte de sus propiedades y manifestaciones, el Espiritismo que es la ciencia de las ciencias, ¿No necesitará investigaciones analíticas? ¿No será necesario un detenido examen de las comunicaciones de los espíritus? ¿No será indispensable poseer una buena parte de sentido común, para saber apreciar los consejos e instrucciones de ultratumba?.
Creemos que sí, creemos que ante todo debe uno tratar de adquirir los conocimientos rudimentarios, para comprender algo de ese gran todo llamado Espiritismo.
No sabemos si por suerte o por desgracia, hemos tocado muy de cerca las consecuencias tan tristes de la impremeditación de algunos espiritistas, tan creyentes y tan bondadosos como ignorantes en la cuestión de tratar con los espíritus, para lo cual se necesita no sólo un estudio profundo de cuanto concierne a la vida de ultratumba, sino también conocimientos adquiridos en otras muchas existencias, que se manifiestan por una doble vista sorprendente y una penetración maravillosa, condiciones indispensables para emprender la difícil tarea de hacer caridad a los espíritus y saber distinguir entre el alma apenada y afligida y el ser que se divierte haciendo padecer a los médiums, siendo un obstáculo las sesiones con su obstinada permanencia en ellas, entreteniendo durante horas al auditorio con monosílabos entrecortados, arranques violentos y una carcajada burlona por punto final.
Será muy bueno y muy santo hacer caridad, pero ha de hacerse con conocimiento de causa, es preciso saber a quien se hace la caridad. Dice un antiguo refrán: haz bien y no mires a quien, y ese aforismo lo rechazamos, porque dar sin saber qué clase de persona lo recibe, es exponerse a fomentar el vicio quitándole al verdadero necesitado un consuelo y un alivio en su dolor.
Pues esto mismo sucede con los seres desencarnados, hay espíritus que verdaderamente escuchan con atención profunda, los consejos y explicaciones de los directores de los Centros Espiritistas, y lentamente aquel alma adormecida va saliendo de su letargo, y estos mismos consejos le son perjudiciales al Espíritu hipócrita y burlón que se divierte abusando de la credulidad y de la buena fe de algunos espiritistas, confiados en demasía, porque se le da ocasión propicia para engañar, entretener y hacer perder el tiempo inútilmente.
No todos sirven para esa clase de trabajo, nosotros por ejemplo, que llevamos más de quince años trabajando continuamente en la propaganda del Espiritismo, con verdadero entusiasmo, con íntima y profunda convicción de que la comunicación de ultratumba es la manifestación de la vida del infinito, si nos viéramos precisados a dirigir un Centro Espiritista, confesaríamos ingenuamente que no tenemos condiciones para ello, porque no sabemos distinguir el oro del oropel.
Nos sucede a veces que no nos satisfacen algunas comunicaciones, que dudamos cuando los espíritus dan nombres de eminentes sabios, en silencio rechazamos cuanto nos parezca que está reñido con el sentido común, pero no sabemos discutir con los espíritus y conociendo nuestra insuficiencia enmudecemos, en cambio, hemos visto muchas veces a hombres del pueblo dirigiendo perfectísimamente una sesión por borrascosa que haya sido, manteniendo a raya a los espíritus perturbadores.
No nos han comprendido al lanzar sobre nosotros, el anatema de que ya no somos espiritistas porque no nos gusta hacer caridad a los espíritus. Por mirar en el estudio razonado del Espiritismo, la regeneración social, por creer que sin esa creencia eminentemente racional y profundamente lógica, se hace imposible el progreso en la humanidad, por considerar que la comunicación de los espíritus es la verdad innegable de todos los tiempos, por encontrar en la vida de ultratumba el complemento de la vida terrena, por hallar en los seres invisibles amor inmenso, consejos evangélicos y todo cuanto puede dar aliento al desheredado de la Tierra, por eso no queremos que las sombras del error y de la superchería tiendan su negro manto sobre la luz esplendente del Espiritismo, por eso queremos estudio, porque sin saber no se va a ninguna parte.
No basta la buena voluntad, nuestra voluntad es inmensa y sin embargo, cuántas veces nos dicen los espíritus: “daríamos comunicaciones científicas, pero…, no servís para recibirlas, por esta vez el templo de la ciencia está cerrado para vosotros”.
Cuando leemos ciertas descripciones de lo que acontece en los Centros dedicados a hacer caridad a los espíritus, decimos con profunda tristeza ¡Cuánta ignorancia!
*Publicado originalmente en el periódico espiritista “La Luz del Porvenir” a finales del siglo XIX.
Por Amalia Domingo Soler