A primera vista, incluso puede parecer innecesaria esta adjetivación: espiritismo laico.
Al final, ¿no es el espiritismo solamente uno? ¿En la extensa bibliografía por él dejada, Allan Kardec, su fundador, no nos ha legado, con meridiana claridad, su posición sobre la naturaleza del espiritismo, conceptualizándolo adecuadamente?
Veamos: En un libro publicado en 1859, en París, con el título de Qué es el Espiritismo, Kardec se encargó de formular una definición, y no lo hizo sin antes exponer esta breve consideración: “El espiritismo es, al mismo tiempo, una ciencia de observación y una doctrina filosófica.
Como ciencia práctica, consiste en las relaciones que se pueden establecer con los Espíritus; como filosofía, comprende todas las consecuencias morales que derivan de estas relaciones”1 (p.44).
Estaban delimitados, así, los dos campos donde el fundador del espiritismo deseaba ubicarlo: el de la ciencia y de la filosofía.
En el campo de la ciencia, sugiriendo un enfoque metódico y serio de un fenómeno que siempre había estado presente en la cultura humana, pero que había sido, en todos los tiempos, relegado al campo del misterio, de lo sobrenatural, dando lugar a mitos, creencias, supersticiones: la llamada comunicación con los muertos.
En el de la filosofía, porque a esta cabe el estudio teórico de la ética.
Y, sin duda, la existencia de los espíritus y su relación con el mundo material, una vez probados, abren una perspectiva mucho más amplia acerca del hombre y del mundo, repercutiendo en el comportamiento humano, en la visión que el sujeto pasa a tener de la vida, de sí mismo y de los demás.
De hecho, principios como el de la inmortalidad del espíritu, su comunicabilidad y su evolución, las bases teóricas de la propuesta espírita, examinados no como simples creencias, sino como realidades inherentes a la vida, inevitablemente producen consecuencias de carácter ético y moral.
Kardec, tras haber situado el campo donde pretendía insertar el espiritismo, podría, entonces, sintéticamente, conceptuarlo, y así lo hizo, en Qué es el Espiritismo, en complementación al fragmento transcrito anteriormente: “El espiritismo es una ciencia que trata sobre la naturaleza, el origen y el destino de los espíritus y sus relaciones con el mundo material” 1 (p.44).
A lo largo de toda su obra, Kardec siempre insistió en mantener el espiritismo exactamente en la órbita de la ciencia, es decir, del conocimiento.
La palabra ciencia, del latín sciencia, tiene precisamente esta etimología: conocimiento (el verbo scire se traduce por saber).
En el mismo opúsculo en el cual propuso esa definición de espiritismo, Allan Kardec, didácticamente, reprodujo un hipotético y largo diálogo con un sacerdote.
Ese insiste que los contenidos de la propuesta espírita eran, en esencia, los mismos que las religiones: existencia de Dios, la supervivencia del espíritu después de la muerte y su destino después de esto.
El fundador del espiritismo está de acuerdo con él, pero argumenta que su propuesta era que cada una de estas cuestiones se dedujera de la experimentación científica y provocara reflexiones apoyadas por la razón, ya que estaban, todas ellas, “en la Naturaleza”.
Enfrentándolas de esta manera, los estudiosos las desplazarían del terreno del sobrenatural y de las creencias al del conocimiento racional.
El espiritismo, señalaba él, reposa “en principios independientes de las cuestiones dogmáticas”. Por esta razón, “su verdadero carácter es el de una ciencia y no de una religión” 1 (p.103).
Kardec, de hecho, va más allá y llega a decir, en un discurso pronunciado en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas2 (la primera sociedad espírita de la historia legalmente constituida y por él presidida) el 1 de noviembre de 1868, que el espiritismo no tiene “ninguno de los caracteres de una religión” y que, si se “adornara” con este título, “inevitablemente se habría equivocado”.
Avanzando un poco más en esta reflexión, fácil será concluir que el espiritismo, tal como fue concebido por su fundador, se inserta en el área del laicismo.
Pero, ¿Qué es exactamente el laicismo?
Herivelto Carvalho (2019), refiriéndose al término “laico” informa que
“Este adjetivo proviene del término griego laikós que significa ‘del pueblo’ o, en otras ocasiones, ‘mundano’. En los escritos cristianos fue, a partir del siglo III, muy utilizado con el objetivo de calificar a los fieles que no eran dotados del conocimiento sagrado de los clérigos. En otros contextos, el término laikós se utilizó en oposición a hagios (sacrum), especificando todo lo que presentaba una naturaleza profana. En la Europa del siglo XIX, el adjetivo laico llegó a tener un significado equivalente a la manera como se entiende actualmente: la calificación de una actividad humana que no tiene implicación directa con asuntos religiosos o cuestiones dogmáticas de cualquier creencia.”3
Para este pensador espírita, durante más de un siglo después del comienzo del espiritismo, rara vez hubo la asociación del adjetivo laico con la Doctrina Espírita:
“Los primeros registros de esta asociación se remontan a los años 1860, cuando el espírita francés Charles Fauvety creó el epíteto ‘religión laica’ en referencia a la capacidad del Espiritismo para ser un promotor de la vivencia de una espiritualidad de siglos.”3
Señala, también, que:
“Algunas publicaciones doctrinarias de este período también registraron esta calificación, como, por ejemplo, en el momento en que el francés Jules-Jacques-Toussaint Lessard, editor del periódico L’Anti-matérialiste, de Nantes, informó en la edición de noviembre de 1883 de la Revista Espírita que había celebrado una conferencia sobre ‘la superioridad de la moral laica del espiritismo sobre la moral del catolicismo’, o también en un mensaje de autoría espiritual, psicografiado por un médium simplemente identificado como ‘N.M.´, publicado en la edición de agosto de 1888, de la Revista de Estudios Psicológicos, de Madrid, donde se lee que: ‘La enseñanza colectiva del espiritismo es laica, porque enseña, como Jesús, que quien quiera ser el primero, será el último y el siervo de todos, un hecho único que da superioridad moral’.” 3
Según Carvalho, fue después de la publicación del libro Espiritismo Laico, de David Grossvater, en 1966, que se popularizó la expresión “espíritas laicos”.4
Sin embargo, la conexión del espiritismo con el laicismo viene de sus primordios.
Como bien señala Jon Aizpúrua, en el artículo “A CEPA e o Laicismo”, publicado en el libro “Espiritismo: O Pensamento Atual da CEPA, o I Congresso Internacional do Espiritismo”, en 1888, recomendó “la difusión del laicismo en todas las esferas de la vida”.5
Como muy bien aclara Salomão Jacob Benchaya, en su libro Da Religião Espírita ao Laicismo – A Trajetória do Centro Cultural Espírita de Porto Alegre, “el laicismo es una doctrina filosófica que proclama la autonomía de las actividades humanas en relación con la religión” 6 (p.133).
Este principio, que alcanzó su culminación en la segunda mitad del siglo XIX, en el momento del surgimiento del espiritismo, tenía como objetivo poner fin, definitivamente, a la intromisión de la Iglesia en las cuestiones del Estado.
No aspiraba, absolutamente, una predicación antirreligiosa, sino, simplemente arreligiosa.
Benchaya, con propiedad, recuerda la definición dada por el Diccionario Aurélio, del adjetivo laico, es decir: “lo que vive en, o es propio del mundo, del siglo, secular (por oposición a eclesiástico)”.
El sustantivo que le corresponde, “laicismo”, se define allí como la “doctrina que proclama la laicidad de las instituciones sociopolíticas y de la cultura, o que al menos exige para estas la autonomía frente a la religión”.7
Es precisamente esta autonomía con respecto a las cuestiones antes enyesadas en dogmas religiosos, en el misterio, en lo sobrenatural, que el espiritismo reivindica, desde su origen.
Temas fundamentales a la propia naturaleza humana y a la reflexión filosófica a su alrededor, como la existencia del alma o espíritu, su inmortalidad, su comunicabilidad y el proceso evolutivo, deberían tratarse, según Kardec, racionalmente, incluso si las religiones siguieran cuidando de ellos como artículos de fe, e incluso si muchas personas prefirieran mantenerlos en el campo de las creencias con todos los envoltorios creados por las religiones, tales como los cultos, las jerarquías sacerdotales e institucionales, los actos litúrgicos, etc.
Para ellos, el espiritismo sería un auxiliar, confiriendo racionalidad a sus creencias.
Sin ninguna pretensión de convertirse en una nueva religión, el espiritismo se proponía a actuar en la condición de “alianza entre la ciencia y la religión”, según propuso Allan Kardec en el libro El Evangelio Según el Espiritismo8 , anteponiéndose como un enlace entre esas dos vertientes.
La fe religiosa, gracias a la ciencia experimental y la racionalidad aplicadas a las cuestiones fundamentales del espiritualismo, se trasmudaría en fe razonada.
Está claro, por lo tanto, que el espiritismo nació como una propuesta laica, sin ninguna connotación religiosa.
Es decir, como señaló su fundador, aunque recurriendo a cuestiones históricamente abordadas por las religiones, la nueva ciencia de ellas se ocuparía bajo otro sesgo, sometiéndolas, como hechos presentes en la naturaleza, recurriendo los caminos conductores del conocimiento.
Las propias consecuencias morales resultantes de estos principios no se darían por imposiciones de la fe, o por la fuerza de normalizaciones de carácter religioso o sobrenatural, sino por convencimiento personal, libre y autónomo, del individuo capaz de asimilar ese conocimiento y que, así, concluyera por direcciones éticas compatibles con ellos.
Los verdaderos espíritas, por lo tanto, no deberían colocarse en la categoría de los “creyentes”, sino en la de los “librepensadores”.
Y, así como fuera enfático situando el espiritismo como una propuesta ahora entendida como laica, Kardec lo fue igualmente para designarlo como una filosofía librepensadora.
En un artículo que publicó en la Revista Espírita de enero de 1867, Allan Kardec, en plena sintonía con las tendencias del nuevo tiempo en el que se afirmaba la autonomía del pensamiento, aclamó el advenimiento de una “nueva denominación por la cual se designan a los que no se someten a la opinión de nadie en materia de religión y de espiritualidad, que no se consideran obligados por el culto en el que el nacimiento los puso sin su consentimiento, ni a la observación de cualesquier prácticas religiosas” 9 (p.6).
Esta nueva categoría de hombres y mujeres, según él, eran los “librepensadores”.
Y allí situaba a los verdaderos espíritas, señalando: “Todo hombre que no se guía por la fe ciega es, por esto mismo un librepensador”, para agregar: “A este título los Espíritas también son librepensadores” (p.6).
Con estas breves, pero meridianamente claras conceptuaciones del fundador del espiritismo, no parece haber lugar a dudas de que Kardec concebía la doctrina que sistematizó, a partir de amplio intercambio mantenido con los espíritus, como una propuesta:
a) laica, es decir, no religiosa; y
b) librepensadora, es decir, producto de la experiencia y de la razón, y no impuesta por nadie.
Una cosa, sin embargo, sería la propuesta teórica de Allan Kardec, un respetado pedagogo, librepensador, insertado en las ideas iluministas y revolucionarias del pensamiento, provenientes del siglo XVIII y maduradas en el siglo XIX, y otra sería la manera como esas ideas serían asimiladas por el Occidente cristiano.
Por el simple hecho de que esas cuestiones, en el curso de toda la llamada “civilización cristiana”, habían sido del dominio exclusivo de la religión, sería difícil al hombre común retirarlas de allí, para ubicarlas en el campo del secularismo y del laicismo.
Incluso porque, por fuerza de la predicación religiosa del clero, preocupado con el avance del racionalismo, del librepensamiento y del laicismo, tales movimientos de ideas estaban, en ese justo momento, siendo deliberadamente confundidos con ateísmo y antirreligiosismo.
Decididamente, no interesaba a la religión – como todavía no interesa – perder el dominio exclusivo hasta entonces mantenido sobre el terreno del espiritualismo.
En resumen: las ideas de una explicación racional para la existencia de Dios, del espíritu, así como, y especialmente, para la posibilidad de la comunicación del espíritu con el mundo material y su evolución, por el proceso de la reencarnación, fueron bien recibidas en amplios sectores de Europa y, luego, de las Américas.
Pero, disociarlas de la religión no sería fácil.
Se trataba de un fenómeno cultural demasiadamente arraigado en la mente de la mayoría de las personas.
Se imponía, así, según pensaron algunos, el formateo de la “religión espírita”, algo que había estado lejos de la cogitación de su fundador.
Fuera como fuera, sin embargo, era la manera de hacer el espiritismo ir adelante, avanzar entre los crédulos, ganar espacio y respetabilidad en el campo de lo sagrado, donde, en oposición a lo profano, se situaban todas las religiones.
Un nuevo camino, de esta manera, se trazaba para el movimiento espírita.
Sin duda, este nuevo aspecto, el religioso, añadido a los otros dos concebidos por Allan Kardec – el científico y el filosófico/ moral –, traerían consecuencias para su desarrollo e identidad en los países que pasaron a conocerlo.
Brasil, con sus fuertes raíces católicas, heredadas de los colonizadores portugueses, ejerció una influencia particular en el formateo de la “religión espírita”.
Esta luego también sería adoptada por algunos segmentos espíritas en los países de habla hispana, aunque España, en las décadas siguientes a la desencarnación de Kardec, haya sido un fuerte baluarte de resistencia a las tendencias místicas y religiosas que surgieron en el seno del movimiento.
En línea con el pensamiento de la CEPA – Confederación Espírita Panamericana, fundada en Argentina en 1946 (hoy CEPA – Asociación Espírita Internacional) y contrariamente a los amplios sectores del propio espiritismo, sentimos que esta guiñada con el objetivo de su vulgarización, disintió de la propuesta de Kardec y, de cierta manera, perjudicó la progresiva asimilación, en términos de contemporaneidad, del proyecto que él había soñado.
Kardec estaba por delante de su tiempo y sabía del creciente desprestigio de las religiones, en los segmentos más cultos de la sociedad, de la laicización de la cultura occidental y de la búsqueda de una nueva espiritualidad no subordinada a las jerarquías religiosas.
Analizando este fenómeno, el filósofo espírita brasileño, José Herculano Pires, a pesar de identificar un aspecto religioso en el espiritismo, reconoció:
“Lo que impidió la expansión del Espiritismo en la Europa del siglo pasado (Siglo XIX), para poder renovar la antigua concepción de mundo todavía dominante, fue simplemente su aspecto religioso.
Al igual que el Cristianismo Primitivo, el Espiritismo fue acogido con ansiedad por los sectores pobres de la población que lo convirtieron en todas las partes en una nueva secta cristiana”.10 (p.79)
Con este breve análisis, podemos comenzar, ahora, a formular respuestas o, al menos, ensayar hipótesis explicativas para la pregunta inicialmente planteada:
Por fin, ¿por qué “espiritismo laico”?
¿Así que hay varios espiritismos?
¿O es el espiritismo, de hecho, y solamente, aquel cuyas líneas maestras y cuya identidad fueron puestas en las obras de su fundador?
¿Sería correcto verlo como una religión?
Aunque las páginas siguientes de este pequeño libro*, {se refiere al libro del que ha sido extraído este artículo} exponiendo y contextualizando aspectos históricos y culturales de este recurrido, no sean capaces de formular respuestas definitivas para esta pregunta, presente desde los primordios de la formación del movimiento espírita, al menos tenemos la pretensión de justificar nuestras posiciones, no desconsiderando la llamada “religión espírita”, pero en una señal de respeto a Allan Kardec y de fidelidad al gran proyecto por él lanzado, a mediados del siglo XIX.
Por Milton Rubens Medran Moreira
*Extraído del capítulo 1 del libro «El Espiritismo en la perspectiva laica y librepensadora» de Milton Rubens Medran Moreira y Salomão Jacob Benchaya. Libro 1 de la Serie 1 de la Colección Librepensamiento: Espiritismo para el siglo XXI. Publicado en la noche de hoy, sábado 10 de Abril de 2021 en la web: Ebooks (cepainternacional.org)