Introducción
Quisiera dirigirme, en primer lugar, a las personas que se encuentran ahora aquí presentes y que ya estén iniciadas en la Doctrina Espírita.
Para ellos les ruego, desde este mismo instante, sepan disculpar si a lo largo de mi exposición, hablo o trato de temas que sean muy básicos y elementales, o si repito en más de una ocasión alguna expresión o hago referencias a cosas ya dichas anteriormente.
He preferido, seguramente, más bien dirigirme a los que os hayáis podido acercar por primera vez para oír algo sobre Espiritismo, con mi única pretensión de poder, tal vez, despertaros la inquietud por conocer la realidad del mundo espiritual, bien sea a través del Espiritismo o de cualquier otra doctrina o filosofía que cada uno de vosotros pueda libremente escoger.
Aclarar también, desde un principio, que todos los comentarios que haré a lo largo de mi exposición, son mis opiniones personales, resultado del breve tiempo (aprox. 20 meses) que hace que estoy estudiando el Espiritismo.
Son conclusiones particulares sobre lo que he aprendido y lo que me ha abierto el Espiritismo en mi forma de pensar y de actuar.
Con ello quiero decir, que si alguno de los presentes no está de acuerdo con algo de lo que yo exponga, no lo achaque a la Doctrina Espírita en sí misma, sino a mis pocos conocimientos y experiencia en ella, pues si bien las enseñanzas que ofrece el Espiritismo son múltiples, seguramente yo, de momento, tan sólo he sido capaz de aprender unas pocas.
Espíritu y su evolución
Allan Kardec definió el Espiritismo como “la doctrina que trata y estudia el origen, la naturaleza y el destino de los espíritus”.
Lo cual quiere decir, ni más ni menos, lo que ya desde la más remota antigüedad se preguntaban los filósofos de aquellos tiempos, es decir: quién soy, de dónde vengo y a dónde voy.
El Espíritu, es el principio inteligente del Universo, la centella divina emanada de Dios, Su Creador, que desciende al mundo material para desarrollar el germen que posee en sí mismo con todos los atributos de la Divinidad y con todas las facultades que están destinadas a convertirle, por medio del trabajo y del esfuerzo personal, en un ser superior capaz de conquistar la Sabiduría y el Amor.
Esa chispa divina, como simple principio espiritual, sin conciencia de sí mismo, en su evolución, pasa por los tres reinos de la naturaleza: el mineral, el vegetal y el animal, deteniéndose en cada uno de ellos miles y miles de años, desarrollándose y adquiriendo las experiencias que cada forma de vida podía ofrecerle.
Esta evolución del principio espiritual, siempre ha ido unida a una evolución de la materia que le servía de instrumento y de medio de manifestación, en una transformación continuada hacia formas cada vez más complejas en lo morfológico y un desarrollo constante y progresivo en lo psíquico, a través de la acumulación de informaciones, porque todas las experiencias pasadas y todas las vivencias sufridas las ha ido archivando y recogiendo el principio espiritual en su psiquismo.
De esta manera y forma, después de múltiples y sucesivas repeticiones, el principio espiritual se va desarrollando, hasta tal punto que le faculta y prepara para dar el paso más importante en su evolución hasta el momento: la adquisición de conciencia propia.
Para ello, este principio espiritual, una vez finalizado todo este periplo de existencias de miles y miles de años, es preparado en el Mundo Espiritual, para sufrir la transformación necesaria que le convierta ya en espíritu individualizado, y poder continuar en su evolución dando un salto hacia un nuevo reino: el reino hominal, ensayando en una nueva forma aún más compleja y perfecta que las anteriores: el cuerpo humano, aunque, lógicamente, al principio sea en cuerpos primitivos y rudimentarios.
Es decir, que en el hombre, este principio espiritual, es ya un espíritu individualizado, con conciencia propia, que empieza a desarrollar su razón y que tiene la capacidad analítica de sentir y saber que existe por medio de su propio raciocinio.
El hombre como un ser de triple naturaleza
El hombre es un ser complejo, compuesto por una triple naturaleza: humana, astral y espiritual, es decir, cuerpo carnal, cuerpo fluídico y alma o espíritu.
El cuerpo carnal es temporal y transitorio, estando destinado a la desintegración total y su función es la de servir como instrumento y medio de manifestación del espíritu en el mundo material.
El cuerpo fluídico o periespíritu es inmortal, envuelve, configura e identifica al espíritu, evolucionando paralelamente a la propia evolución éste. Es una organización viva, en la cual se imprimen y repercuten todos los acontecimientos que impresionan la mente del propio espíritu, por lo que toda su historia está grabada y se refleja en él. Su función es la de servir como intermediario entre el espíritu y la materia.
El espíritu es eterno y constituye en el hombre su verdadera individualidad, individualidad que mantiene a través de todas sus existencias. De él irradia la vida, la inteligencia, la voluntad y el sentimiento; el Espíritu es quien piensa, quien desea, quien siente y quien ama.
Aunque cada uno de estos principios (el humano, el astral y el espiritual) tienen sus propias características, funcionan como un sistema y un conjunto organizado y coordinado:
- el espíritu quiere,
- el periespíritu o cuerpo fluídico transmite y
- el cuerpo físico ejecuta;
y en sentido contrario, donde el cuerpo físico recibe, el periespíritu transmite y el espíritu siente.
Espíritu y cuerpo, mente y materia, son complementos uno del otro, que se interrelacionan constantemente a través del periespíritu, quien se encarga de plasmar las necesidades evolutivas del espíritu en la forma física.
Sin esta visión global de la realidad del hombre, basada en el espíritu y en los reflejos de su psiquismo en el cuerpo físico, su análisis es siempre deficiente e incompleto.
Y de tal manera esto es así, que la gran mayoría de enfermedades que sufre el hombre, no son más que las faltas e imperfecciones provenientes de su espíritu, que se manifiestan en el cuerpo físico.
Y que mientras que para el ser humano, la salud significa el equilibrio perfecto de sus órganos físicos, para el mundo espiritual, la salud es la perfecta armonía del espíritu.
Por eso, el mejor remedio para cuidar la salud del cuerpo, es cuidar primero la salud del espíritu.
Tengamos en cuenta que el hombre no es que tenga un espíritu, sino que es un espíritu encarnado; el hombre no es un cuerpo con un espíritu, sino que es un espíritu que da vida a un cuerpo.
Aparece el Libre Albedrío
A diferencia de los otros reinos de la Naturaleza por los que ha transitado, sin más preocupación que dejarse llevar por la inercia de las propias leyes de la vida física, ahora se encuentra, el espíritu, que esta adquisición de conciencia propia y capacidad de raciocinio, hace que se enfrente, por primera vez, a la situación de tener que escoger y tomar decisiones propias.
Es decir, aparece el libre albedrío. Y con él, la responsabilidad del hombre por sus actos.
Y será, precisamente, del buen o mal uso que el hombre haga de este libre albedrío, lo que va a marcar, a partir de este instante, su futura evolución.
Y este buen o mal uso, dependerá de respetar y seguir las Leyes Divinas, las Leyes de Dios, (únicas Leyes que rigen la Vida) basadas en el Amor y la Fraternidad entre todas las criaturas.
En las primeras etapas como hombre, la capacidad de utilizar este libre albedrío es mínima, porque esta capacidad, lógicamente, va en relación directa con la propia evolución del espíritu.
Es decir, que a menos evolución, menos capacidad de ejercitar el libre albedrío y también menos responsabilidad; y que a más evolución, más capacidad de poder ejercitar el libre albedrío, pero también, entonces, más responsabilidad.
Por tanto, a partir de este momento, el hombre deberá luchar contra los instintos y bajas pasiones que trae de la vida animal e inferior que aún arrastra y desarrollar los atributos de Dios existentes en su intimidad espiritual.
El hombre viejo, producto de los instintos de la animalidad, debe desaparecer para dejar paso al hombre nuevo, en quien deben predominar los sentimientos y la razón, el Amor y la Sabiduría.
Y que para lograr eso, el hombre debe contar, básicamente, con su trabajo y esfuerzo personal. No hay gracias ni favoritismos para nadie, cada uno de nosotros tendrá que caminar con sus propios pies.
El hombre es el autor de su propio destino
Y si hasta llegar a su condición de espíritu, esta chispa divina, este principio espiritual ha tardado milenios, a partir de ahora su evolución no será distinta, porque el espíritu no podrá, en una sola existencia como hombre, conquistar esa perfección en el Amor y la Sabiduría, sino que, por el contrario, necesitará de muchas existencias físicas, de todas las que sean necesarias.
Y como la vida eterna es una sucesión de existencias entrelazadas y relacionadas todas entre ellas, es lógico y justo que en una vida se tenga que arreglar lo que en otra vida se ha estropeado, y, por el contrario, de lo que se ha obrado hoy correctamente, es justo que se reciba su beneficio en un futuro.
Es decir, que con el libre albedrío, aparece también la Ley del Karma o Ley de causa y efecto, que será la encargada de regularizar estas acciones del hombre.
Por lo tanto, el hombre, con su libre albedrío, tendrá libertad para obrar, pero fatalidad para recoger sus resultados, es decir, que el hombre es el autor de su propio destino y personalmente responsable por los efectos buenos o malos que resulten de sus acciones. Dicho de otro modo: la siembra es libre, pero la cosecha será obligatoria.
Seamos conscientes de que cada espíritu trae al reencarnar un programa de vida establecido, donde están previstas sus metas mínimas y máximas, dentro de un tiempo determinado, siendo cada vida trazada por lo Alto, bajo el más elevado sentido de Justicia, y que detrás de cada existencia hay todo un trabajo de estudio, preparación y seguimiento desde el mundo espiritual, con el único fin de que el hombre pueda reparar sus errores, reestablecer el equilibrio roto y progresar en su evolución.
Y a partir de ahí, nada sucede por casualidad, pues los acontecimientos o hechos importantes que le ocurran al hombre, no serán más que la consecuencia de sus actos y conducta pasada.
Y que estos acontecimientos o sucesos que nosotros no desencadenamos conscientemente, por muy lamentables que sean, es porque los merecemos, y que, esto que ahora juzgamos como malo o perjudicial, podemos estar bien seguros de que es lo que necesitamos para nuestro aprendizaje y lo mejor para nuestro proceso evolutivo.
Dios nos ha dado el libre albedrío y nosotros hemos creamos la fatalidad, por eso, esos sucesos que normalmente se atribuyen al destino o a la mala estrella de cada uno, no son sino “artimañas” de las que se sirve la Justicia Divina para alcanzar a aquellos que han infringido sus normas y proporcionar al espíritu trasgresor de las Leyes Divinas, la posibilidad de integrarse de nuevo a ellas.
Sepamos, pues, aceptar con optimismo esas pruebas que se nos puedan presentar, sufriendo sus cargas con esperanza en el futuro, sin aumentar sus efectos con la desesperación y con la rebeldía.
Pero no nos confundamos, porque esta aceptación o resignación, no debe entenderse como un conformismo absoluto que lleve al hombre al abandono y a la renuncia de intentar hacer cualquier acción para mejorar la situación en la que se ha encontrado, porque el peor de los sufrimientos siempre es temporal y provisorio, y durará solamente hasta que se agote la causa que lo originó, y nosotros no sabemos cuál es el alcance real de esta situación, y en cualquier momento ésta puede cambiar.
Confiemos en Dios, por que Él sabe siempre lo que es mejor para cada una de sus criaturas y estemos convencidos de que no cae una sola hoja de un árbol sin que Él lo sepa y lo permita.
Pero para entender bien todo ello, es imprescindible considerar todos los hechos y acontecimientos desde el punto de vista espiritual y contemplar la presente existencia sólo como un eslabón más en la cadena de toda la trayectoria del espíritu, ya sea como encarnado en sus sucesivas vidas o como desencarnado.
Y que con la muerte o desencarnación (que no es más que la separación del espíritu del cuerpo carnal), el espíritu vuelve al mundo espiritual con todas las características particulares que le son propias, con los mismos sentimientos y con las mismas pasiones, con las mismas virtudes y con los mismos defectos que tenía mientras estaba encarnado, formando ambos estados, el físico y el espiritual, un conjunto armónico, donde las experiencias vividas en una parte, repercuten en la otra y viceversa.
En consecuencia, juzgar algo teniendo en cuenta sólo esta presente vida es un enfoque erróneo, desvirtuado e incompleto, que nos llevará a no entender nada, a caer en la incredulidad y la negación de la Justicia y Misericordia de Dios.
Conclusiones y Consecuencias Morales
Y como consecuencia de todo lo expuesto hasta aquí, creo sinceramente, que si se es plenamente consciente y se ha entendido en toda su dimensión y transcendencia la auténtica realidad del espíritu, su origen, su destino y las leyes que rigen su evolución, se tiene que extraer de ello una serie de conclusiones y consecuencias morales que, por fuerza, si son llevadas a la práctica, han de servir para una revolución moral y espiritual capaz de transformar al hombre y, por correlación, a toda la humanidad:
1º – Dios como Creador y Causa primera de todas las cosas. Es todo Amor, Justicia y Misericordia. Sin esta premisa, todo lo demás carece de fundamento y de sentido.
2º – El único Determinismo que existe por parte de Dios es que reine el Amor entre todas sus criaturas y de que todos hemos sido creados para alcanzar el mismo destino: la perfección Moral y la Sabiduría.
3º – Si todos somos creados de la misma manera y todos tenemos un mismo origen y un mismo destino, ello quiere decir que todos somos iguales, y que las diferencias que se aprecian entre los hombres, son tan sólo transitorias y debidas únicamente al mayor o menor bagaje espiritual momentáneo de cada uno.
4º – Por tanto, el Espiritismo me ayuda y me enseña a ser más tolerante y condescendiente con los defectos y errores de los demás, porque me hace reflexionar que la falta que ha cometido mi semejante y que yo ahora estoy a punto de juzgar, tal vez sea la misma falta que haya podido cometer yo en el pasado.
5º – Con sus enseñanzas, la Doctrina Espirita me hace reflexionar en lo absurdo de algunos problemas que todavía hoy en día enfrentan a la humanidad, como son el racismo o los nacionalismos mal entendidos y extremistas. Porque con sus aclaraciones sobre la reencarnación, comprendo que las razas, producto de un determinado color de piel o de una determinada situación geográfica, son meramente transitorias y circunstanciales, y que quien hoy se vanagloria de pertenecer a la raza blanca, en el pasado pudo encarnar en un cuerpo de color o en el futuro, si sus necesidades evolutivas así lo exigen, puede nacer en una familia de cualquier otra raza. Y que quien hoy defiende con apasionamiento la bandera de una determinada nación, mañana puede reencarnar bajo la bandera del país contrario. Por lo tanto, seamos conscientes de que raza solamente existe una: la raza espiritual, hija toda del mismo Creador, y de que patria también sólo existe una; la patria espiritual universal, sin barreras ni límites de ningún tipo, sólo los que marquen la particular evolución de cada uno.
6º – El Espiritismo me enseña a respetar todo lo que tenga vida, por defectuosa, incompleta o imperfecta que ésta pueda ser en apariencia. Porque todo lo que tiene vida viene de Dios y Dios es, ante todo, Amor. Por lo tanto, tratemos con Amor todo lo que tenga vida. Sólo Dios sabe cuándo es el momento más adecuado para la desencarnación de un espíritu y su regreso al mundo espiritual. Y que cuando ello tenga que suceder, sucederá, sin que haga falta que la mano del hombre se convierta voluntariamente en ejecutora.
La Fe Espírita: Una fe apoyada en la Razón y en la Ciencia
Una vez hecho este breve resumen de lo que para mí es la esencia de la Doctrina de los Espíritus, y de las principales conclusiones que de ello personalmente extraigo, me gustaría hablar ahora de la fuerza de la Fe Espírita.
La fe, que es la creencia en los dogmas particulares que constituyen las diferentes doctrinas, cuando es ciega, es decir, que acepta de forma incondicional, sin comprobación, cualquier postulado, admitiendo las afirmaciones más extrañas sin analizarlas y sin someterlas a la razón, esa fe, con toda seguridad, conducirá hacia el absurdo y hacia el fanatismo, y más tarde o más temprano ha de desaparecer, porque este tipo de fe ciega exige la renuncia de la más preciosa conquista del hombre: su capacidad de raciocinio y su libre albedrío.
Por el contrario, la Fe que aporta el Espiritismo es una fe basada en la razón y en la lógica, que sabe juzgar, discernir y comprender. Es fuerte e indestructible, porque descansa sobre la base sólida que ofrece la libertad de pensar.
El Espiritismo, no tengo la más mínima duda, hace libre a la persona. En lugar de dogmas, cosas sobrenaturales y misterios, no reconoce más que a principios procedentes de la observación directa y del estudio de las leyes naturales. Porque la Fe, sea cual sea, no puede ir nunca contra las leyes de la Naturaleza y del Universo.
La Doctrina Espírita, además, me estimula y me incentiva para que no me conforme en demostrar mi fe absoluta e incondicional en aquello que el Espiritismo me enseña, sino que me anima a investigar a través de la Ciencia el por qué el Espiritismo afirma esto o aquello.
Y si algo de lo que enseña no encaja con mi raciocinio, lo dejo apartado en un rincón, hasta que, con el paso del tiempo y la adquisición de nuevos conocimientos, lo pueda entonces asimilar o rechazar nuevamente.
Y es de esta actitud, cuando nace la Fe firme e inquebrantable de la Doctrina Espírita, se cree porque se está convencido, y no se puede estar convencido si no se comprende aquello que se cree. No existiendo dogmas, desaparece la fe ciega y fanática, dejando paso, repito una vez más, a la fe indestructible que se apoya en el conocimiento.
Y como ya dijera A. Kardec: “La Fe sólo es Fe cuando puede encarar la razón cara a cara”
Anteriormente he hecho referencia a la Fe, recalcando, sea cual sea, con ello quiero decir que la Fe Espírita, es al mismo tiempo flexible y tolerante, pues no pretende erigirse como infalible o como privilegiada, no se atribuye ninguna supremacía ni derechos, ni considera sus enseñanzas como únicas; respeta todos los credos y doctrinas ajenas, tolerando los principios adoptados por otras filosofías o doctrinas.
Es una Fe abierta a exámenes y discusiones, que no impone nada, sino que propone mucho, que penetra en los corazones de los hombres y los conquista, porque lleva el cuño de la lógica y el esplendor de los hechos racionales, al mismo tiempo que satisface plenamente las ansias del sentimiento.
¡Es una Doctrina que está viva, que progresa evolucionando, que ensancha el pensamiento y que abre nuevos horizontes!
Y como ya dijera también A. Kardec: “cuando la Ciencia demuestre que algo de lo que defiende el Espiritismo es erróneo, el Espiritismo automáticamente rectificará”.
El Espiritismo como Filosofía, Ciencia y Sentimiento Espiritual
El Espiritismo es una ciencia, la Ciencia del Alma, cuyo fin es la comprobación experimental, por medio de los hechos demostrados y demostrables,
- de la existencia del espíritu,
- de su individualidad,
- de su supervivencia después de la muerte del cuerpo físico
- y de su evolución a través de la reencarnación.
Es también una filosofía racionalista, que interpreta la vida y al ser humano, aclarando su origen y su destino, proporcionando una respuesta al por qué y para qué estamos en este mundo.
E, indudablemente, es una Doctrina de sentimiento profundamente espiritual, con unas evidentes consecuencias morales, que tiene por fundamento incuestionable los mismos principios establecidos por Jesús en Su Evangelio.
Si el Espiritismo, en su parte científica y filosófica satisface plenamente las exigencias del intelecto humano, sólo su parte moral puede iluminar el corazón de los hombres, llenándolos de esperanza y de amor.
Porque el Espiritismo pone de plena actualidad y explica las máximas de
- “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”,
- “haz a los otros como quieras que te hagan a ti”,
- “no juzgues para no ser juzgado”,
- “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”,
- “perdonad hasta setenta veces siete”,
- en definitiva: amar a Dios, amar al prójimo, amar a todos los seres, amar a la Vida.
Máximas y principios todos que, por otra parte, están en perfecta armonía con las Leyes que rigen y gobiernan en el Universo, y que no hacen sino que reflejar fielmente en sus normas de conducta los mismos principios de esas Leyes Cósmicas.
Por todo ello, me atrevo a afirmar, que el Espiritismo es una Doctrina integral:
- es la Moral de la Filosofía,
- la Filosofía de la Ciencia
- y la Ciencia de la Moral Universal.
Una doctrina de Carácter Universal
Porque el Espiritismo es una Doctrina de índole universal, sus enseñanzas no están dirigidas exclusivamente a unos pocos elegidos o a un determinado pueblo, sino que, por el contrario, son perfectamente válidas para toda la humanidad, porque, precisamente, lo que busca y pretende es la solidaridad fraterna y la comunión entre todos los hombres, sin distinción de razas o creencias.
Por la simplicidad, por la lógica y por la pureza de sus explicaciones, puede ser comprendido tanto por el hombre sabio como por el hombre vulgar.
Los conocimientos “del más allá” que antes estaban reservados sólo para unos pocos iniciados, gracias al Espiritismo, son presentados a todo el mundo a través principios sencillos y acordes con el sentido común, a la vez que atrayentes y llenos de sentimiento.
El Espiritismo como recuperación del Cristianismo
El Espiritismo enseña a todo el mundo que esa búsqueda de Dios, ese intento universal de unirse a Él que siempre ha existido en el hombre, debe hacerse a través de las obras y de los hechos, sin esclavizarse a credos, ceremonias o dogmas.
Con ello, logra recuperar la simplicidad del Cristianismo primitivo, porque tiene como único culto el culto interno del espíritu en su sublime intimidad, sin los aspectos materiales de los rituales, ni fórmulas rígidas, ni representantes ni intermediarios, sino que simplemente utiliza la oración como el idioma universal que puede hablar toda la humanidad para dirigirse a su Creador, enseñando que para que ésta sea eficaz necesita solamente de la convicción de la Fe, de la seguridad de que no hay oración sincera sin respuesta y de que siempre alcanza su destino.
Sin embargo, aunque la oración no pueda modificar las cosas, si es que ello no nos conviene, sí que siempre puede modificar nuestra actitud, ayudándonos a ver y entender los acontecimientos por el ángulo correcto a través del cual deben ser examinados.
Por la oración, el hombre apela y busca la ayuda de los buenos Espíritus, que vienen a sostenerlo en sus resoluciones y a inspirarle buenos pensamientos, adquiriendo de ese modo la fuerza moral necesaria para vencer las dificultades que se nos puedan presentar.
Porque, tengámoslo claro, la comunicación e interpenetración entre el mundo espiritual y el mundo físico, es un hecho constante y cotidiano.
Los Espíritus nos rodean, viven entre nosotros, envolviéndonos con sus caricias o con sus maledicencias, inspirándonos al bien o al mal, nos ayudan o nos persiguen de acuerdo con nuestras actividades mentales y con nuestra conducta moral.
Hombre Espírita
Ser Espírita, significa, haber comprendido y tener plena certeza de la auténtica realidad del ser espiritual,
- de su origen,
- de su destino final
- y de las Leyes que rigen este camino entre el inicio y el glorioso final al que estamos destinados todos,
- siendo conscientes de que en el trabajo y esfuerzo personal de cada uno está el hacer este trayecto lo más rápido posible y lo más armónico posible con estas Leyes.
Pero ser Espírita no quiere decir, ni mucho menos, ser mejor que otra persona que abrace cualquier otra creencia o, incluso, que otra persona que no crea en nada, si como consecuencia de esta certeza adquirida, automáticamente no se impone una transformación moral que nos lleve a una constante lucha por tratar de vencer y dominar todas las bajas pasiones que impiden nuestro progreso, atándonos a las cosas efímeras y transitorias de la materia, como son el orgullo, la vanidad, el egoísmo, la envidia…
Tengamos bien claro que “La Administración del más allá” no nos preguntará cuáles son nuestras creencias, sino que nos preguntará sobre nuestras obras realizadas.
Cuando se siente el Espiritismo, por lo menos como lo siento yo, o el sentimiento y la razón, el corazón y la cabeza, se da la mano y camináis cuando nace entonces, de enfrentar y de vivir la vida día a día.
Que este nuevo Hombre-Espírita, con su comportamiento, sea el ejemplo de todo un barrio, y que este barrio, a su vez, sirva como foco de luz de toda una ciudad, y que esta ciudad, con su transformación, sea el espejo donde puedan mirarse el resto de las ciudades de una nación.
¿Os podéis imaginar, aunque sea por un momento, si este ejemplo cundiera en todos los países del mundo, lo que podría llegar a significar?
Compañeros espiritistas: Dejemos de imaginar y empecemos a trabajar para que ello pueda ser posible. Porque la creencia en el Espiritismo sólo es beneficiosa y útil para aquél de quien se pueda decir: “Este hoy, sin duda, es mejor que ayer”.
Y a vosotros, si os habéis acercado por primera vez para oír hablar sobre Espiritismo, me daría por satisfecho si os he podido transmitir algo de lo que yo siento.
Gracias, Espiritismo, por tus enseñanzas
que me alientan cada día de mi vida,
por tus consuelos y por tus esperanzas
al mostrarme que morir no es una despedida.
Por la seguridad tan grande que me da tu Fe
que satisface a mi corazón y a mi cabeza
porque yo no simplemente creo, sino que sé
que al llegar la muerte, la vida empieza.
Por esta certeza que siempre me acompaña:
saber que yo ya he existido ayer,
saber que yo también existiré mañana
y saber que tú y yo nos volveremos a ver.
Por decirme que mi destino y procedencia
es igual que la de cualquier ser humano,
que si entre ellos y yo no hay diferencia,
es porque mi semejante es mi hermano.
Y si he cometido contra él algún error
ahora tengo el presente para rectificar,
donde ayer puse odio ahora pongo Amor
y si en su día no amé, hoy me toca Amar.
Y entonces comprendo que ese sentimiento
no puede ser producto del azar o de la suerte,
es imposible que lo que yo pienso y siento
sea casualidad ¡NO! ¡Es algo mucho más fuerte!
Porque es el alma eterna la que siempre ama,
es el espíritu eterno el que piensa y razona,
y es otro espíritu el que a mí me llama
y es otra alma la que a mí me emociona.
Porque mi cuerpo en la tierra desaparece
y con él mi cerebro y mi corazón carnal,
pero la razón y el sentimiento jamás perece
¡Porque es propiedad del espíritu inmortal!
Por Alfredo Tabueña. Miembro del Centre Espírita Amalia Domingo Soler de Barcelona. Ponencia realizada en las II Jornada Espiritista en Barcelona. Domingo, 18 de abril de 2004. Contenido rescatado de la Hemeroteca de Zona Espírita.