diciembre 28 2021

«El Libro de los Espíritus» frente a la cultura de nuestro tiempo

Con este libro, el 18 de abril de 1857 se inició para el mundo la era espírita. En él se cumplía la promesa evangélica del Consolador, del Paracleto o Espíritu de Verdad.

Decir esto equivale a afirmar que El Libro de los Espíritus es el código de una nueva fase de la evolución humana. Y es exactamente esa su posición en la historia del pensamiento.

No se trata de un libro común, que se pueda leer de un día para el otro y después olvidarlo en el rincón de una biblioteca. Nuestro deber consiste en estudiarlo y meditarlo, leyéndolo y releyéndolo de continuo.

Sobre este libro se levanta todo un edificio: el de la Doctrina Espírita.

Constituye la piedra fundamental del Espiritismo, su primer hito.

El Espiritismo surgió con él y con él se propagó, imponiéndose y consolidándose en el mundo.

Antes de este libro no había Espiritismo y ni siquiera existía esta palabra.

Se hablaba de Espiritualismo y Neo-espiritualismo, de una manera general, vaga y nebulosa.

Los hechos espíritas, que siempre existieron, eran interpretaciones de los más diversos modos.

Pero, después que Kardec lo hubo lanzado a la publicidad, “conteniendo los principios de la Doctrina Espírita”, una nueva luz fulguró en los horizontes intelectuales del mundo.

Al tomar este libro en nuestras manos observamos una secuencia histórica que no podemos olvidar.

Cuando el mundo se aprestaba a salir del caos de las civilizaciones primitivas apareció Moisés como conductor de un pueblo destinado a trazar los lineamientos de un mundo nuevo, y de sus manos surgió la Biblia.

No había sido Moisés quien la escribiera, pero fue él el motivo central de esa primera codificación del nuevo ciclo de revelaciones: el ciclo cristiano.

Más tarde, cuando la influencia bíblica ya había modelado a un pueblo y éste se había dispersado por todo el mundo gentil, esparciendo la nueva ley, se hizo presente Jesús, y de sus palabras, recogidas por los discípulos, surgió el Evangelio.

La Biblia es la primera codificación de la primera revelación cristiana, el código hebraico en el que se fundieron los principios sagrados y las grandes leyendas religiosas de los pueblos antiguos.

La gran síntesis de los esfuerzos de la antigüedad en dirección al Espíritu.

No hay que asombrarse de que se presente ella muchas veces contradictoria e inspirando temor al hombre moderno.

El evangelio constituye la codificación de la segunda revelación cristiana, la que brilla en el centro de la tríada de esas revelaciones, teniendo en la imagen de Cristo el sol que ilumina a la otras dos y que arroja luz sobre el pasado y el futuro, estableciendo entre ambas la necesaria conexión.

Pero, así como en la Biblia se anunciaba ya el Evangelio, también en éste aparecía la predicción de un nuevo código: el del Espíritu de Verdad, según puede comprobarse en el Capítulo 14 del Evangelio según San Juan.

Y ese nuevo código nació de las manos de Allan Kardec, bajo la orientación del Espíritu de Verdad, en el momento exacto en que el mundo se preparaba para entrar en una fase superior de su desarrollo.

Hegel nos muestra en sus lecciones de estética las monstruosas creaciones del arte oriental –figuras gigantescas, con dos cabezas y muchos brazos y piernas, y otras formas diversas- como la primera tentativa de lo Bello para dominar la materia y lograr expresarse a través de ella.

La materia grosera se resiste a la fuerza del ideal, desfigurándolo en sus representaciones. Pero termina siendo domeñada y entonces aparecen en el mundo las formas equilibradas y armoniosas del arte clásico.

No obstante, una vez alcanzado el máximo equilibrio posible, lo Bello rompe por sí mismo dicho equilibrio en las formas románticas y modernas del arte, buscando superar su rudo instrumento material para expresarse mejor y más libremente.

Pues bien, esa grandiosa teoría hegeliana nos parece perfectamente aplicable al proceso de las revelaciones cristianas: porque de las formas aterradoras e incongruentes de la Biblia pasamos al equilibrio clásico del Evangelio, y de éste a la liberación espiritual del Libro de los Espíritus.

Cada fase de la evolución humana se cierra con una síntesis conceptual de todas sus realizaciones.

La Biblia es la síntesis de la antigüedad, como el Evangelio constituye el compendio del mundo grecorromano-judaico, y El Libro de los Espíritus la síntesis del mundo moderno.

Pero cada una de esas sumas no trae consigo sólo los resultados de la evolución operada, porque contiene además los gérmenes del porvenir.

Y en la síntesis evangélica debemos considerar, sobre todo, la presencia del Mesías como una intervención directa de lo Alto para la reorientación del pensamiento terreno.

Gracias a esa intervención los principios evangélicos pasan directamente, sin necesidad de readaptaciones o modificaciones, en su pureza primitiva, a las páginas del presente libro, como las vigas maestras de la edificación de la nueva Era.

La Codificación Espírita

Sin embargo, El Libro de los Espíritus no es tan sólo la piedra fundamental o el hito inicial de la nueva codificación.

Porque constituye su propio esbozo, su núcleo central y al mismo tiempo el andamiaje o estructura general de la Doctrina.

Si se le examina en relación con las restantes obras de Kardec que completan la codificación, se comprueba que todos esos libros tienen su punto de partida en el contenido de aquél. Podemos definir las diversas zonas del texto que corresponden a cada una de aquellas obras.

Así como en la Biblia existe el núcleo central del Pentateuco, y en el Evangelio el de la enseñanza moral de Cristo, en El Libro de los Espíritus podemos localizar una parte que se refiere a él mismo, a su propio contenido: es el conjunto de los Libros Primero y Segundo, hasta el Capítulo Cinco.

Este núcleo representa, dentro del esquema general de la codificación que hallamos en la obra, la parte que le corresponde a él mismo. En cuanto a los demás, comprobamos lo siguiente:

PRIMERO: El Libro de los Médiums, secuencia natural de El Libro de los Espíritus, que trata con especialidad el aspecto experimental de la Doctrina, tiene su fuente en el Libro Segundo, a partir del Capítulo Seis y hasta el final. Toda la materia que esta parte contiene es reorganizada y ampliada en El Libro de los Médiums, en especial lo referente al Capítulo Nueve: “Intervención de los Espíritus en el mundo corpóreo”.

SEGUNDO: El Evangelio según el Espiritismo es una derivación natural del Libro Tercero, donde se estudian las leyes morales, tratando sobre todo la aplicación de los principios de la moral evangélica, así como los problemas religiosos de la adoración, la plegaria y la práctica de la caridad. Incluso encontrará el lector en esa parte las primeras formas de “Instrucciones de los Espíritus”, comunes en El Evangelio…, con la transcripción completa de comunicaciones firmadas que versan sobre asuntos evangélicos.

TERCERO: El Cielo y el Infierno deriva a su vez del Libro Cuarto, “Esperanzas y Consuelos”, en que se examinan los problemas relativos a las penas y goces terrenales y futuros, inclusive con la discusión del dogma de la eternidad de las penas y el análisis de otros dogmas, entre ellos el de la resurrección de la carne y los del Paraíso, Infierno y Purgatorio.

CUARTO: La Génesis, los Milagros y las Profecías se relacionan con los Capítulos Dos, Tres y Cuatro del Libro Primero, y Capítulos Nueve, Diez y Once del Libro Segundo, así como con ciertos fragmentos de capítulos del Libro Tercero, que tratan problemas genésicos y de la evolución física de la Tierra. Por su amplio sentido, que abarca al propio tiempo las cuestiones de la formación y desarrollo del globo terrestre, y las atinentes a pasajes evangélicos y de la Sagrada Escritura, El Génesis…, se ramifica de una manera más difusa que los restantes libros de la codificación, dentro de la estructura de la otra Máter.

QUINTO: Los pequeños libros de introducción al estudio de la Doctrina, como El principiante espírita(1) y ¿Qué es el Espiritismo?, que no se incluyen propiamente en la codificación, están asimismo relacionados de una manera directa con El Libro de los Espíritus, derivando de su “Introducción” y “Prolegómenos”.

Así pues, la codificación se nos presenta como un todo homogéneo y consecuente.

A la luz de ese estudio se desmoronan las tentativas de separar uno u otro libro del bloque de la codificación, como posible expresión de una forma diferente de pensamiento.

Y nótese que los vínculos señalados aquí de un modo tan sólo formal pueden y deben ser aclarados en profundidad por un estudio minucioso del contenido de las diversas partes de El Libro de los Espíritus, en confrontación con las restantes obras.

Tal estudio exigiría también un análisis de los textos primitivos, como la primera edición de El Libro de los Espíritus y la primera del de los Médiums y del Evangelio…, pues, conforme se sabe, todos esos libros fueron ampliados por Kardec luego de publicada la primera edición de cada uno, siempre con la asistencia y orientación de los Espíritus.

En un estudio más amplio y profundo sería posible mostrar el desarrollo de ciertos temas que, sólo planteados en El Libro de los Espíritus, encuentran solución en obras ulteriores.

Es lo que se comprueba, por ejemplo, con los lazos entres Cristianismo y Espiritismo, que se definen por completo en El Evangelio…, o con el controvertido problema del origen del hombre, que tiene su explicación definitiva en El Génesis…, e incluso con las cuestiones de la mediumnidad, solucionadas en El Libro de los Médiums, y las teológicas y bíblicas, en El Cielo y el Infierno.

Conviene aclarar, empero, que la ampliación de todos esos temas no significa, en ningún caso, que se modifiquen los principios asentados en el presente libro.

A veces, ciertos asuntos que sólo afloran en El Libro de los Espíritus son desarrollados de tal manera en otras obras que, al leer éstas, tenemos la impresión de encontrar novedades.

Pero lo cierto es que en aquél sólo han sido señalados en una forma sintética.

Es lo que sucede, por ejemplo, con el problema de la evolución general, definida por León Denis en aquella frase célebre: “El alma duerme en el mineral, sueña en el vegetal, en el animal se agita y en el hombre despierta”.

Véase, al respecto, la definición del parágrafo 540 del presente libro, que expresa:

“C´est ainsi que tout sert, tout s´enchaîne dans la nature, depuis l´atome primitif jusqu´á l´archange, qui lui même a comencé par l´atome. ¡Admirable loi d´harmonie dont votre esprit borné ne peut encore saisir l´ensemble!”

(“Así pues, todo sirve, todo se eslabona en la Naturaleza, desde el átomo primitivo hasta el arcángel, pues él mismo comenzó en un átomo. ¡Admirable ley de la armonía, cuyo conjunto no puede aprehender aún vuestro Espíritu limitado!”)

La Filosofía Espírita

Esta rápida apreciación de la estructura de El Libro de los Espíritus, en sus vínculos con las demás obras de la codificación, nos parece suficiente para mostrar que constituye, como dijimos al principio, en andamiaje o estructura filosófica del Espiritismo.

Contiene él, según Kardec declaró en su frontispicio, “los principios de la Doctrina Espírita”.

Por tanto, es su tratado filosófico.

Aun cuando no haya sido elaborado en un lenguaje técnico y no observe los rigores de la exposición filosófica minuciosa, es todo un complejo y amplio sistema de filosofía en que en él se expone.

Al evaluarlo desde este punto de vista debemos tomar en cuenta que Kardec no era un filósofo, sino un educador, un especialista en pedagogía, discípulo emérito de Pestalozzi.

De ahí el aspecto más bien didáctico que propiamente de exposición filosófica que imprimió al libro.

En segundo lugar, la obra no fue en rigor escrita por él mismo, sino elaborada sobre la base de las respuestas que ofrecían los Espíritus a sus preguntas, en el transcurso de sus sesiones mediúmnicas con las niñas Boudin y Japhet, y más tarde con otros médiums.

En tercer término, el libro no se destinaba a formar una escuela filosófica, a conquistar los medios especializados, sino tan sólo a divulgar los principios de la Doctrina de una manera amplia, convocando a los hombres en general al estudio de una realidad superior a todas las elucubraciones del intelecto.

En cuarto lugar, el mismo Kardec tuvo el cuidado de advertir, en los “Prolegómenos”, que evitaba los prejuicios del sectarismo, según comprobamos en este fragmento, donde se refiere a la enseñanza de los Espíritus:

“Ce livre est le recueil de leurs enseignements; il a été par l´ordre et sous la dictée d´Esprits superieurs pour établir les fondements d´une philosophie rationelle, degagée des prejugés de l´esprot de systeme”.

(“Este libro es la recopilación de sus enseñanzas. Ha sido escrito por orden y bajo el dictado de Espíritus superiores para asentar los cimientos de una filosofía racional, libre de los prejuicios del sectarismo.”)

Conforme se ve, el propósito del libro no consistió en crear una nueva escuela filosófica, lo cual implicaría toda una rígida sistematización.

Tal propósito se halla en contra del pensamiento de los modernos filósofos, como vemos, por ejemplo, en Ernest Cassirer, quien en su Antropología Filosófica, al referirse a la inconveniencia de los sistemas, expresa: “Cada teoría se convierte en un lecho de Procusto, en que los hechos empíricos son forzados a adecuarse a un padrón preconcebido”.

A su vez, Max Sheller comenta: “Disponemos de una antropología científica, otra filosófica y una tercera teológica, que se ignoran mutuamente”.

Kardec eludió precisamente eso, tanto más cuanto que el “espíritu de sistema” (o sectarismo) constituiría la misma negación de los objetivos de la Doctrina.

En cuanto a la cuestión del lenguaje técnico, no debemos echar al olvido que el libro se destinaba al gran público y no sólo a los especialistas.

A propósito de esto podemos recordar el ejemplo de Descartes, quien escribió en francés su Discurso del Método, cuando el latín era el idioma oficial de la filosofía, porque deseaba darle mayor divulgación.

A un cuando Kardec hubiese sido un filósofo especializado, el lenguaje técnico no hubiera servido a sus propósitos en esta obra.

En lo tocante al método didáctico, no sería este el primer libro de filosofía que haya acudido a él. Es posible recordar, por ejemplo, la Ética, de Spinoza.

Kardec inicia el presente libro con la definición de Dios, igual que lo hace Spinoza en aquél, y si no sigue la forma geométrica de exposición, por medio de definiciones, axiomas, proposiciones y escolios (comentarios), obedece sin embargo a la forma lógica, por medio de preguntas y respuestas, intercalando glosas y explicaciones.

Hay, además, curiosas similitudes de estructura, de posición, de vinculaciones históricas y de principios, entre esos dos libros –el de los Espíritus y la Ética-, lo que reclama un estudio más profundizado.

Como existen asimismo semejanzas entre lo que se puede denominar la revolución cartesiana y el Espiritismo, a partir de los famosos sueños de Descartes y su convicción de haber sido inspirado por el Espíritu de Verdad.

Yvonne Castellan, en un breve y fallido, a veces altamente injusto, pero en parte simpático estudio de la Doctrina, al referirse a El Libro de los Espíritus señala que: “El sistema es completo, y comprende una moral y una metafísica muy penetrada por consideraciones físicas o genéticas”(2).

En un análisis más serio hubiera descubierto la autora que la estructura es más compleja de lo que ella supuso.

El libro comienza con la metafísica, pasando luego a la cosmología, la psicología, los problemas propiamente espíritas del origen y naturaleza del Espíritu y sus lazos con el cuerpo, así como los problemas de la vida post-mortem, para llegar, con las leyes morales, a la sociología y a la ética, y concluir con el Libro Cuarto con las consideraciones de índole teológica acerca de las penas y goces futuros y la intervención de Dios en la vida humana.

Todo un vasto sistema, sin las exigencias opresoras o los prejuicios del “espíritu de sistema”, es una estructura libre y dinámica, en que las cuestiones son planteadas para su debate.

Acordándonos de los inicios del Cristianismo podemos decir que el Espiritismo tiene sobre él una ventaja, en lo que toca al problema filosófico.

La simplicidad del Libro de los Espíritus no llega al punto de obligarnos a que adaptemos a nuestros principios sistemas antiguos, como aconteció con San Agustín y Santo Tomás, en relación con Platón y Aristóteles, para crear la llamada filosofía cristiana.

El Espiritismo posee ya su propio sistema, en la forma ideal que el futuro consagrará, y cuyas ventajas hemos visto antes.

Por otra parte, es curioso observar que El Libro de los Espíritus encuadra dentro de una de las formas clásicas y más fecundamente libres de la tradición filosófica: el diálogo.

Por todo esto se comprueba que Kardec, sin ser lo que se puede denominar un filósofo profesional, tenía mucha razón al afirmar, en el Capítulo Seis de la “Conclusión”, y refiriéndose al Espiritismo: “Sa force est Dans sa philosophie, Dans l´appel qu´il fait à la raison, au bon sens”. (“Su fuerza reside en sus filosofía, en el llamado que hace a la razón y el buen sentido”.)

La Dialéctica Espírita

Definió Hegel la estructura y la función del diálogo identificando sus leyes con las del Ser mismo: tesis, antítesis y síntesis.

Más tarde, Marx y Engels desplazaron el diálogo de esa concepción ontológica para conferirle un sentido materialista y revolucionario.

Cupo a Hamelin(3), empero, definirlo en su aspecto más fecundo, como un proceso de necesaria fusión de la tesis y la antítesis, en la producción de una nueva idea o nueva tesis.

Este es, en nuestro sentir, el proceso dialéctico del Espiritismo, que en vez de poner énfasis en la contradicción en sí, en la lucha de contrarios, prefiere ponerlo en la armonía, en la fusión de esos contrarios, para una nueva creación.

En este sentido se desarrolla el diálogo en El Libro de los Espíritus.

Por lo demás, nunca ha habido un diálogo como éste.

Jamás un ser humano se inclinó, con toda la seguridad del hombre moderno, sobre el borde del abismo de lo incognoscible para interrogarlo, escuchar sus voces misteriosas, contradecirlo, discutir con él y, por último, arrancarle sus más íntimos secretos.

Y nunca tampoco el abismo se mostró tan dócil y hasta deseoso de revelarse al hombre en todos sus aspectos.

Sócrates percibía las voces de su daimon y discutía con el Oráculo de Delfos.

Pero no se limitó a eso Kardec. Fue aún más lejos, dialogando con el Mundo Invisible entero, analizando sus voces en rigor, escuchando a inferiores y a superiores, para descubrir las leyes que rigen ese mundo, las formas de vida existentes en él, el mecanismo de sus relaciones con el nuestro.

El método dialéctico es el proceso natural del desarrollo, tanto del pensamiento como de todas las cosas.

Cierta vez comparó Emmanuel al Antiguo Testamento como un llamado de los hombres a Dios, Y el Nuevo Testamento como la respuesta de Dios a ese llamado.

Aceptando la imagen podemos afirmar que El Libro de los Espíritus constituye la síntesis de ese diálogo, es el instante en que, según la definición de Hamelin, llamamiento y respuesta se funden en la comprensión espiritual, abriendo camino para una nueva fase de la vida terrena.

La legitimidad del libro

Al publicar en 1868 La Génesis… puedo Kardec subrayar que El Libro de los Espíritus, dado a publicidad once años antes, continuaba siendo tan sólido como entonces.

Ninguno de sus principios fundamentales había sido conmovido por la experiencia, sino que todos ellos permanecían en pie.

Hoy en día, a más de cien años de distancia, si el Codificador viviera aún entre nosotros podría seguir diciendo lo mismo.

Y esto, en un siglo en que el mundo se transformó de una manera vertiginosa, en que la denominada ciencia positiva fue trastocada de un extremo al otro, en que las concepciones filosóficas han experimentado tremendos impactos.

Conceptos hay, en El Libro de los Espíritus, que a primera vista parecerían haber sido desmentidos, o al menos puestos en duda, por la ciencia.

Tal el caso del fluido universal: pero sólo cuando los confundimos con el concepto científico del éter espacial.

A decir verdad, el desarrollo de la ciencia se opera con exactitud en dirección a los principios espíritas.

La desintegración de la materia por la física nuclear, el concepto de materia como concentración de energía, la percepción cada vez más clara de una estructura matemática del Universo, la conclusión a que algunos científicos se ven forzados a llegar, de que detrás de la energía parece existir otra cosa, que sería el pensamiento; todo esto nos demuestra que asistía razón a Kardec al proclamar que ni Dios ni la religión auténtica, ni (en consecuencia) el Espiritismo, tienen nada que perder con el adelanto de la ciencia.

Antes por el contrario, sólo obtienen ganancia, conforme los hechos lo ponen de manifiesto día a día.

Esa seguridad de los principios espíritas deriva de la legitimidad de la fuente espiritual del presente libro, de la pureza de sus medios de transmisión mediúmnicas y de la precisión del método kardeciano.

La fuente, según se ve por la espontánea e inesperada revelación del Espíritu de Verdad a Kardec, y según los apuntes autobiográficos contenidos en Obras Póstumas, así como por la confirmación ulterior de tantos otros Espíritus, y también como se puede comprobar lógica e históricamente por el proceso de restablecimiento del Cristianismo que el Espiritismo lleva a cabo, es la misma que de que procedió aquél.

No se trata tan sólo de Kardec, ni de este o de aquel otro Espíritu en particular, como tampoco de un grupo de hombres, sino que es toda una falange del Espíritu de Verdad, enviada a la Tierra en cumplimiento de la promesa de Jesús, la que constituye la fuente espiritual de El Libro de los Espíritus.

En cuanto a los medios mediúmnicas de transmisión, estaban en consonancia con la pureza de la fuente. Las médiums que sirvieron en esa tarea fueron dos niñas: Carolina y Julia Boudin, de dieciséis y catorce años, respectivamente, a las que más tarde se sumaría una tercera, la señorita Japhet, en el proceso de revisión del original.

Las reuniones se llevaban a efecto entre personas amigas, en la intimidad del hogar de la familia Boudin, y las respuestas de los Espíritus se trasmitían mediante una pequeña cesta a la que se adaptaba un lápiz.

Las niñas apoyaban sus manos sobre la canastilla y ésta se ponía en movimiento escribiendo los mensajes, con total imposibilidad por parte de las médiums de influir sobre la escritura.

Más tarde, siguiendo instrucciones de los Espíritus mismos, Kardec sometió el libro al contralor de otros médiums, pero todos ellos escogidos con sumo cuidado.

Además de lo cual, las respuestas de los Espíritus eran confrontadas con las comunicaciones que se obtenían en otros grupos de experimentación espírita, en obediencia al principio de la universalidad de las revelaciones, que acto continuo veremos.

El método de Kardec pasó a ser el de la Doctrina misma, y en su propia sencillez lleva implícita la garantía de su eficiencia. Podemos compendiarlo así:

1º) Elección de colaboradores mediúmnicos insospechables, tanto en su aspecto moral cuanto en lo que se refiere a la pureza de sus facultades y de la asistencia espiritual que recibían;

2º) análisis riguroso de las comunicaciones, desde el punto de vista lógico, así como su cotejo con las verdades científicas demostradas, descartándose todo material que no pudiera ser justificado lógicamente;

3º) contralor de las entidades espirituales comunicantes, por medio de la coherencia de sus comunicaciones y del tenor de su lenguaje, y

4º) consenso universal, vale decir, concordancia de varias comunicaciones, obtenidas por médiums diferentes, en forma simultánea y en lugares diversos, acerca de un mismo tema.

Apoyado en tales principios, escudado con rigor en ese criterio, Kardec pudo poner por obra la difícil tarea de reunir la serie de informaciones que le permitieron organizar El Libro de los Espíritus.

E interesa recordar que ese mismo criterio había sido enseñado en parte por El Libro de los Espíritus, así como por el apóstol Pablo en su Primera Epístola a los Corintios. De suerte que las raíces del método kardeciano están ya en el Nuevo Testamento.

Juan, en su Primera Epístola (Cap. 4:1) (4), así como por el apóstol Pablo en su Primera Epístola a los Corintios. De suerte que las raíces del método kardeciano están ya en el Nuevo Testamento.

Sin embargo, no es posible confundir el sistema doctrinario con los métodos de investigación científica delos fenómenos espíritas.

En el trato mediúmnico, la premisa dela existencia del Espíritu y dela posibilidad dela comunicación ya está afirmada, y lo que importa allí es el contralor de la legitimidad del mensaje.

En la indagación científica todo se halla aún por descubriry probar.

Las investigaciones dela ciencia pueden variar hasta lo infinito en lo que atañe a procedimientos y métodos, de acuerdo con el enfoque de cada investigador.

Pero las sesiones mediúmnicas no podrían sustraerse al método kardeciano, por cuanto se ha comprobado en la práctica –hace ya un siglo–como el único realmente eficaz y que procede, según hemos visto, de las reuniones mediúmnicas de la era apostólica.

Problemas secundarios, como el de la firma de ciertas comunicaciones con nombres célebres, son explicadas por Kardec en la “Introducción al Estudio dela Doctrina Espírita”, en sus apartados “XI.–Grandes y pequeños” y “XII.–De la identificación de los Espíritus”, a los cuales remitimos al lector interesado en el tema.

Algunas personas preguntan porqué motivo no omitió Kardec los nombres que suscriben los “Prolegómenos”, transcribiendo tan sólo el texto del mensaje, como ha procedido con las más de las respuestas de este libro.

Tales firmas –según dicen– apartan de la obra a muchos lectores, quelas tienen por una superchería grosera.

La explicación de ello está en la sinceridad de Kardec y en su fidelidad a los Espíritus que la habían revelado la Doctrina. Ocultar los nombres de éstos hubiera equivalido a dejar abierta una posibilidad de que la obra se atribuyese al propio Kardec, y él cuidó siempre de aclarar que no era sino un mero colaborador delos autores espirituales del libro.

Por lo demás, sus explicaciones al respecto resultan enteramente claras para todos aquellos que tengo la aptitud de comprender en su plenitud el fenómeno espírita.

El problema científico

Kardec examina el problema científico del Espiritismo en los apartados “VII. –La ciencia y el Espiritismo” y “VIII. –Perseverancia y seriedad”, de la “Introducción al Estudio de la Doctrina Espírita”.

Veamos un fragmento bastante esclarecedor:

“La science proprement dite, comme science, est donc incompétente pour se pronocer dans la question du Spiritisme: elle n´a pas à s´en occuper, et son jugement, quel qu´il soit, favorable ou non, ne saurait être d´aucun poids”.

(“En consecuencia, la ciencia propiamente dicha, como tal, es incompetente para pronunciarse sobre el Espiritismo. No ha de ocuparse de él, y su juicio, sea o no favorable, no pesaría en modo alguno”.)

No obstante, Kardec insiste en el carácter científico de la Doctrina.

Carácter propio, conforme explica en los apartados que acabamos de mencionar, pues se trata de una ciencia que debe poseer sus propios métodos, puesto que su objetivo no es la materia, sino el Espíritu.

Ahora bien, ¿por qué esa insistencia de Kardec en el carácter científico del Espiritismo?

Porque el Libro de los Espíritus viene a inaugurar una nueva era en el estudio de los problemas espirituales.

Hasta su publicación, tales cuestiones eran tratadas de un modo empírico o tan sólo fantasioso.

Las religiones, con sus intrincados sistemas teológicos, o las órdenes ocultistas, las corporaciones místicas y teosóficas, desplazaban los problemas del Espíritu hacia el terreno del enigma.

Para servirnos de las expresiones de San Agustín, el conocimiento humano se dividía en la “iluminación divina” y en la “experiencia”.

El Espiritismo acudió a modificar ese orden de cosas, mostrando la posibilidad de encarar las cuestiones espirituales mediante la experiencia agustiniana, o sea, por medio de la misma razón que aplicamos a los problemas materiales.

En tal sentido, El Libro de los Espíritus se presenta como un divisor de aguas.

Todo aquello que antes de él integraba el espiritualismo puede ser tildado de “espiritualismo utópico”, y todo lo que viene con él y después de él, siguiendo su línea doctrinaria, de “espiritualismo científico”, conforme hacen los marxistas con el socialismo anterior y posterior a Marx.

Esta es la posición especial de El Libro de los Espíritus en el plano de la cultura espiritual.

Con él, el Espíritu y sus problemas han salido del dominio de la abstracción para tornarse accesibles a la investigación racional, e incluso a la indagación experimental.

Lo sobrenatural se ha vuelto natural. Todo se ha reducido a una cuestión de conocimiento de las leyes que rigen el Universo.

La tesis spinociana de la imposibilidad del milagro en cuanto violación del orden natural ha venido a comprobarse en sus demostraciones.

Y las leyes de ese orden, como vemos en el Capítulo Primero del Libro Tercero, son todas ellas naturales, ya se refieran a las relaciones materiales, ya a las espirituales y morales.

Lo sobrenatural no existe si no es para la ignorancia humana de las leyes naturales, visto que el Universo constituye un sistema único y todas sus partes encajan en la gran estructura.

El problema religioso

La índole religiosa de El Libro de los Espíritus resalta desde sus páginas iniciales.

Como ya vimos, Kardec lo inaugura con la definición de Dios.

Pero el Dios espírita no es antropomorfo, no se trata de un ser formado a imagen y semejanza del hombre, como el de las religiones.

A este respecto, la definición espiritista resulta terminante: “Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”.

Así como para Spinoza es Dios la substancia infinita, para Kardec es la inteligencia infinita.

Pero, del mismo modo que se han equivocado aquellos que confundieron la substancia spinociana con el Universo, así también se engañan los que confunden la inteligencia infinita con el hombre finito, y la religión espírita con los formalismos religiosos.

En efecto, los atributos de Dios no se confunden con los precarios atributos humanos: Él es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.

No se confunde Dios con el Universo, puesto que es el Creador y mantenedor de éste.

Sin embargo, cuando trata de la justicia de Dios vemos a Kardec empleando terminología antropomórfica, en que habla de penas y recompensas, y que ha dado hincapié para que se afirme que el Dios espírita es similar al de las religiones.

La explicación de este hecho, que a primera vista parecería contradictorio, figura en el parágrafo 10 del Capítulo Primero: “L´homme peut-il comprendre la nature intime de Dieu? – Non; c´est un sens qui lui manque”. (“¿Puede el hombre comprender la naturaleza íntima de Dios? – No. Le falta un sentido para ello”.) Y de inmediato viene la explicación de Kardec al respecto.

Más adelante, en el párrafo 13, encontramos la respuesta de que los atributos de Dios, a que antes no referíamos, son tan sólo una interpretación humana, aquello que el hombre en su actual estadio de evolución puede concebir en lo que atañe a Dios.

Por tanto, Kardec se vale, para tratar acerca de Dios, del lenguaje que podemos emplear, de una manera que resulte comprensible.

No es que esté humanizando a Dios, sino que lo pone tan sólo al alcance del entendimiento humano.

No obstante, la suprema naturaleza de Dios, en cuanto inteligencia infinita y causa primaria, es siempre preservada.

Lo comprobamos en todo el Capítulo Primero y en otros muchos pasajes del libro.

En el capítulo en que se refiere al panteísmo, toda confusión entre Creador y Creación ha sido descartada.

El Dios espiritista no es antropomorfo, pero tampoco es panteísta.

Por lo demás, El Libro de los Espíritus torna de inmediato prohibitivo el camino a las especulaciones ilusorias e imaginativas sobre la naturaleza de Dios.

Visto que falta al hombre el medio para comprenderlo, en vano será intentar su definición mediante hipótesis ingenuas o audaces.

Tal lo que vemos en el parágrafo 14 del Capítulo Primero, al establecerse un principio que defiende de manera absoluta la posición del Espiritismo frente al problema, separándolo definitivamente de todas las escuelas de teología especulativa o de ocultismo, de cualquier especie que fueren.

Transcribimos ese fragmento básico en su francés original, pudiendo el lector encontrar su traducción a renglón seguido:

“Dieu existe, vous n´en pouvez douter, c´est l´essentiel: croyed-moi, n´allez pas au-delaà; ne vous égarez pas dans un labyrinthe d´où ne pourriez sortir: cela ne vous rendrait pas meilleurs, mais peut-être un peu plus orgueilleux, parce que vous croiriez savoir, et qu´en realité vous ne sauriez rien. Laissez donc de côté tous ces systèmes; vous avez assez dechoses que vous touchent plus directement, à commencer par vous mêmes; étudiez vos propres imperfections afin de vous en debarrasser, cela vous sera plus utile que de vouloir pénétrer ce qui est impénétrable”.

(“Dios existe, y no podéis dudar de ello. Esto es lo esencial. Creedme, no vayáis más allá. No os extraviéis en un laberinto del que no podríais salir. Esto no os haría mejores, sino quizá un tanto más orgullosos, debido a que creeríais saber y en rigor de verdad nada sabríais. Así pues, dejad a un lado todos esos sistemas. Bastantes cosas tenéis que os tocan más directamente, empezando por vosotros mismos. Estudiad vuestras propias imperfecciones a fin de desembarazaros de ellas; esto os resultará más útil que querer penetrar lo impenetrable”.)

Dios, como inteligencia infinita o suprema, es lo que es.

No ofrece asidero para especulaciones ociosas o definiciones imaginativas.

El hombre debe mantenerse dentro de los límites de sí mismo, preocuparse por sus imperfecciones, mejorar… Le basta con saber que Dios existe y que es justo y bueno.

De esto el ser humano no puede dudar, pues “por la obra se conoce al obrero”, y la Naturaleza misma atestigua la existencia de Dios, su propia conciencia le está diciendo que Él existe y la ley general de la evolución comprueba su justicia y bondad.

Afirmaba Descartes que Dios está en la conciencia del hombre como la marca del obrero en su obra.

Los Espíritus confirman ese principio, pero van más allá, mostrando que la marca del obrero se encuentra en todas las cosas, en la Naturaleza entera.

La negación de Dios es, para el Espiritismo, como la negación del Sol.

El ateo, el descreído, no es un condenado, un pecador irremisible, sino un ciego cuyos ojos pueden ser abiertos, y en verdad lo serán… Porque Dios es necesariamente existente, según el principio cartesiano.

Nada puede entenderse sin Dios. Él constituye el centro y la razón de ser de todo cuanto existe. Sacar a Dios del Universo sería como eliminar el Sol de nuestro sistema planetario: un simple absurdo.

Pero, el hecho de que no posea forma humana, de que no se asemeje al hombre en lo que toca a la constitución física de éste, no se sigue que Dios esté distante del ser humano y sea indiferente a él.

El Dios espiritista se parece al aristotélico por su poder de atracción, pero se aleja de él en cuanto a la indiferencia con respecto al Cosmos.

Porque Dios es providencia y amor, es el Creador y Padre de todo y de todos.

El Universo se define en una tríada, similar a las tríadas druídicas: Dios, espíritu y materia. Lo vemos en el párrafo 27, cuando Kardec pregunta si existe dos elementos generales, el espíritu y la materia, y los Espíritus le responden: “Oui, et pardessus tout cela, Dieu, le créateur, le père de toutes choses; ces trois choses sont le principe de tout ce qui existe, la trinité universelle”. (“Sí, y por encima de todo está Dios, el Creador y Padre de todo. Esas tres cosas constituyen el principio de cuanto existe, la trinidad universal”.)

La materia, empero, no es sólo el elemento palpable, pues hay en ella el fluido universal, su lado fluídico, que desempeña el rol de intermediario entre el plano espiritual y el propiamente material.

Ante esa concepción surge un problema de carácter teológico y escriturístico.

Si Dios no se asemeja al hombre, ¿cómo interpretar el pasaje bíblico según el cual Él creó al hombre a su imagen y semejanza?

La explicación se provee en el parágrafo 88, cuando Kardec pregunta sobre la forma del Espíritu, no de aquel que aún se halla revestido de su cuerpo espiritual o periespíritu, sino del Espíritu puro(5)*:

Les Esprits ont-ilsune forme déterminée,limitéeet constante? –À vous yeux, non; aux nôtres, oui; c´est,si vous le voulez, une flame, unelueur, ou une étincelle éthérée”.

(“¿Tienen los Espíritus una forma determinada, limitada y constante?Para vuestros ojos, no, pero sí para los de nosotros. Esa forma es,si así lo queréis, una llama, un fulgor o una chispa etérea”.)

Según se advertirá, el hombre en su esencia –sólo en aquello en que puede parecerse a Dios-no es un animal de carne y hueso, ni incluso una forma humana en cuerpo espiritual, sino una chispa etérea. Así lo hizo Dios a su imagen y semejanza.

Una vez planteado el problema fundamental de Dios y de la Creación, El Libro de los Espíritus ingresa en el controvertido terreno del destino del hombre.

Su concepción deísta del Universo es, necesariamente, teleológica. Todo avanza hacia Dios, desde el átomo hasta el arcángel, como vimos en el párrafo 540,y al frente de esa marcha, en el plano terrenal, se encuentra el ser humano. Lo vemos en una escala evolutiva, así en la Tierra como en el espacio: desde el débil mental hasta el sabio: del criminal al santo.

La “escala espírita”, que se inicia en el parágrafo 100, nos ofrece una visión esquemática de esa escala de Jacob que va dela Tierra al Cielo.

El estudio de la “progresión de los Espíritus”, que comienza en el párrafo 114, nos muestra la necesidad del auto esfuerzo para que el Espíritu se realice así mismo, revelándonos a la par el rol dela Providencia, siempre amorosamente vuelta hacia las criaturas.

En el estudio sobre “ángeles y demonios” que empieza en el párrafo 128 nos encontramos con un debate teórico sobre pasajes evangélicos. El problema de la justicia de Dios es solucionado a la luz de las enseñanzas de Cristo, en su sentido auténtico.

Acto continuo, El Libro delos Espíritus trata acerca de la encarnación de los Espíritus y la finalidad de la vida terrena.

Combate el materialismo, mostrando su inconsistencia.

No son sus estudios los que conducen al hombre al materialismo, no es el desarrollo del conocimiento el que lo torna materialista, sino tan sólo su vanidad.

Tal lo que hallamos en el párrafo 148, donde se expresa:“Il n´est pas vrai que le matérialismesoit une conséquence, de cesétudes; c´est l´homme qui en tire une fausseconséquence, car il peua abuser de tout, même des meilleurs choses”. (“No es cierto que el materialismo sea una consecuencia de esos estudios. El hombre extrae de ellos falsas conclusiones, porque puede abusar de todo, aun de lo más elevado”.)

Kardec corrobora la tesis de los Espíritus: el materialismo constituye una aberración de la inteligencia.

Esto es lo que nos manifiesta al principio de su comentario: “Par une aberration de l´intelligence, il y a des gens qui ne voient dans les êtres organiques l´action de la matière et là rapportent tous nos actes”. [“Por una aberración de la inteligencia hay personas que sólo ven en los seres orgánicos la acción de la materia y relacionan con ella todos nuestros actos”.]

Y así prosigue el libro, todo él impulsado por el soplo del Espíritu, penetrado por el sentimiento religioso y, más particularmente, por el sentido cristiano de ese sentimiento.

Cuando en el párrafo 625 pregunta Kardec cuál es el tipo humano más perfecto que Dios haya ofrecido al hombre para que le sirva de guía y modelo, la respuesta que se le da es categórica: “Ved a Jesús”.

Y Kardec comenta entonces:

“Jésus est pour l´homme le type de la perfection morale à laquelle peut pretender l´humanité sur la Terre. Dieu nous l´offre comme le plus parfait modèle, et la doctrine qu´il a enseignée est la plus pure expresión de sa loi, parce qu´il était animé de l´esprit divin, et l´être le plus pur qui ait paru sur la Terre”.

(“Es Jesús para el hombre el arquetipo de la perfección moral a que puede aspirar la humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto, y la doctrina que ha enseñado es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado del Espíritu divino y fue el Ser más puro que haya aparecido en la Tierra”.)

La religión espiritista se traduce en espíritu y verdad.

Lo que a Dios interesa no es la precaria exterioridad de los ritos y del culto convencional, casi siempre vacío, sino el pensamiento y el sentimiento del hombre.

La adoración de la Divinidad constituye una ley natural, como lo es la ley de gravedad.

El hombre gravita hacia Dios, del modo mismo que la piedra gracia hacia la Tierra y ésta hace lo propio alrededor del Sol. Pero las manifestaciones externas de la adoración no resultan necesarias.

En el párrafo 653 hallamos la clara respuesta de los Espíritus sobre este tópico: “La véritable adoration est dans le coeur. Dans toutes vos actions songez toujours qu´un maître vous regarde”. (“La verdadera adoración está en el corazón. En todas vuestras acciones, pensad siempre que un Maestro os observa”.)

Se condena la vida contemplativa, por ser inútil, así como la monástica, puesto que Dios no quiere el cultivo egoísta del sentimiento religioso, sino la práctica de la caridad, la experiencia viva y constante del amor por medio de las relaciones humanas.

El Libro de los Espíritus no deja a un lado la cuestión del culto religioso.

El hombre, que hacia Dios gravita, es un Ser religioso por naturaleza, que necesita manifestar su religiosidad.

Y tal manifestación se opera en las formas naturales de adoración, entre las que se cuenta la plegaria.

Por medio de la oración el hombre piensa en Dios, se acerca a Él, con Él se comunica.

Tal lo que hallamos a partir del parágrafo 658.

Mediante las preces el ser humano puede acelerar su evolución, elevarse más pronto sobre sí mismo.

Pero tampoco el rezar puede ser tan sólo un acto formal.

Con la oración es posible hacer tres cosas: alabar, pedir y dar gracias a Dios; pero siempre que lo hagamos con el corazón y no únicamente con los labios.

Tenemos así la religión espírita, que tiempo después se definirá de una manera más objetiva o directa en El Evangelio según el Espiritismo.

Una religión psíquica, según la denominó Conan Doyle, equivalente a la “religión dinámica” de Bergson.

En el Capítulo V de la “Conclusión” asevera Kardec:

“Le Spiritisme est fort parce qu´il s´appuie sur les bases mêmes de la religión: Dieu, l´âme, les peines et récompenses futures; parce que surtout il montre ces peines et ces récompenses comme des conséquences naturelles de la vie terrestre, et que rien, dans le tableau qu´il offre de l´avenir, ne peut être désavoué par la raison la plus exigeante”.

(“El Espiritismo posee fortaleza porque se apoya sobre los cimientos mismos de la religión: Dios, el alma, las penas y recompensas futuras. Porque, sobre todo, muestra esas penas y recompensas como secuelas naturales de la vida terrena, y porque nada, en el cuadro que ofrece el porvenir, puede ser desautorizado por la razón más exigente”.)

En suma, religión positiva, basada en las leyes naturales, desprovista de pompas misteriosas y de una teología fantasiosa.

Para completar el panorama religioso de El Libro de los Espíritus nos queda el Capítulo Doce del Libro Tercero y todo el Libro Cuarto.

En aquel capítulo se refiere Kardec al perfeccionamiento moral del hombre, encara los problemas atinentes a las virtudes y los vicios, las pasiones y el egoísmo; define después el carácter del hombre de bien y concluye con un mensaje de San Agustín sobre la manera de conocernos a nosotros mismos.

En el Libro Cuarto disponemos de un capítulo acerca de las penas y goces terrenos, el cual es un código de la vida moral en la Tierra, verdadero catecismo de la conducta espírita, y asimismo hay un capítulo que versa sobre las penas y goces futuros y las consecuencias espirituales de nuestro comportamiento terrenal.

Estudios futuros

Es este, en líneas generales, el libro que el 18 de abril de 1957 cumplió cien años, primer centenario que celebraron en todo el mundo civilizado los adeptos del Espiritismo.

Como se ha visto, su estructura lo ubica entre los tratados filosóficos y su contenido se relaciona con todos los aspectos fundamentales del conocimiento. Su aparente simplicidad es tan ilusoria como la de la superficie serena de un gran río.

Igual que en el Discurso del Método, de Descartes, la claridad del texto puede engañar al lector desprevenido.

En él las cosas más profundas y complejas aparecen tratadas con el lenguaje más simple y directo, y la comprensión general de la obra sólo podrá alcanzarla aquel que sea capaz de aprehender todos los nexos existentes entre los diversos asuntos que en ella figuran.

Hasta hoy en día –cuando ha pasado ya más de un siglo desde su aparición–, El Libro de los Espíritus viene siendo leído y meditado en el mundo entero, pero poco cuidado se ha puesto en analizarlo en sus múltiples implicaciones y en su significación más profunda.

Creemos que el segundo siglo de vida del Espiritismo, que se inició en ese año de 1957, se señalará por una actitud más consciente de los mismos espíritas frente a este libro, y que futuros estudios que se realicen vendrán a revelar, cada vez con más claridad, su verdadero rol en la historia del conocimiento.

Para concluir, recordemos que sir Oliver Lodge, el gran físico inglés y una de las más altas expresiones de la cultura científica de nuestro tiempo, en su libro acerca de La inmortalidad personal consideró al Espiritismo como “una nueva revolución copernicana”.

Y León Denis, el sucesor de Kardec, legítima expresión de la cultura francesa, en el Congreso Espírita Internacional de París, celebrado en 1925, y en su libro El Genio Céltico y el Mundo Invisible, publicado dos años después, proclamó que el Espiritismo tiende a reunir y a fundir, en una síntesis grandiosa, todas las formas del pensamiento y de la ciencia.


Por J. Herculano Pires (Sao Paulo, Brasil)

Referencias:

(1) Título que se da a una edición brasileña del Capítulo II del libro ¿Qué es el Espiritismo?, publicado separadamente. [Nota de la Editora.]

(2) El Espiritismo, Yvonne Castellan, Compañía General Fabril Editora, S.A., Buenos Aires, 1962. [Nota de la Editora]

(3) Octave Hamelin (1856-1907) filósofo francés conocido por su faceta de traductor y comentarista de filósofos clásicos, en especial de Aristóteles. Tuvo una postura cercana al idealismo. Identificó la representación con la realidad y aceptó el método dialéctico, mas no fundándose en la contradicción sino en la correlación. [N. del copista.]

(4) “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. [N. del T. al cast.]

(5) Entendamos, tal como lo afirma con claridad la respuesta del parágrafo 186 de El Libro de los Espíritus, que el periespíritu acompaña permanentemente al Espíritu. [Nota de la Editora.]

Puedes descargar este libro desde el siguiente enlace:

https://cursoespirita.com/el-libro-de-los-espiritus/

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Publicado 28 diciembre, 2021 por Reproducciones en la/s categoría/s "Espiritismo