Es esencialmente en las tradiciones judaicas, cristianas y musulmanas donde se encuentra este concepto del ángel, aunque aparezca igualmente bajo características diferentes en otras religiones como el hinduismo con sus Avatares.
En la tradición judeocristiana, y a partir de la Biblia, el ángel es omnipresente: el ángel Rafael que cura al padre de Tobías de su ceguera, el ángel de Yahvé que detuvo la mano de Abraham, el ángel Gabriel en el anuncio hecho a María, etc. Él es el vínculo con el Altísimo, como una suerte de embajador de la divinidad ante los humanos, y que interviene de manera sobrenatural en diversas situaciones.
Se está ante una concepción mitológica, en referencia a diferentes relatos que dejan total libertad para imaginar o interpretar lo que es un ángel, tanto es así que todavía hoy, los ángeles, arcángeles, querubines o serafines se han vuelto a poner de moda en ciertos medios de la Nueva Era o del esoterismo.
Más allá de algunos ángeles gloriosos que han dejado un nombre en la leyenda, como el arcángel san Miguel o el ángel Gabriel, habría también una nube de ángeles supuestamente para proteger a todos los humanos, y que las religiones han llamado ángeles guardianes. Y es este vocablo el que fue recogido por Allan Kardec para calificar a los que definía como los espíritus protectores, sin embargo hoy en día aceptamos más frecuentemente el término de guía o guía espiritual.
Desde ya se señala con frecuencia una primera equivocación: ciertas personas que han leído a Allan Kardec un poco demasiado rápido, han entendido que él hablaba de los ángeles guardianes, y que en consecuencia habría confirmado la noción de ángel tal y como existe en religión… Equivocación sí, pues Allan Kardec hizo referencia claramente a los espíritus desencarnados, evocando “al hermano espiritual, al buen espíritu o al buen genio… el espíritu protector de un orden elevado”, aunque emplea indiferentemente la fórmula ángel guardián, no en una asimilación religiosa, sino para recordar la intuición fundamental de una protección presentida desde la noche de los tiempos, y cuya definición es preciso revisar.
Si algunas veces ha conservado la denominación de ángel guardián, es para marcar el vínculo con la tradición, dándole una nueva definición al concepto: el ángel ya no es un ser puro y aparte en la creación, se convierte en un espíritu entre los espíritus, un espíritu de cierta evolución, y que, como todos los demás, prosigue su recorrido reencarnacionista en la Tierra o en otra parte.
Así pues, la noción de ángel ya no existe y para evitar toda nueva equivocación respecto a la naturaleza de los ángeles guardianes hemos abandonado definitivamente ese vocabulario neo-religioso que podría prestarse otra vez a confusión para quien no haya leído bien lo que escribió Allan Kardec.
La noción de guía espiritual
Para Allan Kardec se había vuelto claro, gracias a las enseñanzas espíritas que recibía, que los espíritus protectores estaban en relación con la humanidad, lo cual definió en el Capítulo IX de El Libro de los Espíritus, en la parte titulada: “Ángeles guardianes, Espíritus protectores, familiares o simpatizantes”. Las nociones esenciales que allí se destacan son las que comúnmente admitimos hoy en el medio espírita:
– Por una parte hay los guías personales de cada uno de nosotros y por otra los guías que tienen funciones de protección más generales en relación con las diversas actividades y preocupaciones humanas.
– Los espíritus familiares (no guías) pueden mantener una cierta proximidad, rodeando a sus parientes de su afecto y de su buena influencia.
– Un guía puede seguir a su protegido toda una vida e incluso varias vidas: “Le sigue después de la muerte en la vida espírita, y hasta en varias existencias corporales…” – Y entonces, según las necesidades del espíritu, puede haber un cambio de guía: “…Ocurre con frecuencia que ciertos espíritus abandonan su posición para cumplir diversas misiones; y entonces se produce el cambio”.
– El guía puede no ser escuchado por su protegido: “Se aleja cuando ve que sus consejos son inútiles… pero no lo abandona completamente y siempre se hace escuchar; es entonces el hombre el que cierra los oídos…”
Sabemos, además, que el guía individual siempre ha conocido a su protegido en una o varias vidas, donde se han creado lazos que en general implican una cierta relación de afinidad. O si no hay afinidad manifiesta, si se piensa por ejemplo en la protección de un mal espíritu, el guía actúa por amor hacia un espíritu que, como todos los demás, tiene en sí todas las potencialidades de su devenir, aunque todavía esté lejos de una verdadera consciencia.
Nadie es ignorado ni abandonado, por inferior que sea, pues la evolución está inscrita en el corazón de todos los seres que, en consecuencia y sin excepción, tienen un guía que vela, aun sobre un destino difícil, mientras en un tiempo dado el protegido es refractario a toda influencia.
Subrayemos igualmente que muchos humanos son sordos a los consejos del guía, que viven demasiado la materialidad inherente a nuestras sociedades, estando por ello poco inclinados a la reflexión sobre las cuestiones fundamentales de la vida. Así pues, muchos guías sólo tienen una influencia muy limitada en la etapa evolutiva en que nos encontramos globalmente. Esta influencia podría volverse diferente si el humano supiera.
La mayor parte de la humanidad desconoce la existencia del guía, y en este punto, como en otros, el conocimiento espírita tiene toda su importancia: hacer saber que esta protección existe, es una información útil para todos.
Para muchas personas eso puede ser un recurso y un apoyo, en la aflicción o la dificultad, en la soledad o el abandono, en el malestar o la desesperanza.
Y además, abstracción hecha de todas las angustias, el guía tiene como papel esencial conducir a su protegido por su verdadero camino de vida, el que corresponde a su verdadera naturaleza o el que había decidido antes de la encarnación.
Así pues, el guía es de alguna manera la voz de nuestra conciencia, el soplo que repercute sobre nuestro yo íntimo, para reavivar lo que llevamos en lo más profundo de nosotros mismos y que con frecuencia hemos olvidado en nuestra encarnación.
Una vez planteados estos principios, quedan todavía muchas interrogantes en nuestros interlocutores que se preguntan cómo acceder al guía, cómo rezarle sin conocer su identidad, cómo adivinar lo que nos insufla, cómo saber si una buena intuición viene de él o de nosotros mismos, cómo sentirlo eventualmente, cómo saber si ha captado bien nuestra petición, etc.
En realidad las cosas son muy simples: el guía, por su parte, está en relación con su protegido; está pues atento a sus preocupaciones, las oye, las percibe, y aun cuando el protegido rece sinceramente a su ángel guardián, la Virgen María o los Santos del cielo, el guía recibe esta sinceridad y responde tanto como puede.
No es pues indispensable conocer su identidad para rezarle; él reconoce de inmediato a su protegido cuyas interrogantes y naturaleza profunda conoce. La consciencia que se tiene del guía y el interés que se le concede, favorecen y refuerzan el vínculo que se tiene con él.
Sabemos, además, que durante ciertas fases del sueño tenemos acceso al más allá donde, durante salidas fuera del cuerpo, nuestro espíritu puede hacer algunas incursiones al otro mundo. Son entonces instantes en los que podemos encontrar a nuestro guía que aportará su ayuda, su apoyo y sus consejos, generalmente con nuestra amnesia total al momento de despertar, aunque tal vez subsista un rastro subconsciente que resurgirá bajo la forma de intuiciones o de ideas inesperadas.
Muchas de nuestras intuiciones son resultado de una influencia del guía que ha sabido sacudirnos para aportar una idea. Si conscientes de la realidad del guía, pensamos en él o le rezamos de vez en cuando, eso estrecha el lazo telepático y favorece una mejor recepción de sus consejos e influencias. Por tanto, no tratemos de saber si una intuición es buena o si un ensueño es significativo de un encuentro, como las personas que quisieran tener la certeza de que han visto a su guía en sueños o si se trataba sólo de una proyección subconsciente.
El guía no necesita ser percibido en forma evidente para ser influyente, él necesita ante todo un estado de ánimo sincero y confiado por parte de su protegido para que su influencia se opere naturalmente. Es así como no se reza a su guía por casualidad sin creer demasiado: la certeza confiada es la actitud adecuada, sin la cual uno se priva de influencias saludables por una duda que impide la telepatía natural entre dos mundos.
Y además, es preciso aplicar igualmente el adagio “Ayúdate, que Dios te ayudará”, en el entendido de que el sutil consejo del guía no resuelve tal o cual problema sino que indica cómo abordarlo, a partir de la intuición que resulta de lo que ha insuflado.
Precisamos también que el guía no es un hacedor de milagros que debería encontrarnos todas las soluciones a los problemas de la vida. Él tiene un papel eminentemente espiritual, conduce al humano hacia su verdadero sentido de vida.
El guía para el espírita
Queda entendido que, en un grupo espírita, cuando el guía tiene la posibilidad de manifestarse directamente con su protegido, aporta un inestimable suplemento de consejos prodigados o de informaciones transmitidas.
Por tanto, esta oportunidad de contacto directo, y eso es así, debe ser apreciada en su justo valor. La venida de un guía no es un paso anodino por parte del espíritu. Significa la presencia, la emoción, el amor, en un lazo que se vuelve más concreto y le permite manifestar su realidad y darle lo más justamente posible las indicaciones que desea. Y en este marco, comprobamos que puede conmover al humano más allá de lo que esperaba, más en un terreno espiritual de apertura y libertad que en las preocupaciones habituales de la vida.
En el marco espírita, evoquemos también el caso de guías más específicos que pueden acompañar acciones o desarrollos particulares, guías que quieren vincularse a un campo como el magnetismo, la hipnosis u otro tipo de trabajo inherente a la experimentación o a un desarrollo en el seno de una asociación.
Por supuesto, eso vale igualmente para otros tipos de actividades y preocupaciones humanas, donde los guías pueden aportar su influencia en ciencia, en arte o en diversas situaciones sociales, políticas y otras.
Así pues, la noción de guía ha tomado toda su importancia y su realidad por la revelación espírita, dentro de una definición que nos vuelve a llevar a la noción de solidaridad universal entre los espíritus, desde los más primarios hasta los más evolucionados.
Los ángeles, de quienes se encuentran manifestaciones sobrenaturales en toda la historia, enmascaraban de hecho una realidad más natural, la manifestación de los espíritus que no eran comprendidos por lo que ellos eran: los espíritus guías que siempre han velado por los destinos de la humanidad, también han vivido esta humanidad en varias vidas.
Por Jacques Peccatte
Artículo publicado originalmente – en su traducción al español – en la Editorial del nº 86 de Le Journal Spirité de octubre de 2011