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El Evangelio según el Espiritismo no es una obra «menor» dentro de la codificación

Esa porción de divulgadores y seguidores enroscados en el discurso de la actualización (con más de cientificismo que de renovación), que considera esta pieza del Pentateuco espírita como una especie de «traspié» de Kardec, delata que algunos aún no han captado la sublimidad del mensaje espírita; aquel que va más allá de los prejuicios intelectuales y los juegos de la razón divorciada del corazón…

No por capricho o accidente la pléyade espiritual que inspiró el Espiritismo dictó esta obra de la Codificación que es, además, expresión directa y necesaria de su aspecto moral, donde nace la fuente ética del mismo.

Debemos estudiarlo y divulgarlo sin prejuicios… observar de donde nos brota ese rechazo (caso de que lo tengamos), e intentar corregir esa resistencia mental, molesta y del todo innecesaria.

El error es leerlo o interpretarlo como letra escrita o expresión «religiosa» (que no es), como hacen tantos, aunque esto no es culpa de la obra… Su contenido, a pesar de su expresivo filtro de cultura judeocristiana, acerca de manera contemporánea el código moral de Jesús, desde el laicismo y la filosofía.

No es «Cristianismo», como erróneamente piensan algunos, si no el rescate parcial del mensaje crístico velado o sepultado por siglos de tiranía religiosa. De aquí extrajeron los Espíritus el ejemplo más depurado de moral universal (por esto es una obra para todos, independientemente del culto que se tenga o no se tenga).

Por las razones que señalamos; en las clases de los centros, en los estudios y exposiciones, etc., debe encararse con actitud fresca y abierta, trazando siempre (y esto es muy importante) paralelismos con nuestra cultura y desafíos contemporáneos, y no limitarse a leer como palabra de Dios o de los espíritus, pues esto ya lo hacen las religiones.

Por supuesto, ni es una reunión evangélica ni estamos leyendo el catecismo, si no compartiendo la ocasión perfecta para exponer de manera racional el código superior que Jesús vertió en los evangelios, y cuyos desafíos morales y humanos permanecen actuales en los nuevos tiempos.

Con el recuerdo de las enseñanzas de Jesús y las reflexiones de los Espíritus (abiertas a todos los dilemas morales y desafíos existenciales de nuestra contemporaneidad), los instructores de la luz y el progreso pretendían con esta tercera obra de la Codificación la reactualización del mensaje universal, a la par que colocar en nuestros momentos de estudio y/o reunión una excelente ocasión de alimentar el (necesario) despertar del hombre nuevo.

Toda lectura que hagamos de esta obra (sobre todo si es una exposición en grupo), debe hacerse sin dejar a un lado ni un solo momento su carácter universal y laico…, pues no puede parecer una reunión litúrgica llevada por un individuo que parezca recoger el testigo de un sacerdote, sino un encuentro para estudio compartido, basado en el diálogo y la razón y apuntando al desarrollo personal.

La caridad integral (o espírita), la fe razonada y la autoreforma (los tres puntales de la propuesta kardecista), encuentran en esta obra su máximo foco de estudio y reflexión.

Aquellos que han acumulado sin revisar ciertos estereotipos atávicos y además han enfocado su discurso distorsionado el concepto de «actualización», se prestan con suma facilidad a interpretar desde el preconcepto; y este siempre será un problema… por más que lo racionalicemos.

Es cierto que gran parte del rechazo que existe hacia esta obra, más que por ella en sí, es por la manera en que suele interpretarse y vivirse en otras latitudes. Como casi siempre, el problema no está en la obra o la idea, sino en los filtros ambiguos con los que (innecesariamente) se reinterpreta y divulga…

Reconozcamos que expresiones como: «aprendices del Evangelio», «Evangelizar», etc es una terminología postiza e inapropiada, que no pertenece a la Codificación, es más; es la habitual en ambientes de catequesis y otros escenarios similares propios del culto católico (el que cierta parte del movimiento los haya adoptado, por afinidad cultural propia, no es justificación suficiente para que el sentido común legitime su vulgarización).

¿Puede alguien imaginar a Kardec, Delanne o Denis, Amalia o Colavida hablando de «grupos de evangelio» o que una de las tareas del espírita sea «evangelizar»? Es alto improbable, desde luego… Debemos esforzarnos en aplicar una terminología apropiada y coherente, tanto con el Espiritismo como con la espiritualidad del siglo XXI.

Respetemos la Codificación, demos su lugar a esta obra (que forma parte indisoluble de la misma por indicación superior), y evitemos caer en actitudes de negación pragmática, heredada del pasado científico-materialista, que impidan asimilar su sencilla grandeza. Pero, igualmente, utilicemos también la precisión y el buen sentido a la hora de utilizar determinada terminología que, a la postre, termina comprometiendo innecesariamente las tareas divulgativas.

Por Juan Manuel Ruiz González

Córdoba, a 7 de febrero de 2020

Escrito por Juanma

Juan Manuel Ruíz González es miembro de la Asociación Espírita José Grosso de la ciudad de Córdoba (España) y fundador del grupo de Facebook «Doctrina Espiritista 2.0». También escribe artículos en publicaciones espíritas como el periódico madrileño «El Ángel del Bien» y es asiduo colaborador de la web Zona Espírita.

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