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El estudio del Espiritismo nos da la fuerza y la paciencia necesaria para soportar las adversidades de la vida

Quisiera, mas no puedo, decía Amalia Domingo Soler, que “La Luz del Porvenir” llegara gratuitamente a los más “pequeños”, los más necesitados, a los más pobres que no disponen de una peseta para comprarla; porque la “Luz” es un bálsamo para sus heridas y un consuelo para sus sufrimientos, y lo más importante, les da el conocimiento necesario para comprender la razón de tantas y tantas injusticias que se cometen, en un mundo donde, bajo el disfraz de la civilización, aún impera la ley del más fuerte, donde el poderoso abusa despiadadamente del pequeño, del más necesitado, del más indefenso, donde la injusticia impera como señora absoluta y el más humilde ve pisoteados todos sus derechos, derechos que tiene como ser humano, y sólo consigue sobrevivir sufriendo el dolor de la miseria.

El dolor de ver pasar hambre a sus hijos, de no poder darles el alimento imprescindible cuando le dicen: papá tengo hambre, tengo frío y él siente el dolor de la desesperación, cuando ve a sus hijos queridos, desnudos y descalzos, careciendo de lo más indispensable para poder sobrevivir en un mundo expiatorio como es éste.

Cuando llega a sentirse tan desesperado se siente vencido, fracasado, y ante esta situación extrema, sólo le queda un camino, la criminalidad o el suicidio.

“La Luz del Porvenir” es un antídoto para este mal, porque a través del conocimiento, se comprende la desesperación que siente la criatura humana, cuando tiene que vivir en un mundo de expiación y pruebas como es la Tierra.

 El estudio del Espiritismo nos da la fuerza y la paciencia necesaria para soportar las adversidades de la vida con humildad y seguir viviendo en un mundo de injusticias que es el que por nuestro merecimiento nos corresponde vivir.

 La “Luz” nos da el esclarecimiento necesario para comprender el porqué vivimos y porqué sufrimos.

 En el Universo de Dios, no hay injusticias, no hay desigualdades entre las criaturas que viven en él, porque todas sin excepción son creadas por Él: sí, existe una ley inalterable que nos da a cada uno lo que nos merecemos, según nuestras obras.

Es necesario, es inevitable que esta ley se cumpla y el hombre debe conocer la existencia de ella, porque sin este conocimiento, se encontrará perdido en un desierto sin agua para calmar su sed abrasadora.

Ese conocimiento lo encontramos en los escritos de Amalia, por esto tenía ella y tiene hoy, el deseo de que fuesen conocidos por los más humildes, que son los más necesitados, son los que más sufren, los que más necesitan de consuelo y los que más alivio encontrarán conociendo el porqué vivimos en un mundo como éste.

Noventa y cinco años* después de su desencarnación, por fin se está cumpliendo su más ferviente deseo.

Sus escritos se han reunido para componer seis maravillosos libros que están siendo distribuidos gratuitamente en todos los países de habla hispana, para que los más pobres no tengan dificultad en conseguirlos.

Yo creo y estoy completamente convencido, de que el alimento del cuerpo es necesario, porque el cuerpo es el instrumento imprescindible para la evolución del Espíritu, pero no es menos cierto que cuando el cuerpo llega al fin de su existencia se transforma, y digo esto porque la muerte que supuestamente parece el fin, no existe, sí existe una transformación, se liberan las partículas o moléculas y regresan a su origen para en el momento oportuno formar o dar vida a otros cuerpos.

Por esta razón creo sinceramente que el esclarecimiento del alma, es el alimento del Espíritu, muchísimo más necesario que el del cuerpo, el cuerpo tiene un fin, el Espíritu continúa viviendo porque es eterno y después de cada existencia sigue viviendo, feliz o sufriendo según su estado mental, porque el Más Allá, tan temido por unos y tan desconocido por todos, es un mundo mental, en nuestra mente llevamos creada la imagen real de ese mundo que a todos nos toca vivir.

La humanidad de hoy necesita con urgencia ayuda inmediata; está enferma, enfermedad que han transmitido las diversas religiones, con sus mensajes fanatizados, caducos y enfermos terminales, por su ancianidad.

 La humanidad de hoy es adulta, tiene una cultura que le impide acatar una creencia que la ciencia desmiente totalmente.

 Por esta razón y por muchas otras, es necesario conocer y divulgar el Espiritismo, porque la idea, la filosofía y la moral que éste contiene es racional, es discutible y se aleja totalmente de los dogmas fanatizados e inadmisibles que tienen las religiones positivas.

Hace cincuenta y cinco años* que conocí el Espiritismo, que lo estudio y practico, este conocimiento transformó por completo mi forma de vida, porque anteriormente yo busqué en las religiones una luz para mi entendimiento y sólo encontré sombras y dudas, que me llevaron irremisiblemente al materialismo.

En el Espiritismo encontré una explicación racional para todas mis preguntas, mis dudas desaparecieron con la clara lógica que esta ciencia filosófica y moral nos da para poder comprender todas las injusticias, abusos y desigualdades que se cometen diariamente en este pobre planeta.

Yo siempre he sido un luchador en defensa de los más pequeños, en la guerra fui voluntario, sufrí el dolor de la derrota y durante diez años sus consecuencias; estuve en prisión y fui perseguido hasta que, gracias a Dios pude emigrar a Brasil, donde conocí el Espiritismo y en él encontré el esclarecimiento para mi Espíritu.

El conocimiento y la lógica que tanto había buscado en las religiones y no pude nunca encontrar.

Porque el credo de las religiones, es absurdo en muchos conceptos, debido a las adiciones y enmiendas que le han hecho los hombres.

La religión es necesaria para la vida del hombre, tanto como el aire que respira, pero ésta debe ser una religión lógica, sin misterios ni horribles sacrificios.

Las religiones envejecidas están cayendo bajo la inmensa pesadumbre de sus vicios y el Espiritismo nos trae el germen divino de la libertad de conciencia, nos revela la existencia evolutiva del Espíritu, con una lógica totalmente convincente, a través de las vidas sucesivas y la inexorable ley de causa y efecto.

Yo, con el estudio del Espiritismo comprendí en unos meses lo que no había comprendido en treinta años: durante todos estos años, busqué y escudriñé en los libros sagrados con la esperanza de encontrar un pequeño rayo de luz para mi Espíritu, ansioso de saber, encontré dudas que forzosamente me llevaron a la incredulidad.

El tiempo, es la demostración eterna de la sabiduría de Dios, es la prueba inmensa de su poder, es la comprensión continua de los grandes problemas.

El tiempo ha sido simbolizado como un viejo escuálido, devorando a sus hijos, destruyendo todo, agotando la belleza y la juventud del hombre, extinguiendo sus afectos, caducando sus leyes, derrumbando sus imperios.

Para el hombre el tiempo y la nada han sido sinónimos y sin embargo, la naturaleza ha demostrado siempre que el tiempo es la renovación suprema de la vida, y si se estudia la humanidad, vemos que es el único patrimonio del hombre.

Yo que durante muchos años, he estudiado profundamente en todos los buenos libros espíritas, he tenido ocasión de apreciar el valor del tiempo y por esto lo considero como la apoteosis de Dios.

Por esto yo creo que el Espíritu del hombre vive siempre, más allá del tiempo, porque si no viviera ¡Qué corto sería el plazo de una existencia para el que cae y se quiere levantar!

Tenemos que engrandecer nuestro Espíritu, porque el mal no es eterno en la creación.

Dios crea y no destruye; por consiguiente, el Espíritu tiene que armonizar con lo creado, porque como ser pensante, como entidad inteligente, es el complemento de la divina obra.

El hombre aún está muy atrasado en este mundo, totalmente materializado, está hundido en el envilecimiento, sumergido en el egoísmo, encadenado por la más completa ignorancia y dominado por el más estrepitoso orgullo, todo lo ve pequeño y mezquino, para él no hay más que el comercio, el negocio y una ambición desmedida de poseer bienes materiales para sentirse importante.

 El hombre ignora que su Espíritu continúa viviendo después de la muerte; cree que en la Tierra comienza y acaba todo y por eso se afana comprando goces efímeros para una sola y corta existencia.

 Yo veo más lejos, por esto el dinero no me seduce, no soy virtuoso, no, pero sí soy razonable y esencialmente racionalista, busco el progreso y estoy totalmente contra la intolerancia.

Creo en Dios, pero también que hay que adorarle con actos de verdad y para mí esa verdad no se manifiesta con palabras, más o menos rebuscadas y repetidas cada día.

Creo que la oración más agradable a Dios es el trabajo que se realiza renunciando a las satisfacciones del cuerpo y a los bienes materiales, en favor de aquellos hermanos que necesitan un poco de luz para ver y comprender, porque tienen que vivir en un mundo que aparentemente es tan injusto.

En mi remoto pasado también estuve necesitado de una luz para salir de las sombras que me envolvían y que encontré, gracias a Dios, en el Espiritismo.

Mi vida después ha sido una continua lucha para hacer llegar esa luz que tanto bien me hizo, a todos aquellos que tanto la necesitan.

Como los terrenales estamos tan poco acostumbrados a hacer un sacrificio por los demás, cuando por fin lo hacemos, nos creemos que hemos conquistado un mundo, y esta satisfacción, si bien es una prueba de nuestra debilidad, mientras no nos llegue a embriagar y se convierta en orgullo y en presunción, tiene su parte, o mejor dicho, su todo muy beneficioso para el Espíritu, porque se disfruta tanto, se siente uno tan feliz, cuando se ha podido ser útil o instrumento para el bienestar de los otros, que cualquier sacrificio material que se haya realizado, deja de ser tal sacrificio.

Esto produce una forma de vida feliz y tranquila y lo que en un principio supone una renuncia y un sacrificio, con el tiempo se convierte en una necesidad, en un objetivo, es un alimento sin el cual, yo al menos, no podría vivir; éste me da fuerzas para soportar las enfermedades, las privaciones, la vejez y la soledad.

No hay Espíritu pequeño, no hay inteligencia obtusa, no hay posición, por humilde que sea, que pueda servir de obstáculo para no ser útil a nuestros semejantes.

Se puede ser feliz y dichoso en este mundo materialista y vicioso; si queremos podemos serlo.

Cuando el Espíritu quiere se engrandece, sólo tiene que creer verdaderamente en la inmortalidad del Espíritu y en la existencia del mundo espiritual; hoy los espíritus vienen y nos aclaran muchos misterios, con una lógica convincente para los que quieren estudiar.

Si aceptamos sus revelaciones con conocimiento de causa, tendremos una vida fácil, con todas nuestras dificultades, una vida feliz con todas nuestras enfermedades, y nunca nos sentiremos solos viviendo en la soledad.

El arrepentimiento sincero, predispone al Espíritu para pedir fuerzas en las rudas pruebas de la vida, prepara el ánimo para sufrir resignado todos los dolores, humilla nuestro orgullo y nos reconocemos culpables y pedimos a Dios misericordia.

Todo esto hace el arrepentimiento; pero no basta para conseguir la rehabilitación de nuestra alma, que sintamos un momento de dolor indescriptible, porque no tiene igual peso en la balanza divina una vida de infracciones y una hora de verdadera constricción.

Sería muy cómodo pecar entonces y Dios debe ser más justo que todo eso.

El culpable no puede sonreír hasta que ha sufrido uno por uno los tormentos que ha hecho padecer.

El criminal no tiene derecho a ser feliz; y como en la creación, todo es lógico, por eso la felicidad sólo se alcanza después de haber pagado todas nuestras deudas.

Hay muchos desgraciados que la justicia humana castiga y son en el fondo más ignorantes que culpables, y estos ante Dios no son tan responsables; el pecado principal consiste en hacer el mal sabiendo que se hace.

No debemos confundir nunca los purísimos afectos del alma, con los torpes deseos de la materia.

Debemos beber en las puras aguas del Espiritismo, y rechazar las aguas contaminadas del materialismo; el apetito de la carne es un agente de la naturaleza que hace un trabajo importantísimo.

El gran trabajo del Espíritu es, precisamente, combatirlo, luchar contra esa influencia que durante tantos milenios nos lleva como piedra desprendida de una altísima montaña, rodando sin encontrar nunca el fondo del precipicio.

Dios no quiere que nos eternicemos en el mal, porque ya llevamos muchos siglos cayendo de abismo en abismo, haciendo mal uso de nuestra voluntad; Dios nos ha mandado espíritus de lucha para que despierten nuestras conciencias, nos señalen el camino que debemos seguir y nos animen diciendo:

“Nosotros sabemos como se cae, como se muere y como se resucita. También hemos caído como vosotros, también nos ha hecho morir el remordimiento, también hemos vivido solos y también nos hemos elevado venciendo las dificultades y el sufrimiento. Hoy somos dichosos, felices ayudando a nuestros hermanos que no encuentran el camino. Tenemos la experiencia, sabemos que el sufrimiento nos duele y tememos al dolor, pero el dolor pasa y después nos sentimos fuertes”.

 “Durante algunos siglos nos sentimos solos y desheredados. Nos parece que la desgracia sólo cae sobre nosotros, pero como la vida del Espíritu tiene su principio, porque no hemos vivido toda la eternidad, el pago de nuestras deudas debe ser cumplido, y durante ese tiempo, nuestros espíritus protectores nos darán aliento. Probablemente ya no haremos daño, únicamente sufriremos las consecuencias de nuestro pasado con más o menos paciencia, con más o menos resignación. Como no aumentaremos mucho nuestras culpas, porque el viejo soldado, lleno de heridas aunque quiera no puede ser un nuevo combatiente, llegará un día, que nuestro Espíritu cansado, fatigado, rendido de tanto sufrir y de tanto luchar, reposará un momento, coordinará sus recuerdos, verá que vivió ayer, comprenderá que vivirá mañana y exclamará con noble sentimiento: “Dios mío, quiero servirte, quiero ser tu más humilde instrumento, quiero ser grande, quiero ser bueno, quiero ser la luz de la verdad y la antorcha de la razón”. Y entonces sentirá un placer tan inmenso al contemplar su primera existencia de regeneración, que se creerá el ser más afortunado y más feliz de este mundo”.

 ¡Feliz el Espíritu que sufre resignado todos sus dolores, porque al dejar la Tierra, tendrá un hermoso despertar!

Hay malos sacerdotes y malos espíritas porque son víctimas de sus deseos materiales y de sus ambiciones, y el hombre debe ser superior a todos sus vicios, que para eso Dios le ha dotado de inteligencia.

Las religiones todas son sublimes en su teoría, pero pequeñas y absurdas en su práctica, necesitan dignos representantes, verdaderos practicantes, y éstos… desgraciadamente, escasean, porque no todos los espíritus, vienen a la Tierra dispuestos a progresar; la mayor parte vienen a vivir, es decir, a pasar el tiempo.

No tienen prisa en adelantar, porque la indiferencia es el estado habitual del Espíritu, hasta que no ha sufrido mucho.

Pero cuando el hombre cae y se hiere y vuelve a caer y se hace más honda su herida, cuando su ser es una llaga cancerosa entonces no se viene a la Tierra por pasatiempo.

Se viene a trabajar, a instruir, a luchar, no precisamente con los hombres, sino con uno mismo; y yo comprendí que vine a luchar conmigo mismo.

 Yo sé que el Espíritu vive siempre, no en los cielos, ni en los infiernos de las religiones positivas, debe vivir en los innumerables mundos que podemos contemplar en las noches silenciosas, que nos dicen que en esas lejanas regiones, el raudal de la vida tiene su fuente.

En una gota de agua, igual que en un planeta, hay seres que se agitan, que viven y se aman.

Yo quiero luchar ahora con mis imperfecciones para vivir mañana, no me interesan los honores, los bienes materiales, los afectos impuros, todo esto se queda aquí, y para la eterna vida del Espíritu, no se consigue adquirir nada.

Y yo soy más ambicioso que todo eso, quiero al dejar la Tierra, llevarme algo que pueda ser de utilidad para mi Espíritu.

Dios crea al hombre y le deja dueño de sí mismo; el progreso es la ley eterna y los espíritus progresarán cuando la experiencia les enseñe que el mal es la sombra, y el bien es la luz.

 Los espíritus son los intermediarios entre los hombres y Dios; porque yo no personalizo a Dios, creo que Dios es el alma de los mundos, y no puede tener la forma que la ignorancia le ha querido dar.

Yo veo a Dios en la creación, le siento en mi conciencia, le adivino en mi aspiración a un más allá, quiero vivir en Él y que Él viva en mí; pero no me habla, es como el Sol, me da la luz, me da el calor y me da la vida, de este modo comprendo yo a Dios.

Los hombres aún tardarán mucho tiempo en comprender que cada ser se tiene que engrandecer por sí mismo, no somos salvados por la gracia, no.

Jesucristo no vino a salvarnos, vino únicamente a recordarnos nuestro deber.

Murió para inmortalizar su recuerdo, para dejar grabadas en la mente de la humanidad, las sentencias de su evangelio.

Y fue tal la magia de su doctrina, que las generaciones que le siguieron le aclamaron (erróneamente) como primogénito de Dios, y aún creyeron que en unión de su divino Padre regía los destinos del Universo.

Los hombres en su ignorancia, se juzgaron redimidos por haberse derramado la sangre de un inocente.

¡Ah! Si por el derramamiento de sangre vertida injustamente, se salvara la humanidad, los terrenales podríamos estar seguros de vivir en un paraíso.

Pero no, nadie se salva por el sacrificio de otro; cada uno tiene que ganarse su redención, y pagarla con buenas obras, con grandes sacrificios, olvidando las ofensas, compartiendo y ayudando al más débil.

Cada cual se crea su patrimonio, y por ínfima que sea la clase del hombre, cuando éste quiere engrandecerse, llega a ser grande, muy grande si se compara relativamente con su pasado.

Querer es poder.

¡La vida, la grandeza de la vida, no es un mito! Lo que necesitamos es voluntad, porque un alma fuerte no se abate por las dificultades, ni se vende por ningún precio.

El precepto divino siempre es grande, y todas las religiones fueron creadas para pacificar y armonizar las razas y los pueblos; sus representantes han tenido en sus manos la felicidad de este mundo, pero han sido hombres sujetos a deseos, a debilidades, se han dejado seducir, han cedido a la tentación, y pocos, muy pocos han sabido cumplir con su deber.

Pero un día llega ese instante decisivo en el cual, el Espíritu cansado de sufrir, decide cambiar el rumbo, porque ya está acribillado de heridas; ya no puede más, y dice: “Señor quiero vivir”.

Como querer es poder, el Espíritu empieza a dominar sus pasiones, emplea su inteligencia en un trabajo productivo al servicio del mundo espiritual, y allí comienza su regeneración; pero debemos recordar siempre que nunca estamos solos, que los invisibles nos rodean y estamos siempre expuestos a sus asechanzas.

No debemos creer que los que hoy vivimos en paz, siempre hemos vivido así, no; nuestro Espíritu ha tenido otros cuerpos, y nuestra tranquilidad de hoy, tiene su base en el dolor de ayer.

No somos viajeros de un día, somos viajeros de muchos siglos, por esto no podemos rechazar a los que caen, porque…

 ¡Quién sabe las veces que nosotros hemos caído!

Se acostumbra a decir, que a la Tierra se viene a llorar, yo digo lo contrario; en la Tierra se puede ser feliz y se puede sonreír, y yo así lo hago.

 Y por cierto, que a lo largo de mi vida, he vivido situaciones que no eran oportunas para considerarse feliz ni por un momento, pero nunca me he sentido desgraciado ni vencido, porque cuando un Espíritu cumple con su deber, sabe enfrentar las situaciones difíciles con valentía y las desgracias con serenidad.

Hace mucho tiempo, no habiendo cumplido todavía los cuarenta años, y cuando hacía ocho que había conocido el Espiritismo, tuve una gravísima enfermedad renal, que en aquella época tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir después de una peligrosa y necesaria intervención quirúrgica; esta enfermedad ya la venía sufriendo anteriormente durante seis meses con tratamientos, que desgraciadamente fueron inútiles.

Mi situación se fue agravando hasta el momento en que el único recurso posible era la operación.

Fue entonces, en ese momento de inmensa tristeza, pero sin desesperación, y tres días antes de ingresar en el hospital, en el momento de mis oraciones, que me dirigí a Jesús diciéndole: “Señor, tú eres nuestro amigo, nuestro guía y nuestro maestro, y con toda humildad te pido, que me des una nueva oportunidad, porque quiero ser un servidor tuyo, el más humilde de todos; dame un trabajo que esté al alcance de mis facultades y yo te serviré todos los días hasta el fin de mi vida”.

No ingresé en el hospital, al día siguiente me hice nuevas radiografías por cuenta propia, descubriendo que mis riñones estaban en perfecto estado, tal y como están hoy 45 años después.

Así fue como empezó mi trabajo divulgativo, desde aquella fecha asumiendo un compromiso con nuestro amado Jesús, el cual he cumplido hasta el día de hoy y lo seguiré haciendo hasta el final de mi vida.

Esto no ha supuesto un sacrificio para mí, con el Espiritismo encontré la luz que yo tanto buscaba, y dio un nuevo y feliz rumbo a mi vida, y ahora siento una inmensa felicidad transmitiendo este conocimiento consolador, a todos mis hermanos que lo necesitan.

Hoy con 85 años* y un cuerpo enfermo, nuevamente hago un pedido a mi buen Jesús diciéndole: “en ti confío Señor, empecé a vivir amándote, y deseo morir practicando el bien en tu nombre. ¡Ayúdame como siempre lo has hecho Señor! Déjame terminar mi existencia cumpliendo el deber que me impuse cuando me ofrecí a ti. Permite Jesús que más allá de la muerte y de la vida, pueda continuar siendo el más pequeño, el más humilde de tus servidores”.

Acabo mi trabajo con este prólogo**, que completa la selección de los seis libros que contienen lo mejor de los escritos de Amalia Domingo Soler, Espíritu amigo, y que yo tanto quiero, porque durante los últimos doce años* de mi vida, me ha utilizado como instrumento para realizar un trabajo tan grande, siendo mi Espíritu tan pequeño, siempre he sentido su ayuda y su presencia cuando la he necesitado y una vez más le doy las gracias y pido disculpas por no haber sabido realizar mejor mi trabajo.

También quiero despedirme de mis queridos lectores, que durante 40 años* me han apoyado y me han dado tantas muestras de cariño.

 ¡Que la paz de Nuestro Señor nos fortalezca a todos y que su luz nos ilumine!

Por José Aniorte Alcaraz

 Por José Aniorte Alcaraz. Octubre de 2005* Centro Espírita «La Luz del Camino» Orihuela (Alicante) https://laluzdelcamino.com/ Escrito reproducido del Prólogo** del libro «La Luz del Futuro»

Libros Amalia Domingo Soler – (laluzdelcamino.com)

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