A la vaga idea de la vida futura, añade la revelación de la existencia del mundo invisible que nos rodea y puebla el espacio, y precisando así la creencia, le da un cuerpo, una consistencia, una realidad en el pensamiento.
Él define los lazos que unen el alma al cuerpo, y levanta el velo que ocultaba a los hombres los misterios del nacimiento y de la muerte.
Por el Espiritismo el hombre sabe de donde viene, a donde va, porqué está en la Tierra, porqué sufre en ella temporalmente, y ve en todas partes la justicia de Dios.
Sabe que el alma progresa sin cesar a través de una serie de existencias sucesivas, hasta adquirir el grado de perfección que pueda aproximarle a Dios.
Con la reencarnación se destruyen las preocupaciones de razas y castas, puesto que el mismo Espíritu puede renacer rico o pobre, gran señor o proletariado, libre o esclavo, hombre o mujer.
De todos los argumentos que se han invocado contra la justicia de la servidumbre y de la esclavitud y contra la sujeción de la mujer a la ley del más fuerte, no hay ninguno tan lógico como el hecho material de la reencarnación.
Si, pues, la reencarnación funda sobre una ley de la naturaleza el principio de la fraternidad universal, funda también en la misma ley el de la igualdad de derechos sociales y por consiguiente el de la libertad.
Los hombres no nacen inferiores y subordinados sino por el cuerpo; por el Espíritu son iguales y libres.
De aquí el deber de tratar a los inferiores con bondad, benevolencia y humildad, porque el que hoy es nuestro subordinado, puede haber sido igual o superior nuestro, o quizá un pariente o un amigo, como también nosotros a la vez podemos venir a ser subordinados de aquel que nosotros mandamos.
Quitad al hombre el Espíritu libre, independiente y sobreviviente al cuerpo, y haréis de él una máquina organizada, sin objeto, sin responsabilidad, sin otro freno que la ley civil, capaz de ser explotado, como un animal inteligente.
No esperando nada después de la muerte; si sufre, no tiene en perspectiva más que la desesperación y la nada por refugio.
Con la certeza del porvenir, con la de volver a encontrar a los que ha amado, con el temor de hallar otra vez a los que han ofendido, cambian completamente todas sus ideas.
Si el Espiritismo no hubiese hecho otra cosa que sacar al hombre de la duda sobre la vida futura, ya habría hecho para su mejoramiento moral más que todas las leyes disciplinarias que le detienen algunas veces, pero que no le modifican o transforman.
Haciendo caso omiso de la preexistencia del alma, la doctrina del pecado original no solamente es irreconciliable con la justicia de Dios, que haría responsables a todos los hombres de la falta de uno solo; sino que sería un contrasentido, y tanto menos justificable cuanto que el alma no existía en la época a que se pretende hacer remontar su responsabilidad.
Con la preexistencia y la reencarnación, el hombre al renacer trae el germen de las pasadas imperfecciones y de los defectos que aún no ha corregido, los cuales se traducen por sus instintos nativos, y por sus propensiones para tal o cual vicio.
Aquí está su verdadero pecado original, cuyas consecuencias sufre naturalmente, pero con la diferencia capital de que lleva la pena de sus propias faltas y no de la falta cometida por otro; además, otra diferencia hay a la vez consoladora, animadora y soberanamente equitativa, que consiste en que cada existencia le ofrece los medios para redimirse por la reparación, y de progresar ya sea despojándose de alguna imperfección, ya sea adquiriendo nuevos conocimientos, y esto hasta que estando suficientemente purificado no tenga ya necesidad de la vida corporal, pudiendo vivir exclusivamente de la vida espiritual, eterna y bienaventurada.
Por la misma razón el que ha progresado moralmente, trae al renacer, las cualidades nativas, del mismo modo el que ha progresado intelectualmente trae las ideas innatas de aquellos conocimientos; se identifica con el bien, lo practica sin esfuerzo, sin cálculo y por decirlo así sin pensarlo.
El que está obligado a combatir sus malas tendencias, aún está en la lucha; el primero ha triunfado ya; el segundo está en camino de hacerlo.
Hay pues virtudes originales, como hay saber original y pecado, o mejor, vicio original, es decir, inclinación, disposición, tendencia natural.
Creemos que estas consideraciones son dignas de ser estudiadas, y en nuestra humilde opinión, nos parece que los hombres deberían fijarse más en estudiar su presente, que no en averiguar quienes fueron sus antecesores.
Que venimos de Dios no cabe duda, ¿Si Dios no fuera Dios, quién sería? La clara prueba de que Dios existe; es que hay algunos hombres que lo niegan.
En cuanto al sistema de las causas finales, estamos conformes hasta cierto punto nada más.
El hombre, podrá ser el rey de la Tierra, la causa final de las especies orgánicas de este planeta, pero no la última creación del Eterno.
Esos mundos que en la noche silenciosa contemplamos en el espacio inmenso, y que parece que nos hablan de Dios por medio de figuras cabalísticas, tienen necesariamente que estar habitados, y muchos de ellos por humanidades más adelantadas que la terrena, porque el hombre de la Tierra no puede ser la última palabra de Dios, es completamente imposible: somos un compuesto de necio orgullo, de ridícula vanidad, no sabemos definir a Dios y le damos nuestras pasiones; no nos conocemos a nosotros mismos, y queremos conocer la causa creadora; no en balde dice una antigua sentencia, que no hay nada tan atrevido como la ignorancia.
Por Amalia Domingo Soler
Extraído del libro recopilatorio La Luz de la Verdad