Nos encontramos ante el paradigma de la “Sociedad del Conocimiento”, por lo que se disparan numerosos interrogantes:
¿Cómo educar a las nuevas generaciones?
¿Cómo se accede a él?
¿Todos tendrán acceso?
¿Qué condiciones humanas deben desarrollar quienes serán los ciudadanos de esta nueva sociedad?
Las investigaciones de distintos ámbitos académicos dan cuenta de este cambio fundamental en las estructuras sociales: el valor del conocimiento, un conocimiento que se entiende como infinitamente ampliable.
Su utilización da lugar a producir más conocimiento, como un acto creativo continuo.
A su vez, un mismo conocimiento, puede ser utilizado por muchas personas alimentando esa fuente de creatividad.
En un mundo cada vez más interconectado, la libertad de circulación, intercambios, críticas constructivas, diálogo, constituyen novedosas y maravillosas formas de la creación humana.
Son esas formas especiales, particulares y a su vez generales que actúan como movilizadoras de cambio, de desarrollo de las sociedades contemporáneas.
Es indudable que, transitando la vida actual, el papel del conocimiento es sustancial, pero no podemos imaginar una sociedad del conocimiento sin valores que los sustenten.
El primer valor para hacer posible la construcción de una nueva sociedad es la solidaridad.
Una sociedad con conocimiento es aquella que se construye a partir de la igualdad de oportunidades, de la equidad que comprende a todos, que se extiende y abraza sin dejar a nadie fuera.
¿Una utopía? Hacia ella caminemos.
La humanidad como tal tiene la capacidad de aprender, de conocer, por lo tanto, de elegir los caminos que desea transitar en la construcción personal y social.
Es esa elección la que necesita ser tomada con conocimiento del sentido de los valores en una sociedad.
La solidaridad implica además de una “educación para todos”, el compromiso de brindar conocimientos valiosos para el desarrollo óptimo de la vida humana.
El avance de las ciencias es tal, que pensar en abarcar todos los conocimientos es verdaderamente una ecuación imposible, es por ello que las múltiples inteligencias permiten tomar y aprender aquello que es valioso, útil para el desenvolvimiento feliz de la existencia individual y de las comunidades.
Cuando pensamos en una existencia feliz, no nos referimos a una vida sin problemas, sino en tener las herramientas para resolverlos y seguir el camino.
No son iguales los conocimientos para todos, lo que nos une en este amplio campo del conocimiento son los valores con los que los vamos a seleccionar, utilizar y con los que vamos a tejer la red de contención social que nos incluya a todos y nos permita avanzar.
La concepción espírita de la humanidad otorga al amplio campus del conocimiento conceptos potentes para su desarrollo.
El “ser humano” es una etapa del desarrollo del espíritu con sentido evolutivo.
Una etapa que tiene características especiales ligada a una nueva comprensión del tiempo.
Tiempo en su sentido más amplio, tiempo para transitar la evolución, y ese transitar toma diferentes formas, materiales como las conocemos, seres humanos, pero también etapas con una materia más sutil, una energía más libre a la que denominamos espíritu.
Este concepto espiritual
- abre la mente a nuevas posibilidades,
- a pensar el sentido íntimo de cada existencia en relación con un sentido universal, más amplio,
- junto al conjunto de seres que conforman el sistema evolutivo.
Evolucionamos, caminamos, aprendemos, adquirimos mayor conciencia en un sistema solidario, con otros.
Pensando la vida del espíritu desde esta visión, la encarnación, la vida humana presente constituye una etapa del camino, con sus fuerzas y sus oportunidades.
Es aquí donde es necesario detenernos en la valorización de la educación.
¿Cómo contribuir al desarrollo pleno del ser humano?
El educador espírita tiene una gran oportunidad y responsabilidad para favorecer el desarrollo humano partiendo de esa visión universal de la existencia, visión que implica oportunidades de conocer, de sentir, y de hacer para contribuir mediante el conocimiento al desarrollo de una conciencia más expandida, más solidaria con la humanidad toda.
Como humanidad es necesario dar pasos concretos que pongan en evidencia un mayor estado de conciencia que lleven a “la comprensión mutua entre humanos, tanto próximos como extraños, es en adelante vital para que las relaciones humanas salgan del estado bárbaro de incomprensión”.(Morin,E. 2002).
La incomprensión tiene raíces muy profundas, se hunde en las profundidades de la historia que como humanidad tenemos.
Comprender la incomprensión humana, comprendernos a nosotros mismos en ese devenir evolutivo, es fundamental para vivir en una sociedad más justa, más amorosa, más contenedora.
El conocimiento no puede anidar sólo en el campo intelectual, es necesario
- llevarlo al análisis de la propia realidad,
- indagar el sentido de la existencia,
- buscar en uno mismo conocimientos más profundos que expandan la conciencia y favorezcan el accionar en relación a un mayor grado de comprensión.
Conocerse a sí mismo implica tener más conciencia de la individualidad que nos constituye y en esa toma de conciencia, proyectarse.
Desarrollar una conciencia más profunda es desarrollar una fuerza propia, construida a partir de las reflexiones con uno mismo y en diálogo permanente con los otros, seres humanos y seres espirituales que constituyen la realidad.
Es así que se va generando una fuerza que es propia y que a su vez es comunitaria y guía del accionar humano.
En este sentido, el conocimiento espírita es una contribución al conocimiento de la vida humana, con trayectorias anteriores a la encarnación y trayectorias futuras, y en ese continuo de energías y conocimientos potenciados y enriquecidos en el proceso evolutivo, constituye una de las bases fundamentales de la educación para la paz, en la cual estamos comprometidos con profunda valoración quienes abrazamos este extraordinario campus de conocimiento espiritual.
Por Cristina Drubich – Argentina
Publicado en la revista Evolución. Venezuela Espírita. Revista del Movimiento de Cultura Espírita CIMA. 2ª Etapa. Nº4. Ene / Abr 2019