¿Esos progresos serán duraderos o efímeros?
¿Es un meteoro que brilla con un resplandor pasajero como tantas otras cosas?
Es lo que vamos a examinar en algunas palabras.
Si el Espiritismo fuera una simple teoría, una escuela filosófica que se basara en una opinión personal, nada le garantizaría la estabilidad, pues podría agradar hoy y ya no agradar mañana; en un tiempo dado, podría ya no estar en armonía con las costumbres y el desarrollo intelectual y, entonces, caería como todas las cosas anticuadas, que se quedan rezagadas respecto al movimiento.
En fin, podría ser reemplazado por algo mejor. Así ha sido de todas las concepciones humanas, de todas las legislaciones, de todas las doctrinas puramente especulativas.
El Espiritismo se presenta en condiciones completamente diferentes, como lo hemos hecho observar muchas veces.
Se basa en un hecho: el de la comunicación del mundo visible y del mundo invisible.
Ahora bien, un hecho no puede ser anulado por el tiempo como una opinión.
Sin duda, el Espiritismo no es admitido todavía por todo el mundo; ¿pero qué importan las negaciones de algunos cuando es constatado, cada día, por millones de individuos, cuyo número crece sin cesar y que no son ni más necios ni más ciegos que otros?
Vendrá, pues, un momento en el que ya no encontrará a negadores, como no los hay ahora para el movimiento de la Tierra.
¡Cuántas oposiciones ese último hecho provocó! Por mucho tiempo, a los incrédulos no les faltaban buenas razones aparentes para ponerlo en duda.
«¿Cómo creer –decían ellos– en la existencia de antípodas, que caminan cabeza abajo? ¿Y si la Tierra gira, como se supone, cómo creer que estemos, nosotros mismos, todas las veinticuatro horas, en esta posición incómoda sin darnos cuenta de eso? En esa situación, no podríamos quedar más fijos en la Tierra que si deseáramos caminar por un techo, los pies en el aire, a manera de moscas. ¿Y además, qué sería de los mares? ¿El agua no se derrama cuando se inclina el jarrón? Esa cosa es simplemente imposible, por lo tanto es absurda y Galileo es un loco».
Sin embargo, al ser un hecho esa cosa absurda, triunfó sobre todas las razones contrarias y todos los anatemas.
¿Qué faltaba para ser admitida su posibilidad? El conocimiento de la ley natural en la cual se basa.
Si Galileo se hubiera contentado en decir que la Tierra giraba, todavía en la época actual no se le creería; pero las negaciones cayeron ante el conocimiento del principio.
Pasará lo mismo con el Espiritismo; como se basa en un hecho material que existe en virtud de una ley explicada y demostrada que le quita todo carácter sobrenatural y maravilloso, es imperecedero.
Aquellos que niegan la posibilidad de las manifestaciones están en el mismo caso de aquellos que negaban el movimiento de la Tierra.
La mayoría niega la causa primera, es decir, el alma, su sobrevivencia o su individualidad; no es sorprendente, pues, que nieguen el efecto.
Juzgan en base al simple enunciado del hecho y lo declaran absurdo, como antiguamente se declaraba absurda la creencia en los antípodas.
¿Pero qué puede la opinión de ellos contra un fenómeno constatado por la observación y demostrado por una ley de la naturaleza?
Al ser el movimiento de la Tierra un hecho puramente científico, su constatación no estaba al alcance del vulgo; fue necesario aceptarlo basándose en la fe de los sabios.
Pero el Espiritismo tiene más a su favor: puede ser constatado por todo el mundo, lo que explica su propagación tan rápida.
Todo descubrimiento nuevo de alguna importancia tiene consecuencias graves en mayor o menor grado.
El del movimiento de la Tierra y de la ley de la gravitación que rige ese movimiento ha tenido consecuencias incalculables.
La ciencia ha visto abrirse, ante sí, un nuevo campo de exploración y no se podrían enumerar todos los descubrimientos, las invenciones y las aplicaciones que han sido el efecto de eso.
El progreso de la ciencia ha llevado al de la industria y el progreso de la industria ha cambiado la manera de vivir, las costumbres, en suma, todas las condiciones de ser de la humanidad.
El conocimiento de las relaciones del mundo visible y del mundo invisible tiene consecuencias aún más directas y más inmediatamente prácticas, porque está al alcance de todas las individualidades y les interesa a todas.
Al tener que morir necesariamente cada persona, nadie puede ser indiferente a lo que ocurrirá consigo mismo después de su muerte.
Por la certidumbre que el Espiritismo da del futuro, cambia la manera de ver e influye sobre la moralidad.
Sofocando el egoísmo, modificará profundamente las relaciones sociales de individuo a individuo y de pueblo a pueblo.
Muchos reformadores de pensamientos generosos han formulado doctrinas más o menos seductoras; pero esas doctrinas sólo han tenido, en su mayoría, un éxito de secta, temporal y circunscrito.
Ha sido y será siempre así de las teorías puramente sistemáticas, porque no les está dado a las personas en la Tierra concebir algo completo y perfecto.
El Espiritismo, al contrario, al apoyarse no sobre una idea preconcebida, sino sobre hechos patentes, está a cubierto de esas fluctuaciones y sólo puede engrandecerse a medida que esos hechos sean difundidos, mejor conocidos y mejor comprendidos.
Ahora bien, ningún poder humano podría impedir la divulgación de hechos que cada uno puede constatar; constatados los hechos, nadie puede impedir las consecuencias que derivan de ellos.
Esas consecuencias son acá una revolución completa en las ideas y en la manera de ver las cosas de este mundo y del otro; antes de que este siglo haya transcurrido, esa revolución estará consumada.
Pero, se dirá, al lado de los hechos tenéis una teoría, una doctrina; ¿quién os dice que esa teoría no sufrirá variaciones; que la de hoy será la misma en algunos años?
Sin duda, puede sufrir modificaciones en sus detalles a consecuencia de nuevas observaciones; pero al ser obtenido el principio en lo sucesivo, no podrá variar y mucho menos ser anulado; está allí lo esencial.
Desde Copérnico y Galileo, se ha calculado mejor el movimiento de la Tierra y de los astros, pero del hecho del movimiento ha quedado el principio.
Hemos dicho que el Espiritismo es, ante todo, una ciencia de observación; es lo que le da fuerza frente a los ataques de los cuales es objeto y da a sus adeptos una fe inquebrantable.
Todos los razonamientos con que se les objeta a los adeptos caen ante los hechos y esos razonamientos tienen tanto menos valor a los ojos de los adeptos cuanto saben que son interesados.
En vano, se les dice que eso no es así, o que es otra cosa; ellos contestan: «No podemos negar la evidencia».
Incluso si hubiera sólo un adepto, éste podría creerse el juguete de una ilusión; pero cuando millones de individuos ven la misma cosa, en todos los países, se concluye lógicamente que son los negadores los que se engañan.
Si los hechos espíritas solamente tuvieran como resultado satisfacer la curiosidad, seguramente sólo causarían una preocupación momentánea, como todo lo que es inútil.
Pero las consecuencias que derivan de ellos tocan el corazón, vuelven felices a las personas, satisfacen las aspiraciones, colman el vacío profundizado por la duda, lanzan luz sobre la temible cuestión del futuro; mucho más, se ve una causa poderosa de moralización para la sociedad; esas consecuencias tienen, pues, un gran interés; ahora bien, no se renuncia fácilmente a lo que es una fuente de felicidad.
No es, de seguro, ni con la perspectiva de la nada, ni con la de las llamas eternas, que se apartará a los Espíritas de su creencia.
El Espiritismo no se alejará de la verdad y no tendrá nada que temer de las opiniones contradictorias, mientras su teoría científica y su doctrina moral sean una deducción de los hechos observados de manera escrupulosa y concienzuda, sin prejuicios ni sistemas preconcebidos.
Es ante una observación más completa que todas las teorías prematuras y arriesgadas, nacidas en el origen de los fenómenos espíritas modernos, han caído y se han fundido en la imponente unidad que existe hoy en día y contra la cual persisten no más que escasas individualidades, que disminuyen todos los días.
Las lagunas que la teoría actual todavía pueda contener se colmarán de la misma manera.
El Espiritismo está lejos de haber dicho su última palabra en cuanto a sus consecuencias, pero es inquebrantable en su base, porque esa base se asienta sobre hechos.
Que los Espíritas no tengan, pues, temor: el futuro es de ellos; que dejen que sus adversarios se debatan bajo la opresión de la verdad, que los ofusca, pues toda negación es impotente contra la evidencia, que triunfa inevitablemente por la propia fuerza de las circunstancias.
Es una cuestión de tiempo y, en este siglo, el tiempo camina a paso de gigante bajo el impulso del progreso.
Por Allan Kardec
Extraído de Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos, febrero de 1865