«La idea es algo sólido, fijo; el pensamiento es algo fluido, cambiante, libre. Un pensamiento se hace otro, una idea choca contra otra. Podría decirse acaso que un pensamiento es una idea en acción, o una acción en idea; una idea es un dogma».
(Miguel de Unamuno, “Agonía del cristianismo, cap. Sobre Pascal”)
Creo en los espíritus, ¿pero a qué ese afán de verlos por doquier, influyendo en todo? Ellos forman parte de la Naturaleza, al igual que nosotros, y por tanto también influenciables.
¿Y a qué esa idea de tener a Dios como vigía de nuestras acciones y también presente en todo? Atavismo católico, interpretación pablista del pensamiento de Jesús de Nazareth. La moral cristiana del Espiritismo no es teologal, sino ética; difiriendo mucho de lo que vulgarmente se entiende como cristianismo, hasta el punto de que hablamos de Espiritismo, no de cristianismo. Espiritismo-cristiano, otra aberración.
El Evangelio según el Espiritismo ya lo dice, nos invita a una relectura de las enseñanzas del Rabí de Galilea, fuera de todo dogma y preconcepto. El judaísmo espera un Cristo o Mesías, el Espiritismo no lo precisa. Porque la “salvación” si es que hay que salvarse de algo, es propia.
El mundo espiritual es el descubrimiento de una realidad oculta y enmarañada en la historia. Un proceso de cambio de era, de fin de una forma de entender la espiritualidad, que comienza en el siglo XIX con la irrupción del Espiritismo y la investigación científica de los fenómenos psíquicos, a la par que la destrucción nihilista previa comenzaba su andadura. Pese a esto, Nietzche no es enemigo de los espiritistas, sino de los cristianos resentidos, él propone unos valores auténticos de sobrehombres, que hayan superado la sumisión ciega, la moral de esclavos, para una moral más auténtica y humana. Responsable de nuestros actos. Porque el hombre es perezoso y le cuesta hacerse cargo de sus propias responsabilidades.
Dice Unamuno en la obra ya mencionada: «La doctrina del progreso es la del sobrehombre de Nietzsche; pero el cristiano debe creer que lo que hay que hacerse no es sobrehombre, sino hombre inmortal, o sea cristiano.
¿Hay progreso después de la muerte? He aquí una pregunta que ha debido dirigirse alguna vez el cristiano, que cree en la resurrección de la carne y a la vez en la inmortalidad del alma. Pero los más de los sencillos creyentes evangélicos gustan imaginarse la otra vida como un descanso, como una paz, como una quietud contemplativa; más bien como la “eternización de la momentaneidad” presente, como la fusión del pasado y del porvenir, del recuerdo y de la esperanza, en un sempiterno presente. La otra vida, la gloria, para los más de los sencillos creyentes, es una especie de monasterio de familias, de falansterio más bien.»
La idea de cristianismo espírita, es espírita a secas, nada tiene que ver con lo que pregonan las iglesias (ni católicas, ni las protestantes en sus distintas acepciones); de ahí que sea una nueva revelación, continuadora de una línea anterior, pero no supeditada a ella.
A nosotros nos ha llegado un Jesús histórico, es decir, la historia le ha ido dando sentido a su figura, pues desconocemos al hombre de carne y hueso, hasta el punto de su exceso de divinización ha llegado a confundir muchas mentes, y crear barreras absurdas entre creencias “no cristianas”.
“En lo que se ha llamado por mal nombre cristianismo primitivo, en el cristianismo supuesto antes de morir Cristo, en el evangelio acaso se contiene otra religión que no es la cristiana, una religión judaica, estrictamente monoteísta, que es la base del teísmo” vuelve a decir el escritor vasco.
El Espiritismo coge esas máximas de los evangelios y “según él” las interpreta, dejando a un lado el momento histórico en que a Jesús le tocó vivir, el pueblo judío del siglo I, y también a un lado la interpretación de Pablo de Tarso, creador del “cristianismo” per se (por supuesto sin mencionar la paganización romana de Constantino el Grande, que barnizó una creencia popular con las ideas de Pablo de Tarso).
La inmortalidad del alma es un concepto heleno, no judío; y el de Tarso hizo la mezcla para los gentiles. No en vano Sócrates y Platón, son mencionados por Kardec al inicio de la obra que vamos citando, porque nuestra revelación espírita, obedece una progresión del pensamiento humano, no a un estancamiento, al que se le limpian viejo oropeles.
La creencia judía, habla del fin de los tiempos, de la resurrección de la carne, por tanto los primeros cristianos, afines al fariseísmo de Pablo, no pensaban en esta vida, sino lo dejaban todo para la siguiente, la verdadera.
De ahí ese atavismo que arrastramos, donde pareciera que la vida virginal es más santa que la que realmente nos da “la inmortalidad de la carne”: la procreación. Volviendo a citar a Unamuno: “El estado de virginidad es para la Iglesia Católica Apostólica Romana un estado en sí más perfecto que el del matrimonio. Que aunque haya hecho de éste un sacramento, es como una concesión al mundo, a la historia. Pero los vírgenes y las vírgenes del Señor viven angustiados por el instinto de paternidad y maternidad.”
¿No nos recuerda esto acaso a las angustias del Padre Germán, tan bien expuestas por Amalia Domingo Soler? Esta es nuestra España, de “cerrado y sacristía”, a la que el Espiritismo viene a despojarnos de tan gruesa losa, de tanta barbarie que nos recuerda la historia, de tantas muertes defendiendo una religión opresora, que no es más que política humana, pues “mi Reino no es de este mundo”. Por eso fue tan bien acogido el Espiritismo en tiempos de nuestros pioneros, porque había “hambre y sed de justicia”.
El Espiritismo es libertador, y “quien tenga oídos para oír, que oiga”.
Firmado: J.G.L.