Desobsesión: Psicoterapia Espiritual
El hombre es un paradigma situado entre dos aspectos yuxtapuestos de la realidad: el plano físico y el espiritual.
La Doctrina Espiritista vino a anunciar que empezaba a sonar un tiempo nuevo, no sólo en el terreno de la necesaria renovación moral, sino también en el campo de la ciencia humana pues, a pesar de sus conquistas, le era (le es, aún) imperioso imprimir un cambio más: la ineludible hora de modificar las teorías clásicas (válidas durante un tiempo) sobre energía y materia que desmoronaba el dogma de la indivisibilidad del átomo mucho antes de las primeras consideraciones de la cuántica.
Existe la comunión de pensamiento como producto de una ley natural, y la sigue habiendo una vez la persona pasa el umbral que culturalmente entendemos como muerte.
Los “muertos” y los “vivos” permanecen unidos por la misma ley de atracción que mantiene a los planetas y satélites en una misma órbita.
La marcha de quien abandona el cuerpo es siempre aparente; abandona la configuración biológica que envolvía su ser… pero, al mismo tiempo, continúa inmerso en la vida.
La diferencia entre el hombre y el espíritu es puramente cuántica.
El Espiritismo nos enseña aquello que ya sabían los iniciados de pretéritos cultos al margen de la ortodoxia oficial: que la comunicación entre los que se van y los que quedan prosigue. Y esto, unas veces para bien… y otras para mal, en analogía a como sucede en nuestro día a día, donde las personas son capaces de establecer vínculos de lo mas ennoblecedores, como también, a veces, asociaciones del todo malsanas…
Esto ocurre desde que el ser humano despertó en nuestro mundo.
Todos guardamos lazos con ese Más Allá tan próximo a nuestra realidad más aparente y cotidiana, y la calidad positiva o perjudicial de ellos depende de dos factores: la naturaleza de nuestros pensamientos (que por ley de sintonía atraerán a aquellos afines, emitidos en la misma frecuencia), y aquellas tareas pendientes que (a nivel de relaciones) dejamos sostenidas en pasadas existencias, las mismas que por Ley de acción y reacción retornan a nuestro mundo íntimo, exigiendo reparación.
El espiritista sabe que los lazos del amor se extienden más allá de esta vida, desafortunadamente, de manera parecida, los lazos del odio a veces son tan fuertes que perviven durante muchas existencias, hasta que deudor y “verdugo” son colocados en la misma sintonía, con la única finalidad de la comprensión y el perdón.
En esto consisten las tareas espíritas de desobsesión: liberarnos de las cargas (abusos y desaciertos) del ayer y cerrar las heridas del pasado… heridas que a menudo “eclosionan” como trastornos y neurosis de complicada etiología.
En una reunión espírita de carácter “práctico” (mediúmnico) son esclarecidas tanto entidades desorientadas como aquellas que persisten en hacer daño (ya sea de manera consciente o inconsciente) al encarnado al que se imantan.
Con Kardec y la vasta literatura espírita estudiamos y reflexionamos sobre ese gran contingente de mentes que una vez regresan a la esfera espiritual, se demoran entre dos dimensiones de vida, vinculados mental y/o emocionalmente a aquellos que aún están encarnados en la esfera terrenal, constituyendo esta imantación psíquica una pandemia casi desconocida y uno de los más grandes y antiguos flagelos de la humanidad.
A menudo, determinadas obsesiones no finalizan con la extinción del cuerpo, sino que forman parte del patrimonio mental de determinados espíritus perturbados que persisten en el otro lado, uniéndose a otras mentes desajustadas y provocando entre los hombres los más diversos cuadros de neurosis, depresiones, suicidios, etc que encuentran en la terapéutica espiritista el medio más apropiado e integral para su tratamiento.
Sólo en la doctrina espírita el patrimonio psíquico-mediúmnico presente en todas las culturas se dignifica y ennoblece, hasta el punto de colocarse al servicio del necesitado, no solo del cuerpo, sino del alma… realizando una elevada y casi desconocida labor de gran utilidad pública.
Estudiando el Espiritismo en sus vertientes filosófica, moral y científica, comprendemos que el esfuerzo de la ciencia materialista para determinados casos es incompleto si sólo hecha mano del diagnóstico materialista y del quimismo como simple tratamiento, pues en muchos casos, resulta del todo inútil al no alcanzar la matriz del trastorno, que es la parasitoxis psíquica que algunas mentes establecen con elementos afectivos de su pasado anterior.
Gracias al advenimiento de la Doctrina de los Espíritus, la mediumnidad es ahora apartada de lo meramente adivinatorio, enfocándose como recurso ennoblecedor de la criatura humana y como el valioso paradigma que es, capacitado para abrir caminos en las ciencias de la salud y aportar a la psicología la renovación necesaria para su papel más útil.