Paradigmas Científicos y Espiritismo
Nuestra civilización se encuentra hoy ante la presencia de nuevos paradigmas científicos que afectan a lo más profundo de la psique humana y provocan sustanciales modificaciones en los conceptos y valores oficialmente reconocidos.
Aunque de origen aristotélico, el término paradigma fue readaptado por el físico estadounidense Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas para referirse a los sistemas conceptuales que imperan durante períodos determinados de la evolución de la ciencia, hasta que nuevos descubrimientos los ponen en tela de juicio y hacen que la visión del mundo prevalente ingrese en una fase de conflicto y sea reemplazada por otra.
Algunos ejemplos históricos, atinadamente señalados por modernos filósofos de la ciencia como Feyerabend, Lakatos además de Kuhn, ilustran claramente este complejo y dinámico proceso de formación, consolidación y sustitución de paradigmas: la transición del modelo geocéntrico al heliocéntrico, la superación del creacionismo bíblico por el evolucionismo darwiniano, el desplazamiento de la teoría del flogisto en virtud de las comprobaciones sobre la combustión que sentaron las bases de la química moderna o el paso de la mecánica newtoniana a la física cuántica-relativista.
Durante todo el siglo veinte, con especial acento en la segunda mitad, en el seno de las ciencias naturales, humanas y sociales, se revisaron viejos conceptos, creencias o supuestos básicos y se libraron duras batallas para presentar el nuevo paradigma que ha dado la bienvenida al siglo veintiuno en el que ahora nos hallamos.
Sucesivos hallazgos que han sido reportados en los campos de la física, la cosmología, la informática, la biología, la ecología, la neurología, la antropología, la psicología, la parapsicología o la tanatología, apuntan hacia una nueva comprensión del fenómeno humano y su integración a un universo de múltiples niveles, donde lo material solo representa un fragmento de la realidad.
Y en esta revolución, en que la explosión y el volumen de los conocimientos parecieran no tener límites, han participado desde lugares diferentes del planeta y asumiendo perspectivas autónomas, numerosos investigadores que han abierto los más variados frentes de estudio, reflexión y trabajo experimental.
Un principio fundamental que opera como epicentro del nuevo paradigma es la concepción holística, a cuya luz todo está relacionado con todo en todas partes del universo, o lo que es igual decir, la totalidad de sus elementos constituyentes son inter e intra dependientes.
Disciplinas como la cibernética o la ecología definen su objeto de estudio a partir de ese principio.
Debemos al biólogo austríaco Ludwig von Bertalanffy el diseño y sustento de la Teoría General de los Sistemas, conforme a la cual todo cuanto existe en la naturaleza, incluido el comportamiento humano, está interconectado y nada puede ser comprendido aisladamente.
Siguiendo esta línea el físico James Jeans afirmó que las investigaciones y una ojeada general que relacione al mundo de de las diminutas partículas subatómicas con las gigantescas y distantes galaxias cuya luz llega a nosotros luego de millones de años de haber sido emitida, apuntan a la comprensión del universo más como un sistema inteligente que una máquina expuesta azarosamente a los juegos de ensayo y error.
Disciplinas “duras” como la cosmología y la física enfrentan fenómenos que requieren una explicación diferente de la ofrecida por los modelos aun vigentes.
Numerosos hechos que se presentan en los dominios de lo infinitamente pequeño parecieran colisionar con el modo tradicional de comprenderlos.
Durante siglos se creyó que los humanos éramos observadores pasivos viviendo en un universo sobre el que teníamos poca influencia, pero las comprobaciones de la mecánica cuántica han venido proporcionando una visión radicalmente distinta de nuestro papel en este vasto escenario.
Numerosos experimentos demuestran que el hecho de mirar algo tan pequeño como un electrón, centrando nuestra atención durante unos instantes sobre su comportamiento, modifica sus propiedades mientras lo estamos observando.
Esto significa que el propio acto de observación es un acto de creación, y que la conciencia es la autora de esa creación, de modo que estamos obligados a sustituir la vieja palabra observador y colocar en su lugar el término participante.
El efecto del observador, la dualidad onda partícula, el principio de incertidumbre o el entrelazamiento cuántico, son solo algunos de los desconcertantes hechos que plantean enormes desafíos a los científicos, a la vez que convocan a los seres humanos a considerarse partícipes, en lugar de simples transeúntes, en el vasto y universal proceso evolutivo.
Esta novedosa visión fue articulada en una serie de ensayos y libros por el físico de Princeton y colega de Einstein, David Bohm, fallecido en 1992.
Bohm planteaba que si pudiésemos ver el universo en su totalidad desde una perspectiva más elevada, los objetos en nuestro mundo aparecerían de hecho como la proyección de algo que está sucediendo en otra dimensión que no podemos percibir.
Él consideraba que tanto lo visible como lo invisible son expresiones de un orden mayor y universal, y para diferenciar estas dos dimensiones, las llamó implicada y explicada.
Las cosas que podemos ver y tocar, y que parecen estar separadas en nuestro mundo –como las rocas, los océanos, los bosques, los animales o las personas– son ejemplos del orden explicado.
Sin embargo, por muy distintas que puedan parecer unas de otras, están unidas por vínculos que no podemos percibir desde nuestra perspectiva sensorial.
Por lo tanto, todas las cosas que aparentan estar separadas forman parte de un todo mayor, que él llamó orden implicado.
Bohm se valió de numerosos ejemplos para expresar su convicción de que el universo y todo lo que hay en él –incluidos nosotros– constituye la manifestación de un admirable orden cósmico.
Al reflexionar sobre la naturaleza interrelacionada de todo lo existente, Bohm quedó más convencido de que el universo, o multiverso, funciona como un inmenso holograma cósmico, en el que cada elemento contiene a la totalidad aunque en una escala menor.
Conforme a este diseño, lo que apreciamos como nuestro mundo es de hecho la proyección de algo más real que está teniendo lugar en una dimensión paralela o más profunda, que vendría a ser precisamente, el orden implicado.
No deja de sorprender cuanto se parece esta noción cuántica a las enseñanzas del milenario hermetismo egipcio sintetizadas en el aforismo “tal como es arriba, así es abajo”, o también a la teoría platónica de las correspondencias entre el mundo sensible de las formas exteriores y el mundo inteligible de las ideas cuyos arquetipos son los patrones que orientan la configuración de aquellas.
De manera análoga, cuando se pasa de la dimensión física a la biológica, se constata que cada organismo viviente funciona exactamente como un holograma, puesto que el ADN de cualquiera de sus células contiene al código genético completo.
Si se toma una muestra de cabello, de uñas o de sangre, o de cualquier otra parte del cuerpo, se podrá encontrar ahí la misma estructura genética que dibuja la arquitectura integral de ese ser vivo.
De igual manera que en el universo el orden explicado constituye la cristalización o representación fenoménica de las directrices que provienen del orden implicado o subyacente, así en los procesos vitales el flujo entre lo invisible y lo visible transcurre sin solución de continuidad.
Una nueva visión de la biología está considerando la necesidad de acudir a hipótesis diferentes de las tradicionales para entender y tratar de explicar una gran cantidad de fenómenos anómalos, como los campos, llamados morfogenéticos por Rupert Shelldrake, que pueden servir de molde para la creación de formas vivas y asegurar gracias a los procesos de “resonancia mórfica” su coherencia y armónico funcionamiento.
Una de las disciplinas que ha recibido el impacto de esta profunda revisión conceptual es la psicología, originalmente definida como “estudio del alma” pero devenida en “estudio de la conducta” como resultado de una crisis de identidad que la llevó a sucumbir a las presiones del modelo organicista y materialista que se fue configurando a partir del Renacimiento como la explicación “científica” del fenómeno humano y que así perdura hasta nuestros días.
Frente al conductismo y el psicoanálisis que se impusieron como tendencias dominantes dentro de la psicología del siglo veinte, tanto en el orden teórico como en sus aplicaciones terapéuticas, surgió en los años sesenta la denominada psicología humanista con el empeño de rescatar los valores personales que entendía eran reducidos, subestimados o hasta negados por aquellas escuelas, proclamándose como “la tercera rama fundamental del campo general de la psicología”.
A la psicología humanista le interesa poner de relieve las capacidades y potencialidades humanas apenas consideradas por el conductismo y el psicoanálisis: amor, creatividad, idealismo, alma, trascendencia del yo y otras nociones parecidas que privilegian los valores superiores del espíritu sobre los efectos que se derivan de los condicionamientos ambientales o sociales o de las fuerzas pulsionales o instintivas.
Prosiguiendo la línea instaurada por los humanistas, se ha llegado a una nueva y original concepción psicológica denominada transpersonal, que se suele definir como el estudio del más alto potencial de la humanidad por medio del reconocimiento, comprensión y realización de los estados de conciencia unitivos, espirituales y trascendentes.
Estamos ante un movimiento transcultural e interdisciplinario presentado como la cuarta fuerza de la psicología, que se nutre tanto de la ciencia occidental como de la sabiduría oriental, en un intento de integrar los conocimientos provenientes de ambas tradiciones, aprovechando por una parte los recursos experimentales, metodológicos y tecnológicos ofrecidos por la medicina, la física cuántica, la antropología, la psicología y la parapsicología, y por la otra, las bases filosóficas y las múltiples experiencias de las antiguas enseñanzas espirituales.
A diferencia de los enfoques psicológicos de base materialista que consideran al ser humano como un ente limitado por el perímetro de su piel, a la mente y a la conciencia como productos del cerebro, y en consecuencia dan explicaciones fisiológicas y hasta patológicas de sus estados modificados, la mirada transpersonal afirma que lo más importante es darse cuenta de la significación de la conciencia y del reconocimiento del valor de ciertas experiencias internas en las que desaparece el tiempo y el espacio y se tiene la sensación de una gran unidad psicológica, una notable intensidad perceptual, una intuición inefable y una iluminación extraordinaria.
Centrado en el estudio y despertar de la conciencia, el movimiento transpersonal reúne personas de diferentes disciplinas que comparten un interés y una visión de las enormes potencialidades del ser humano, considerado desde una perspectiva holística y trascendental en tanto que sujeto global en el que se conjugan dimensiones biológicas, psicológicas, sociales y espirituales, y que no está cercado por fronteras corporales, espaciales o temporales.
Sobre la base de estos conceptos y siguiendo diferentes líneas de estudio y trabajo, convergen en el propósito común del trazado de una representación cartográfica de la psique humana profunda, exploradores como Abraham Maslow, Stanislav Grof, Charles Tart, Roger Woolger, Daniel Goleman, Roberto Assagioli, Deepak Chopra, Robert Ornstein, Fritjof Capra, Denos Kazanis, Ken Wilber, y otros muchos y calificados estudiosos.
Todos ellos están conformes con que existen numerosas y distintas vías que pueden facilitar la emergencia de estados no ordinarios de conciencia, conocidos por cierto desde épocas remotas en el seno de culturas, religiones, sistemas filosóficos, cosmogonías y cosmologías, prácticas rituales o tradiciones diversas como el budismo, el zen, el tantrismo, el chamanismo, el misticismo, el sufismo, el gnosticismo o el esoterismo en sus variopintas modalidades.
Cada una de estas orientaciones ofrece su particular contribución en cuanto se refiere a los procedimientos que permiten abrir las puertas a otras realidades, entre los cuales sobresalen por su comprobada efectividad, la meditación, el éxtasis, la visualización, el trabajo con sonidos, con símbolos, con danzas o rituales, el yoga, la transferencia de energía mediante aplicaciones del magnetismo personal, los trances hipnóticos, o el análisis e interpretación de sueños.
Una lista en la que no puede quedar sin mención el consumo de enteógenos, naturales o sintéticos, cuya larga historia se prolonga a través de su empleo en toda suerte de ceremonias mágico-religiosas practicadas entre los pueblos más antiguos hasta modernos ensayos con fármacos o con sustancias psicodélicas bajo control gubernamental en laboratorios u hospitales con fines experimentales o clínicos.
En este amplio catálogo de experiencias relacionadas con los estados modificados de la conciencia, que constituyen el eje central de los estudios de la psicología transpersonal, pueden ser incluidos, si se les considera en sentido amplio y a la luz de ciertas características comunes, los fenómenos mediúmnicos, si bien su análisis, comprensión, aplicación y desarrollo, exigen que su abordaje sea efectuado tomando en cuenta su particular origen y naturaleza, tanto como las condiciones que gravitan sobre su producción y su especificidad, y para conseguirlo nada más conveniente que acudir a las fuentes más confiables que no son otras que las proporcionadas por la doctrina espiritista, la cual tuvo su inicial y muy sólida elaboración teórica y experimental en el siglo diecinueve con los trabajos pioneros de Allan Kardec en Francia, enseguida continuados por calificados estudiosos dedicados a explorar y desarrollar cada uno de sus postulados básicos mediante la aplicación de métodos científicos y en consonancia con una reflexión filosófica y ética de profundos alcances.
Por Jon Aizpúrua. Para el Prólogo del libro «La Brújula Espiritual» de Raúl Dubrich.