agosto 8 2015

Kardec, una fe para todos los credos

Si hacemos un análisis del objetivo mayor del Espiritismo, es decir: la fraternidad universal – aquella que brillando en la consciencia de la mayor parte de la humanidad terminará instaurando un nuevo sistema de valores a nivel planetario-, intuimos que ese paso trascendental es indisociable sin la práctica de la verdadera caridad, aquella que nos enseñan los Espíritus superiores a través de la gran Filosofía Espírita, es decir: perdón de las ofensas, aceptación del prójimo, pese a las diferencias y bien para con todos.

Hacia aquí deben conducirse en mayor medida todas las propuestas ciudadanas y toda la organización institucional del orden social. 

Pero esto no será posible tampoco sin la interacción, primero, y la unificación progresiva de todos los credos, después, mediante esfuerzos y programas dirigidos hacia el bien común, en lugar de tratar de anularse unos a otros al estar más preocupados en la hegemonía personal (o de secta), que en la lucha desinteresada por el progreso humano.

Allan Kardec, pedagogo y codificador de la revelación espiritista, reflejó muchas veces, pero sobre todo en obras como: “El evangelio según el espiritismo”, “El espiritismo en su más simple expresión” y en “Obras póstumas”, que las religiones de la humanidad comparten las mismas bases, bases que, por si solas, serían suficientes para fundar la moral universal que es lo que une a todas por encima de los aspectos culturales de superficie.

Kardec (al igual que el célebre educador Pestalozzi, su maestro), desconfiaba de los dogmas y del fanatismo religioso que para él era lo que generaba tanta desunión, controversias estériles y agotadoras, cuando no crueles disputas como las que recoge la historia.

Por los motivos que hemos explicado, y por los desafortunados momentos que Pestalozzi sufrió en su Instituto de Iverdun por causa de las desavenencias en materia religiosa entre el profesorado, los desencuentros entre religiones fue una cuestión que preocupaba al joven Allan Kardec desde su pre-adolescencia. Por esto, el codificador, desde muy temprano, se identificó más con la moral del Cristianismo que por una religión determinada.

Pestalozzi, creador de la escuela popular y abierta, pese haber tenido una crianza en la fe (protestante), decía que la verdadera religión no era otra cosa sino la moralidad, en el sentido de aquello que nos hace mejores. A pesar de inculcar en sus alumnos elevados ejemplos de fe, nobleza de intenciones y la práctica del bien para todos, fue criticado más de una vez por protestantes y católicos, para quienes, desde su celo exaltado, eso no era suficiente para decirse cristiano.

En su desempeño como profesor y director de instituto, y en su abierta inclinación por la enseñanza libre e igualitaria (para los dos sexos), Kardec apostaba por la educación laica y por el acceso a la misma de las niñas (por entonces, prácticamente apartadas del sistema educativo).

Seguramente, como tantos profesores laicos, tuvo que lamentarse más de una vez por el monopolio de las escuelas e institutos religiosos privados, que no contentos con recibir subvenciones y regalías de toda clase, hacían de todo por presionar y desprestigiar la labor de las instituciones que intentaban sobrevivir fuera del ámbito religioso.

El escritor, filólogo y editor Maurice Lachâtre recoge el hecho (poco divulgado entre los espíritas) de que Kardec, desde los quince años, concebía en silencio la idea de una reforma que integrase en una misma moral las distintas prácticas de fe.

Ya en su madurez, en la sublime invitación de lo Alto para ponerse al frente de la sistematización de la filosofía espiritista, encontraría el elemento esencial y más integral para concretizar el antiguo sueño de juventud.

El cultivo sano y enriquecedor de una espiritualidad sin dogma se encontraba implícito en las enseñanzas del pedagogo suizo de Iverdun, y en él, el joven Kardec encontró de seguro fuente de inspiración que sintonizaba armoniosamente con los secretos ideales de su alma elevada.

Como vemos, aún mucho antes de entregarse a su papel como codificador de la doctrina de los espíritus, Kardec ya albergaba ocultas aspiraciones y secretos sentimientos sobre el papel de las religiones en la historia humana… cuales debieran ser los errores a vencer y las nuevas pautas que adquirir, si es que el interés es el progreso de las criaturas hacia Dios y no la hegemonía de los estamentos humanos sobre las conciencias.

Tras estas reflexiones, el espiritista debe ser siempre y en toda circunstancia un elemento pacificador, sobretodo cuando se encuentre ante determinados choques ideológicos provocados entre filosofías y religiones del mundo, no solo por ser coherente con una de las propuestas del Espiritismo (la fe razonada, la tolerancia y la unificación de las conciencias… paso inevitable para que la fraternidad brille en el horizonte terreno), sino también por el recuerdo conmovedor de aquel ideal juvenil del maestro de Lion.

Y lo de arriba vale tanto para la correcta actitud frente a los diferentes credos, como para nosotros mismos -los que compartimos el mismo ideal de los Espíritus superiores-, pues es de obligación moral, respeto y coherencia doctrinaria el esfuerzo por matizar nuestras opiniones y sopesar nuestros impulsos ególatras…

No se concibe que alguien que se diga espírita exhiba un carácter condenatorio o intransigente, fuera o dentro de las filas espiritistas (por mucho que se revista de brillantes reseñas y acertadas exhortaciones doctrinarias).

Es nuestro deber respetar todas las conciencias, inclusive aquellas que no compartimos, pues no todos estamos llamados a las mismas metas.

El Espiritismo es un alerta contra los excesos del ego humano y cualquier forma de ignorancia; ayer lo fue ante la ortodoxia y la exclusión educacional de los menos favorecidos, como hoy lo sigue siendo ante cualquier expresión de fundamentalismo ideológico, sea este de naturaleza religiosa, científica o institucional.

Por Juan Manuel Ruiz Glez 

Escrito por Juanma

Juanma

Juan Manuel Ruíz González es miembro de la Asociación Espírita José Grosso de la ciudad de Córdoba (España) y fundador del grupo de Facebook «Doctrina Espiritista 2.0». También escribe artículos en publicaciones espíritas como el periódico madrileño «El Ángel del Bien» y es asiduo colaborador de la web Zona Espírita.


Publicado 8 agosto, 2015 por Juanma en la/s categoría/s "Espiritismo